13 Nov. 2005

Trasgresión, sedición, revolución

Oscar A. Bottinelli

El Observador

El anarquismo siempre tuvo presencia en el país. Llegó a estas playas de la mano de inmigrantes italianos y catalanes, y fue el fundador del sindicalismo uruguayo a través de la pionera Sociedad de Tipógrafos de Montevideo.

El anarquismo siempre tuvo presencia en el país. Llegó a estas playas de la mano de inmigrantes italianos y catalanes, y fue el fundador del sindicalismo uruguayo a través de la pionera Sociedad de Tipógrafos de Montevideo. Por largo tiempo su expresión más importante, de veta anarco-sindicalista, fue la Federación Anarquista del Uruguay (FAU), que un buen día devino en Resistencia Obrero-Estudiantil (ROE) y más tarde tuvo su brazo armado, la Organización Popular Revolucionaria 33 (OPR-33). En el proceso las raíces anarquistas se debilitaron y dieron paso a la preeminencia de una concepción marxista leninista, y con ella la ROE devino en Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). Hoy, calificados exponentes de esta corriente ocupan cargos de relevancia en el gabinete y el gobierno nacional. Pero en estas latitudes también ha sido fuerte la impronta de otras vetas anarquistas, más libertario-comunitarias que anarco-sindicalistas. Aquí en Uruguay, más grande o más pequeña, con mayor o menor impacto, siempre hubo lugar a sensibilidades libertarias.

Circa 1968 en el país se juntan muchas sensibilidades trasgresoras, provenientes de muchas culturas e ideologías, con diversas utopías y un común rechazo al sistema capitalista y burgués. Vienen de la mano de los anarquismos, de diversas relecturas del marxismo-leninismo, de la invocación al “cristianismo primitivo” (la relectura de las Escrituras) y además en el mundo católico con el impacto de la Teología de la Liberación. En ese entonces la trasgresión tuvo su contexto en un momento de fuerte derechización de la política gubernamental, de abandono oficial (no fáctico) de las consignas del batllismo, de debilitamiento de la cultura del liberalismo político. Esas utopías se canalizaron hacia protestas objetivamente tipo motín sedicioso, es decir, algaradas con autos incendiados y vidrios rotos, sin que prima facie se desconociese explícitamente la autoridad constituida en lo que fue el mayo montevideano contemporáneo al mayo francés. Luego se canalizaron hacia la integración, el apoyo o el afecto a grupos guerrilleros organizados con la expresa finalidad de tomar el poder, derrocar las instituciones y cambiar el sistema político-económico-social. Es decir, destruir el capitalismo y hacer una revolución. En algunos casos esa revolución suponía un nuevo tipo de Estado, en otros suponía edificar el “hombre nuevo”. Paralelo a esa cultura trasgresora, a veces en sintonía y otras en confrontación, transcurría el desarrollo de la estrategia del poderoso Partido Comunista, con ideas más claras sobre hacia dónde debía ir la revolución, con un modelo a imitar existente en el planeta, con una metodología precisa, y en particular con invocación a un segmento específico de la sociedad, entendido como el articulador de los cambios, el proletariado.

De aquellos fuegos, de casi todos pero no de todos, viene el actual Frente Amplio. Pasada la dictadura cambió el país, y con ese cambio también mudó la izquierda. De la utopía de reforma agraria, nacionalización de la banca y nacionalización del comercio exterior se pasó a promover planeas para la atención individual de los indigentes, el establecimiento del impuesto a la renta a las personas físicas, un seguro nacional de salud y políticas a favor de la industria y el agro (más tarde se sumó el turismo), a favor de un país productivo y en contra de un país financiero. Ese Frente Amplio que pregonó pequeños cambios aquí y ahora y no un radical cambio de mundo en el mañana, que asumió el pragmatismo y alejó la utopía, por eso mismo convocó cada vez a más capas de la población, de Montevideo y del interior, de la ciudad y el campo. Mientras más cerca se encontraba del gobierno, más abarcaba todos los espacios de protesta y disconformidad. La marcha del Frente Amplio hacia el gobierno ahogó toda otra posibilidad de protesta, y además llevó a la izquierda a deliberadamente ahogar toda forma de protesta que asustase a las mayorías ciudadanas e impidiese alcanzar la meta del gobierno.

Hete aquí que ahora los impulsores de las llamaradas de los sesenta, los trasgresores y los revolucionarios, los utopistas y los buscadores del hombre nuevo, se encuentran con los símbolos del poder, sentados en los sillones ministeriales, mandan y reciben la venia de los anteriores aparatos represivos. Pactan y se alinean con el Fondo Monetario Internacional, suscriben Tratado de Inversiones con Estados Unidos, realizan maniobras navales militares con la misma potencia, llegan al borde de los puños con Argentina en defensa de la instalación de plantas de celulosa, rebajan el impuesto a la renta a las empresas. Apuestan pues a un gobierno que desde su propio ángulo sea socialmente más sensible que los anteriores, con mayor trasparencia y en defensa de un país productivo, entendido como un país que produce bienes y servicios no financieros. En el horizonte no está más la revolución. Como dijo Mujica “hay que hacer un capitalismo en serio”. No hay pues utopías. Y esto sin duda lo quiere y acepta una buena mayoría de la población, y sin que quepa la menor duda una mayoría abrumadora de los seguidores, militantes y votantes del Frente Amplio. Los uruguayos grises y parsimoniosos pueden tener momentos de euforia, pero a la larga son pragmáticos y poco afectos a las utopías.

Pero siempre hay un segmento, especialmente joven, que adhiere a utopías. Que se rebela contra las injusticias del mundo y la sociedad en forma tajante, con el corazón inflamado. Ahora que la izquierda es el gobierno, es la racionalidad frente al idealismo, el pragmatismo frente a la utopía, los representantes del orden frente a la rebeldía, los mandantes de las fuerzas represoras frente a quienes instigan desbordes, entonces esa izquierda ya no puede asordinar a los libertarios, trasgresores, utopistas. Hace pocos días Uruguay descubrió que hay otra izquierda, que existe, que es una minoría muy pequeña pero muy apasionada. Y esa nueva izquierda, con mayor o menor violencia, con mayor o menor ruido, con el deliberado propósito de sustituir la institucionalidad o sin ese propósito, es un nuevo árbol del nuevo paisaje. Esta realidad existe.