06 Nov. 2005

Cuando se pone la culpa afuera

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Hay un tipo de individuos que se caracteriza por poner la culpa afuera; o también puede decirse que hay etapas de la vida de casi todos los individuos que se caracterizan por poner la culpa afuera ¿A qué se refiere este fenómeno? A cuando en forma sistemática se buscan afuera de uno mismo las causas de los acontecimientos negativos o la explicación de las frustraciones, y muy frecuente las causas que se buscan se atribuyen a un único responsable, que oficia de chivo expiatorio; puede ser el padre, la madre, algún suegro, yerno o nuera, el cónyuge, el jefe, algún compañero de trabajo o socio.

Hay un tipo de individuos que se caracteriza por poner la culpa afuera; o también puede decirse que hay etapas de la vida de casi todos los individuos que se caracterizan por poner la culpa afuera ¿A qué se refiere este fenómeno? A cuando en forma sistemática se buscan afuera de uno mismo las causas de los acontecimientos negativos o la explicación de las frustraciones, y muy frecuente las causas que se buscan se atribuyen a un único responsable, que oficia de chivo expiatorio; puede ser el padre, la madre, algún suegro, yerno o nuera, el cónyuge, el jefe, algún compañero de trabajo o socio. El poner la culpa afuera no quiere decir que se elige a uno o varios culpables que nada tienen que ver en el asunto, sino que siempre hay alguna base razonable para atribuirle responsabilidad o culpabilidad a ese alguien; en otras palabras, no es un invento total, sino más bien una exageración de causas existentes o una amplificación y generalización de efectos y responsabilidades. Poner la culpa afuera exige una visión maniqueísta, porque en definitiva es la división del mundo en buenos y malos.

Eso que ocurre con los individuos también ocurre con los pueblos y con los dirigentes. En el caso de los dirigentes a veces es como en los individuos (sienten que la culpa está afuera), otras veces es exclusivamente una elección estratégica (se busca y elige el chivo expiatorio, el enemigo, para que el gobierno y el pueblo encuentren allí al culpable de todas las maldades) y la mar de las veces es una combinación de sentimientos espontáneos (auténticos) y deliberados (fríos) cálculos estratégicos. La historia abunda en ejemplos. Estados Unidos es una sociedad con largas etapas de colocación de la culpa afuera, en un chivo expiatorio de características universales y genéricas, que a su vez son traducibles a un nombre y una cara. En los años de la Guerra Fría lo fue el comunismo, y en una parte importante tuvieron los rostros de Stalin, Jruschov o Brezhnev. Ahora lo es el terrorismo y tiene el rostro de Osama bin Laden. El comunismo soviético fue una amenaza real para los Estados Unidos (y viceversa), no constituyó un invento; pero el poner la responsabilidad de todas las maldades en el comunismo simplificó el discurso político y evitó buscar otras causas, a la vez que posibilitó incursionar en prácticas autoritarias como las del periodo conocido como del “maccartysmo”. El terrorismo es una amenaza real, como que las Torres Gemelas cayeron y fue impactada un ala del Pentágono, pero la existencia de la amenaza terrorista sirve para justificar otros errores u obviar otros problemas, y además para fundamentar violaciones a libertades. Fidel Castro ha sido un maestro en el manejo de la culpa afuera, ayudado por hechos reales como el embargo norteamericano y los sucesivos intentos de invasión, derrocamiento o asesinato promovidos o auspiciados desde o por los Estados Unidos. Pero la amenaza imperialista ha sido un argumento recurrente para consolidar al pueblo cubano detrás de su líder y permitirle soportar todas las adversidades, a la vista que hay un culpable identificado y maligno. En todos los casos la culpa afuera quiere decir no solamente fuera de fronteras, sino afuera del sistema o de lo la esfera de apoyatura del gobierno. Durante el “maccartysmo” la culpa se atribuyó también a ciudadanos norteamericanos acusados de simpatizar, tolerar o no condenar al comunismo (y se los persiguió); en Cuba también se atribuye la culpa (y se persigue) a los disidentes, considerados una especie de agentes del imperialismo.

Para no ir tan lejos en La Tierra, aquí en una época Pacheco fue para medio país el responsable de todos los males, y para otro medio país la subversión comunista internacional, la sedición tupamara o lo que oliera a algún tufo de por allí aparecía como el culpable de todas las maldades. Lo que no quiere decir que objetivamente sea falso que el gobierno de Pacheco Areco haya tenido prácticas autoritarias o que los tupamaros se hayan alzado contra el orden institucional. La culpa afuera no es siempre inventar causas sino a veces solamente exagerar responsabilidades y darle unidimensionalidad a las causalidades.

En la vereda de enfrente, Argentina como sociedad y las elites políticas argentinas del más variado signo han sido maestras en poner la culpa afuera. Afuera del país por un lado y afuera del poder hacia una oposición subversiva o desestabilizadora por otra. Para Perón en sus orígenes fue funcional el enfrentamiento con los Estados Unidos, la exaltación de la dicotomía nacionalismo-cipayismo, acuñada en la frase “Braden o Perón”. También lo fue la dicotomía entre un peronismo proclive a la defensa del pueblo y una oposición oligarquizante o al servicio del comunismo internacional, pero unos y otros como enemigos de Argentina o el pueblo argentino. Más adelante (no es un inventario sino la extracción de algunas muestras del rosario) los militares argentinos pusieron en dos momentos consecutivos la culpa afuera del país. Primero el chivo expiatorio fue Chile, y así se llegó al borde mismo del inicio de hostilidades entre los dos países vecinos, enfrentamiento bélico frenado por el enviado papal cardenal Samoré. El frenesí antichileno fue funcional a galvanizar al pueblo argentino en una causa nacional. Más adelante lo fue la causa de las Islas Malvinas en donde la improvisación y los errores de cálculo llevaron a una guerra real con muertos de verdad, y esos errores determinaron que por un lado el tema galvaniza al pueblo en una causa nacional, pero por otro lado el dolor divide y angustia. La última pincelada de los chivos expiatorios es Uruguay, a partir de dos plantas de celulosa. Uruguay fue chivo expiatorio en la segunda mitad de la primera época de Perón presidente. Y lo es ahora. Ello no quiere decir que no haya reales preocupaciones ambientalistas del lado argentino, que las debe haber. Pero la preocupación ambientalista es unidireccional, porque no alcanza ni a las 11 plantas de celulosa en funcionamiento en Argentina ni a la contaminación que generan varias plantas nucleares. Ocurre que Uruguay en una porción del territorio argentino y en una parte del discurso oficial, como el Fondo Monetario Internacional en otra parte del discurso, son dos chivos expiatorios funcionales al actual gobierno argentino. Y son tan funcionales los chivos expiatorios, que en medio del conflicto por la instalación de las plantas de celulosa, también aparecieron ataques a Uruguay por el tema del secreto bancario, o de la reserva en la información sobre tenencia de inmuebles por ciudadanos argentinos o en inversiones agropecuarias. Los chivos expiatorios son funcionales, y si no son evidentes, hay que encontrarlos, porque son necesarios y son funcionales.