19 Jun. 2005

El poder de los presidentes

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Si se considera que el Estado moderno comienza con la Constitución de 1918, aquél tiene una antigüedad de 86 años, que descontados los 12 de interrupción institucional, da 74 años de vida.

Si se considera que el Estado moderno comienza con la Constitución de 1918, aquél tiene una antigüedad de 86 años, que descontados los 12 de interrupción institucional, da 74 años de vida. En los primeros 14 años de este ciclo el Poder Ejecutivo estuvo dividido en dos ramas independientes, una de las cuales la constituía además un cuerpo pluripersonal; dividir las potestades gubernamentales en dos ramas y a su vez una de ellas integrarla con nueve personas de actuación colectiva, es sin duda una fuerte limitación al poder personal. Más tarde, por otros 15 años, la función ejecutiva estuvo concentrada en un único órgano de carácter colegiado, el Consejo Nacional de Gobierno, también de nueve miembros; el poder personal estuvo también limitado. La función presidencial moderna en el país cuenta entonces con una vida más limitada, 45 años.

Tomás Berreta en sus breves seis meses y su sucesor Luis Batlle Berres contaron con varias limitantes a su autoridad: no fueron líderes absolutos del batllismo, el batllismo no contó con mayoría absoluta parlamentaria, el presidente y el batllismo debieron jugar siempre un juego de transacciones con los tres grupos colorados independientes (riverismo, baldomirismo, blancoacevedismo). Andrés Martínez Trueba es elegido como el más votado de entre tres, con el batllismo ya en fase de división y además enfrente los colorados independientes. Por si eso no bastara, el propio presidente no se sentía cómodo en esa función e impulsó la reforma constitucional que instauró el colegiado integral. Tras el colegiado volvió la presidencia en la figura del general Oscar Gestido, cuyo poder estuvo limitado por el peso sustancial de la 15 de Jorge Batlle y de otros sectores menores del coloradismo, como los encabezados por Vasconcellos y Michelini. Tras su temprana muerte vinieron Pacheco y Bordaberry, que merecen líneas aparte, y después el período militar.

Tras la restauración democrática los cuatro primeros presidentes tuvieron fuertes limitantes. Ninguno contó con un partido con mayoría parlamentaria, y además tampoco fueron líderes absolutos de sus partidos. Sanguinetti en su primera presidencia debió contar con la colaboración del Partido Nacional y de Wilson Ferreira Aldunate, y en su propio partido con el acuerdo de Jorge Batlle, Enrique Tarigo, Jorge Pacheco Areco y también de Manuel Flores Silva (quien determinó nada menos que el relevo del ministro del Interior). En su segunda presidencia gobernó en coalición con el Partido Nacional, cuya conducción estuvo en las manos de Alberto Volonté pero con fuerte peso de Luis Alberto Lacalle. Lacalle como presidente debió formar la mayoría parlamentaria y gobernar en colaboración con Jorge Batlle y Pacheco (brevemente, además, con Sanguinetti), y dentro del nacionalismo vivir un juego de cooperación e imposición de autoridad con los sectores del vicepresidente Gonzalo Aguirre Ramírez y de Carlos Julio Pereyra. Por último, Jorge Batlle co-lideró el coloradismo con Sanguinetti, y coparticipó en la conducción del gobierno con un Partido Nacional liderado por Lacalle. Como se ve, en los cuatro casos, en esos 20 años, hubo un juego de pesos y contrapesos internos y externos al partido oficialista. Hasta aquí van 30 de los 45 años de figura presidencial pura en el Estado moderno.

Quedan para un análisis particularizado los 15 años de gobiernos con relativo autoritarismo o de situaciones políticas anómalas: los más de cinco de Gabriel Terra como presidente pleno de la República, los casi cinco de Alfredo Baldomir, los más de cuatro de Jorge Pacheco Areco y el año y pico de Juan María Bordaberry como presidente constitucional.

El poder de Bordaberry es muy difícil de analizar, ya que contó con limitantes ajenas al juego político normal, como es el creciente papel político de las Fuerzas Armadas; pero además en el plano estrictamente político su gobierno estuvo limitado dentro de su partido por el juego de apoyo y negociación con la 15 de Jorge Batlle y por la búsqueda de acuerdo con el Partido Nacional o por los acuerdos logrados con los sectores minoritarios del nacionalismo (Echegoyen, Heber, Beltrán). No cabe olvidar que Bordaberry gobernó con apoyo parlamentario para todas las medidas significativas de su gobierno, desde que asumió hasta el golpe de Estado. Jorge Pacheco Areco utilizó las medidas prontas de seguridad con una elasticidad que fue más allá de lo que Napoleón concibió al crear este instituto y del alcance dado siempre por los exegetas constitucionales de este país. Pero siempre contó con mayoría parlamentaria, para gobernar y para mantener las medidas prontas de seguridad, en un juego de acuerdos con el otro gran sector colorado (la 15 de Jorge Batlle) y con el Partido Nacional liderado por Martín R. Echegoyen. Pacheco contó pues con una mayoría parlamentaria, y esa mayoría le condicionó el poder. Fue un presidente muy poderoso, uno de los dos más poderosos junto con Gabriel Terra, pero no todopoderoso.

Terra fue un presidente muy poderoso. Pero cuestionado desde afuera del sistema por batllistas, nacionalistas independientes, cívicos, socialistas y comunistas, necesitó, buscó y obtuvo el apoyo de Luis Alberto de Herrera. Y ese apoyo es por sí solo una limitante al poder. Finalmente Baldomir tuvo la limitante de expresar a la mitad mayor del coloradismo terrista, contar con la oposición de la otra parte y también del herrerismo. Debió pues buscar una aproximación con los opositores al terrismo, hasta dar el golpe de Estado que conlleva a la transición del terrismo al nuevo régimen político. La sola descripción del juego marca los límites a su poder.

Tabaré Vázquez en cambio llega a la presidencia como líder absoluto e indiscutido de una fuerza política que cuenta con mayoría parlamentaria en ambas cámaras, que ejerce su poder con fuerza y autoridad, y que esa autoridad no es desafiada por los líderes de las siete grandes corrientes en que se apoya la izquierda. Con un gesto despectivo (“están más agrandados que alpargata vieja”), con un mandar callar o con el señalar con el dedo quien tiene la razón, termina con las disputas. Hasta que ese poder se desgaste, si ocurre, hoy el Uruguay tiene el presidente más poderoso de su vida moderna.