09 Oct. 2005

Y Tabaré descubre a Richelieu

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Algo que resulta fascinante es el duelo diplomático y conceptual que hace cuatro siglos mantuvieron el principista Fernando de Habsburgo (Sacro Emperador Romano Germánico, impulsor de la Contra Reforma) y el pragmático Richelieu (cardenal de la Iglesia Romana, primer ministro de Francia).

Algo que resulta fascinante es el duelo diplomático y conceptual que hace cuatro siglos mantuvieron el principista Fernando de Habsburgo (Sacro Emperador Romano Germánico, impulsor de la Contra Reforma) y el pragmático Richelieu (cardenal de la Iglesia Romana, primer ministro de Francia). Fernando y Richelieu se han transformado en las caras visibles de dos formas opuestas de concebir la diplomacia.

Tabaré Vázquez ha recorrido en apresurados seis meses el mismo trayecto que le costó varios años a su antecesor. Uno y otro iniciaron sus gobiernos con la perspectiva de Fernando de Habsburgo aunque desde ángulos opuestos en cuanto al contenido de los respectivos principismos. Jorge Batlle partió de lo que podría llamarse el bloque ideológico del libremercadismo, en base al cual se suponía la existencia de una alianza natural entre el flamante Uruguay librecambista y el aparente paradigma del liberalismo económico como se le atribuye ser a Estados Unidos; consecuentemente, los grandes adversarios pasaban a ser los países proteccionistas como los grandes del Mercosur y la Unión Europea, y dentro de ella en primerísimo nivel Francia. Así fue como el anterior mandatario despertó todos los días, durante al menos los primeros 100 ó 200 días de su mandato, con un ataque a Francia y al Mercosur, y día por medio el ataque iba genéricamente dirigido a Europa. Las liberales y aperturistas puertas de Estados Unidos permanecieron tan cerradas como la de la proteccionista Europa o los contradictorios vecinos de este lejano sur; la excepción fue la entrada de las carnes uruguayas al mercado del norte, operativo en donde nada tuvo que ver el libremercadismo. Al cabo de años, porque el anterior mandatario es un hombre de convicciones profundas y además porfiado, Jorge Batlle descubrió que más allá de las vestiduras, el mundo real de la diplomacia es más duro - y a la vez más pragmático y frío - que las hermandades y enemistades ideológicas. Con todo, el gobierno anterior tuvo una enorme ventaja; como si no fuese parte del mismo gobierno, la cancillería siguió cansinamente por el mismo raíl de siempre, sin compartir el febril entusiasmo habsburguista presidencial, hasta que éste se enfrió y el propio presidente se alineó con la línea de la cancillería.

El nuevo mandatario partió de lo que él y quienes piensan como él en los países del vecindario llamaron el bloque de países progresistas. Y en base a ello se suponía la alianza natural de gobiernos progresistas, que en realidad quiere decir de gobiernos de izquierda (como el uruguayo y el brasilero) y de gobiernos populistas (como el argentino y el venezolano). El 1° de marzo Vázquez trazó una serie de círculos concéntricos como eje de la política exterior: el Mercosur, el Mercosur ampliado, América Latina. Por allí iban a ir los vectores de la política exterior. Resulta que del lado argentino no solo las bicicletas tuvieron los espasmódicos problemas de ingreso, sino que se sumaron primero las restricciones impuestas a todas las importaciones (incluidas las del Mercosur) y luego este clima bélico en torno a las plantas de celulosa (las plantas de celulosa que parece que contaminan si se instalan del lado uruguayo del río Uruguay, y que no contaminan si ya están instaladas a orillas del Paraná). Del vecino del norte las cosas son diferentes, porque por naturaleza los brasileños son hombres amables, persuasivos, fraternales; y así es como este gobierno obtuvo las más serias promesas de ayuda energética y de grandes facilidades comerciales. Claro Itamaratí explicó que Uruguay debe entender que eso no puede ser de un día para otro, y que esa firme promesa de gran ayuda y comprensión va a ser para algún día de un futuro más o menos cercano, o más o menos remoto; y mientras ese futuro llega, el ingreso del arroz uruguayo sigue con los ya viejos cierres epilépticos de la frontera del Brasil, no viene un solo quilovatio y el amigo Lula compra arroz norteamericano subsidiado.

Como a la inversa de su predecesor Vázquez es un hombre dúctil (tanto que se le ha criticado por su exceso de ductilidad), pragmático, no necesitó varios años sino apenas seis meses. Y así descubrió a Richelieu, es decir, encontró que hay otra forma de llevar adelante la política exterior del país, opuesta a como pensó en los primeros días. Como enseñó el cardenal allá por los comienzos de los años de 1600 y luego repitió Metternich en los albores de los años de 1800, las grandes y medias potencias se mueven en función de la raison d’Etat, del interés nacional de cada quien. Y así, sin cambiar para nada una sola letra de su discurso – quizás aquí aprendió mucho de la escuela de Itamaratí – Vázquez siguió pregonando los mismos principios pero emprendió pasos aquí y allá del más fuerte pragmatismo y las más clara desideologización. Estados Unidos seguirá siendo un demonio político en Irak pero es un buen aliado comercial en este hemisferio americano. Brasil y Argentina son los dos grandes hermanos, con hermandad reforzada en la comunión progresista, pero no hay demasiadas ilusiones sobre sus intenciones comerciales y sus aperturas económicas. El Mercosur es un gran ideal, pero no es una ilusión.