24 Abr. 2005

La democracia y sus límites

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Hace tres cuartos de siglo la palabra democracia tenía un valor descriptivo y definitorio. Se consideraba democracia a un determinado sistema político diferente a otros y los sistemas democráticos convivían con otros sistemas que no se consideraban a sí mismos democráticos.

Hace tres cuartos de siglo la palabra democracia tenía un valor descriptivo y definitorio. Se consideraba democracia a un determinado sistema político diferente a otros y los sistemas democráticos convivían con otros sistemas que no se consideraban a sí mismos democráticos. Ser democrático no implicaba en todo lugar y momento una virtud, sino que la democracia era una virtud para sus partidarios y un defecto para sus oponentes. En el último medio siglo, quizás desde la culminación de la Segunda Guerra Mundial la palabra democracia ha dejado de describir y caracterizar a un sistema político, para pasar a ser una palabra que califica a un sistema como virtuoso. Ser un país democrático es tener cualidades positivas; no ser un país democrático es no tener esas cualidades positivas. Cuando una palabra para a ser una categoría dentro de una escala valorativa, deja de servir para describir. Preguntar hoy a alguien si es o no partidario de la democracia, equivale a preguntarle si es o no partidario del bien. Casi no hay países en el mundo que no se califiquen a sí mismos de democráticos. Y así hay regímenes absolutamente diferentes entre sí que se califican a sí mismos de democráticos. Hay democracias con electorados restringidos (como Estados Unidos hasta 1972), democracias con partido único (como Cuba), democracias con religión única (como Irán), democracias con partidos proscriptos (como hoy el País Vasco), democracias sin restricciones ni proscripciones (como unos cuantos).

Entonces, cuando se habla de democracia hay que tener alguna idea acerca de qué se habla. Si no se comete el error del que persistentemente advertía Carlos Vaz Ferreira de confundir discusión sobre conceptos con discusión sobre palabras. Si se discute sobre las virtudes o defectos del sistema uruguayo o el cubano, en realidad discutir sobre cuál es más democrático es una discusión de palabras y no de conceptos, porque en esencia se discute a cuál sistema corresponde aplicarle la denominación de democrático. Si se discute las virtudes o defectos del sistema uruguayo con el francés, entonces sí estaríamos en una discusión de conceptos, porque hablamos de la diferente calificación y valoración de sistemas similares.

En estas latitudes cuando se habla de democracia se entiende lo que muchos denominan democracia liberal, otros llaman democracia política y el politólogo Robert Dahl llama, para quitarle todo valor axiológico, poliarquía. Una poliarquía es un sistema en que todos deben tener la oportunidad de formular sus preferencias políticas, manifestar esas preferencias y recibir igual trato del Estado en la ponderación de las preferencias. Esas tres condiciones, según Dahl, requieren de ocho condiciones: libertad de asociación, libertad de expresión, libertad de voto, libertad para que los líderes políticos compitan en busca de apoyo, elegibilidad para la cosa pública, diversidad de fuentes de información, elecciones libres e imparciales, instituciones que garanticen que la política del gobierno dependa de los votos y demás formas de expresar las preferencias.

Hasta aquí la cosa parece sencilla. Se complica cuando aparecen situaciones como ocurrió en los años finales de la Alemania de Weimer o en estos tiempos en el País Vasco. En esta comunidad autónoma del Reino de España hace unos años que se plantea el tema de que alrededor de uno de cada diez electores adhiere a grupos políticos que según la óptica de cada quién pueden considerarse el brazo político de la ETA, o grupos aliados de ETA, o simpatizantes de ETA o con una visión tolerante de los actos de ETA. El primer problema es que ya la definición de la relación del grupo con la ETA supone una toma de posición sobre los temas subsiguientes.

Las autoridades nacionales de España (el Parlamento mediante una ley, el gobierno como co-legislador y mediante medidas de administración, la Justicia mediante su interpretación de esa ley y de la constitución) han proscrito a un par de partidos políticos vascos con las características señaladas. Luego el problema quedó resuelto por la vía de los hechos al permitirse la participación del Partido Comunista de la Tierra Vasca, que canalizó ese electorado. Tomando la suposición de que cualquiera de las formaciones políticas aludidas sea efectiva antisistema, es decir antidemocrática en esa definición de democracia, antipoliáquica para ser más claro, surgen dos visiones. Una, que es una democracia que al proscribir partidos proscribe ciudadanos: hay un segmento de la ciudadanía (en este caso más o menos la décima parte) que pierde sus derechos de votar a quien le plazca, o más bien a quien presenta ideas con las que concuerda; entonces, que es una democracia limitada. Dos, la visión expuesta por el filósofo Sapater muy usada en España en estas semanas: la democracia es para los demócratas; en otras palabras, que en la democracia no tienen derecho a participar todos los ciudadanos, sino aquellos cuyas ideas comulgan con ese ideario democrático; los demás quedan fuera. Esta última postura no cambia la clasificación como una poliarquía limitada, sino que sencillamente defiende esa limitación. Pero aparece un problema de tipo práctico: si los proscriptos son una minoría, como 1 de cada 10, es una limitación limitada. Pero qué pasa si ocurre como en Alemania circa 1932, cuando la mayoría parlamentaria pasó a ser ocupada por dos fuerzas antagónicas y autoproclamadas como antisistema: el Partido Nacional Socialista Obrero Alemán y el Partido Comunista de Alemania. Los partidos sistémicos, desde la derecha nacionalista hasta la izquierda socialdemócrata, pasaron a ser una minoría. Obviamente que una realidad de ese tipo directamente llevaba al fin de un sistema de esas características. Pero planea la pregunta: ¿qué hubiese pasado de aplicarse el principio de que la democracia es sólo para los demócratas? hubiese ocurrido que solo la minoría de los alemanes hubiesen tenido derecho a elegir sus representantes.

Este planteo parece muy abstracto, pero no es nada menor a la hora de clasificar a los países y establecer las condiciones de cuándo hay o no democracia política o liberal. Tampoco es menor a la hora de valorar los éxitos o fracasos del terrorismo, porque hay quienes sostienen que un triunfo del terrorismo se da per se cuando logra que una democracia plena pase a ser una democracia limitada.