05 Jun. 2005

Temperatura y sensación térmica

Oscar A. Bottinelli

El Observador

En estas latitudes se ha descubierto que una cosa es la temperatura al abrigo meteorológico, que son grados centígrados que se ven en la televisión, y otra cosa la sensación térmica, que es lo que el ser humano siente en su propio cuerpo, fuere por la incidencia de la humedad, de los vientos, del punto de rocío o alguna otra yerba que ande por ahí.

En estas latitudes se ha descubierto que una cosa es la temperatura al abrigo meteorológico, que son grados centígrados que se ven en la televisión, y otra cosa la sensación térmica, que es lo que el ser humano siente en su propio cuerpo, fuere por la incidencia de la humedad, de los vientos, del punto de rocío o alguna otra yerba que ande por ahí. Para cualquier mortal de este lejano sur no hay duda alguna que la temperatura y la sensación térmica son dos cosas distintas. Algo así ocurre hoy en cuanto al comportamiento político de la sociedad. Como se analizó extensamente (ver El Observador, domingo 22 corriente, “Ilusión óptica y realidad”) se “ha generado la sensación de que el Uruguay entero se ha volcado a la izquierda, sensación más fuerte en los tres mayores departamentos, como lo son Montevideo, Canelones y Maldonado”, mientras que “se observa (que) la sociedad uruguaya está lejos de dar la preeminencia a un bloque: es una sociedad dividida en dos conjuntos políticos equilibrados, con una de cada diez personas independientes de la pertenencia a un bloque político en particular”. Las cifras que respaldan la afirmación están fundamentadas en el voto básico a cada bloque político en el ciclo electoral 2004-2005: izquierda 45.7%, bloque tradicional 44.6%, refractarios más volátiles 9.7%. En términos redondos: izquierda 46, tradicionales 45, independientes 10.

En cambio el balance de poder es otro: la izquierda tiene el gobierno, la mayoría parlamentaria y 8 intendencias (de las cuales 5 de las 6 más importantes). Los tradicionales cuentan con 11 intendencias (pero 1 sola de las 6 más relevantes). En términos de la sociedad ¿qué explica esa sensación de que Uruguay es un país que viró a la izquierda y está dominando por la izquierda? ¿que en Montevideo, Canelones y Maldonado se perciba o se crea que casi todo el mundo es de izquierda, salvo algunos y pocos férreos derechistas? Porque en esta zona metropolitana del país, de cada 5 personas tan solo 3 son votantes de la izquierda y las otras 2 han votado en su contra.

Las explicaciones no son para nada sencillas. Un principio de explicación aparece en el diferente estado de ánimo de la gente de una y otra área. La gente de izquierda, los frenteamplistas más el puñado de progresistas y encuentristas, acaban de obtener el plus que permitió superar la marca y obtener el gobierno. Trasmite las mieles del éxito, la esperanza de cambio, pero también triunfalismo, algo de revanchismo, cierto deslumbramiento por ser el poder, tener el poder. A la inversa, la gente de los partidos tradicionales trasmite el duelo por el poder perdido, por la derrota política, un cierto estado depresivo y una visión negativa. Al menos ese es el sentimiento de los votantes de los partidos tradicionales que no creen en las bondades del nuevo gobierno. Porque hay un segmento de votantes tradicionales que sí creen en esas bondades; entonces, contribuyen desde afuera a la visión exitosa de los nuevos oficialistas.

Una segunda tentativa de explicación puede andar por cómo se marca la agenda política. Los grandes centros de discusión se vienen dando dentro del gobierno, de sectores del gobierno entre sí, o hacia fuera entre el gobierno y actores sociales y económicos: sindicatos, rurales, industriales, comerciantes, algunas ONG. O entre sectores del gobierno en sintonía con algunas organizaciones sociales o empresariales, enfrentados a otros sectores del gobierno en sintonía con otros intereses u otras organizaciones sociales o empresariales. Además, el gobierno tiene la iniciativa de la agenda política. No importa si la misma es confusa y de baja concreción, si es que lo es, lo cierto es que el gobierno y el oficialismo tienen agenda y marcan la iniciativa.

La oposición, esa casi mitad del país que constituye la minoría política y parlamentaria, carece de agenda, carece de estrategia opositora. El juego opositor es estar a la expectativa para contraatacar ante algún que otro error del gobierno. Ante algún que otro, como el “caso Leborgne”, porque ante la mayoría de sus errores no contraataca, no señala, calla. Aunque son errores que la gente no percibe pero que cuando sobrevenga el desgaste, dentro de uno o dos años, nadie dudará en calificar de errores. Pero no se explotan. No aparece un proyecto claro y fuerte alternativo al proyecto del gobierno, o al proyecto que el gobierno cree tener y la mayoría de la sociedad cree que tiene. Hay diversos líderes de diversos sectores de ambos partidos tradicionales, pero no hay Él referente, con mayúscula y único, que rivalice con Él referente oficialista, también con mayúscula y único, que lo es el presidente de la República, con su impronta de presidente, líder de multitudes y pastor del rebaño de fieles. Hay un pastor y un rebaño del lado oficialista, hay un rebaño o varios rebaños sin pastor del lado opositor, o con muchos pastores para pequeños rebaños diseminados.

Satisfacción con el éxito, triunfalismo, iniciativa, producción de agenda, centralización de la discusión, proyecto o creencia en que hay proyecto, liderazgo fuerte y único marcan el desnivel hacia el oficialismo. Duelo por la derrota, carencia de iniciativa, falta de estrategia, liderazgos múltiples y dispersos, ausencia de un gran proyecto convocante, definen a la oposición.

Quizás haya otras explicaciones, más profundas que estas. Pero aún estas, de tinte cualitativo, pueden ayudar a explicar cómo una paridad cuantitativa no deviene en una paridad cualitativa. Sirve para explicar cómo la temperatura política es diferente a la sensación térmica política, y la sensación es tan real como la temperatura misma, o quizás más real, porque es lo que se siente.