24 Jul. 2005

Así habló Zaratustra

Oscar A. Bottinelli

El Observador

De Arturo Frondizi se decía que era un precursor y no un conductor, pues miraba a lo lejos y no se perdía en el día a día; Pero si sus profecías podían resultar correctas, no ocurría lo mismo con su conducción, pues en esa mirada lejana se distanciaba demasiado de la gente. Ello encantaba a sus cultores, que se sentían parte de un círculo áulico capaz de descifrar el mensaje del maestro.

De Arturo Frondizi se decía que era un precursor y no un conductor, pues miraba a lo lejos y no se perdía en el día a día; Pero si sus profecías podían resultar correctas, no ocurría lo mismo con su conducción, pues en esa mirada lejana se distanciaba demasiado de la gente. Ello encantaba a sus cultores, que se sentían parte de un círculo áulico capaz de descifrar el mensaje del maestro. Algo similar se dijo bastante tiempo atrás de Jorge Batlle, hombre que acostumbró al país a sentencias proféticas. Después de 60 meses de jefatura de Estado y 142 días de silencio, apareció en su viejo estilo: tajante, inapelable, sin posibilidad alguna de pasar inadvertido.

La afirmación más fuerte es que el actual modelo de país de base socialista marxista y se encamina a “un socialismo de Estado, en donde hay una unidad de conducta y acción entre Estado y partido, Estado y poder administrador, Estado conductor de los medios públicos, y el Estado asociado a una cúpula sindical”, como lo mostró la norma sobre fueros sindicales. Para luego agregar que esa orientación ideológica “conduce a un país que se atrasa y margina”. “Cuando la población advierta hacia donde la conduce este modelo socialista marxista (...) se va a sentir convocada para a algo que no quiso estar” y planteó que la discusión ideológica es entre un país “abierto o cerrado, con más sociedad o más Estado, que prepare bienes que se exporten o a la gente para que emigre”. Pero por otro lado compartió los lineamientos económicos del gobierno que no distan de los de su gobierno.

Cuando el anterior presidente afirma que el debate es entre un país abierto o cerrado y entre un país con más Estado o con menos Estado lo que hace es resaltar una contradicción que pasa precisamente por medio del gobierno. No hay un gobierno que quiera un país cerrado y con más Estado, y una oposición que quiera un país abierto y con menos Estado. Lo que hay es que en el propio gobierno hay gente que quiere un país abierto, otros que quieren un país cerrado y otros que oscilan entre lo uno y lo otro en cada tema. Y lo mismo en relación a la magnitud y el peso del Estado. Pero así como la discusión atraviesa por dentro al gobierno, también atraviesa por dentro a la oposición. Porque buena parte de la oposición oscila entre la apertura y la cerrazón, entre el libre mercado y la regulación estatal. El ex presidente entonces apunta al eje de un debate impostergable para el país, pero que no tiene una clara divisoria de aguas. Entre otras cosas, porque él mismo comparte los lineamientos de la política económica.

La afirmación de que este gobierno apunta a un modelo de país de base socialista marxista no parece confirmable en los hechos. Con independencia de que a alguien le guste un socialismo marxista y a otros les disguste, no parece que esté planteado ni ahora ni como rumbo del gobierno como tal. Hay figuras del gobierno, líderes de sectores y grupos importantes de dirigentes, legisladores y militantes que aspiran a un socialismo marxista y razonan en términos marxistas. Hay una gran mayoría de figuras del gobierno, líderes y militantes, a quienes se encasilla como radicales, cuya vertiente ideológica y su modelo de país nada tiene que ver con el marxismo, y en general pueden entrar en la categoría politológica de los left-libertarian. Y hay otras figuras del gobierno, líderes de sectores, parlamentarios y dirigentes que entran claramente en las concepciones de la socialdemocracia de izquierda o el socialcristianismo de izquierda. Por supuesto que puede discutirse y mucho cuánto hay de marxismo en la socialdemocracia, pero cuando hoy se habla de un modelo de país marxista, se entiende – si no hay aclaraciones al pie – que se habla de los modelos marxistas aplicados: soviético, cubano, chino, de las antiguas democracias populares de la Europa del Este y una larga variedad de modelos o matices.

Lo que predomina en este gobierno es en primer término una búsqueda de revivir el modelo del país identificado con el Segundo Batllismo, que tuvo como figura política primigenia a Luis Batlle Berres. Y a partir de ese modelo la discusión en la izquierda se da entre quienes pretenden aggionar el modelo hacia un país más abierto y con más mercado, y quienes pretenden sí dar el paso hacia un mayor igualitarismo y regulación estatal. Y poco puede haber de Estado-partido cuando la carencia mayor de este gobierno es haber desnutrido al partido.

Pero quizás lo más significativo de la aparición del anterior presidente es que la forma del planteo, la invocación al marxismo (la que tanto evitó en su gobierno, en contraposición al otro líder colorado), la atribución de prospectiva marxista al gobierno, desdibujó su planteo de un debate ideológico en los términos de apertura-hermetismo, más Estado o menos Estado. En la comunicación política muchas veces importa más la forma que el contenido profundo, y la forma de la comunicación de Batlle lo pone en asintonía con al menos 3 de cada 4 uruguayos, que es decir al menos con la mitad de los que no votaron a Vázquez. Eso por lo menos. En realidad preocupados hoy del marxismo y sus peligros es un sector de la sociedad harto pequeño, que si todo ello votare a un mismo partido no le permitiría al Partido Colorado repetir la meta obtenida en octubre pasado. Un dato para no olvidar: para las elecciones del 2009, la mitad del electorado se habrá socializado políticamente luego de la caída del Muro de Berlín. Las categorías del debate ideológico deben atender a ese hecho.

Y otro dato relevante es que los planteos llegan más o llegan menos a la sociedad según el grado de confianza y de credibilidad de quienes formulan esos planteos. Es sabido que la dirigencia política que condujo a los partidos tradicionales a lo largo de las últimas dos décadas, cuenta con baja credibilidad en este momento. Y que guste o no, ese tiene que ser un punto de partida para encarar estrategias, tácticas, formas y momentos.