19 Feb. 2006

Un Mercosur sin liderazgo

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Toda crisis es crisis de comando. Este aserto militar tiene su correlato político: toda crisis es crisis de liderazgo. El Mercosur no solo no funciona, sino que funciona un sistema de entendimientos bilaterales entre los dos grandes (Argentina y Brasil) al margen de y en clara violación de la letra y el espíritu del Tratado de Asunción. No funciona lo más elemental, el artículo primero de dicho tratado, que establece la libre circulación de bienes y personas. Si el Mercosur no funciona, está en crisis; si está en crisis es porque hay crisis de liderazgo.

Toda crisis es crisis de comando. Este aserto militar tiene su correlato político: toda crisis es crisis de liderazgo. El Mercosur no solo no funciona, sino que funciona un sistema de entendimientos bilaterales entre los dos grandes (Argentina y Brasil) al margen de y en clara violación de la letra y el espíritu del Tratado de Asunción. No funciona lo más elemental, el artículo primero de dicho tratado, que establece la libre circulación de bienes y personas. Si el Mercosur no funciona, está en crisis; si está en crisis es porque hay crisis de liderazgo. El liderazgo del Mercosur corresponde obviamente y sin discusiones a Brasil, por tamaño territorial y poblacional, por magnitud de su economía y en particular de sus exportaciones, sus importaciones y su mercado interno. Si hay crisis de liderazgo es porque Brasil no lidera y no lo hace porque ha demostrado incapacidad para hacerlo, en particular fuerte inmadurez para un rol tan significativo.

Alguien (un país, una empresa, una persona, un grupo) puede ejercer el predominio sobre otros por liderazgo o por dominación. La dominación se hace por la fuerza, supone la derrota pero no la aquiescencia del dominado, y tiene sus reglas y sus costos. El liderazgo es lo opuesto a la dominación, supone la conducción o predominio de uno con el apoyo del otro o de los otros. El liderazgo es un ejercicio de consensualidad. Requiere que el líder tenga alguna superioridad sobre los liderados, en uno o varios planos: moral, cultural, intelectual, educativo, tecnológico, industrial, militar, económico, estratégico, o tener más peso o prestigio en el concierto mundial. Y requiere que los liderados obtengan algo a cambio del reconocimiento del liderazgo. No es un quid pro quo, sino un juego la más de las veces sutil, en que el líder otorga algo a los liderados, un algo que puede ser poco para el líder que es un mucho para cada liderado: puede ser seguridad militar, tecnología, financiamiento, inversiones, mercado, apoyo en educación, salud o desarrollo social; puede ser una sola de estas cosas o más de una, o todas. Esto supone necesariamente que todo liderazgo, si lo es tal y no una mera dominación, supone costos para el líder. No hay liderazgos gratuitos. No hay posibilidad de liderazgo si no se está dispuesto a asumir los costos de un liderazgo. Y aquí está el quid de la cuestión: Brasil ha demostrado en forma consistente que no está dispuesto a pagar ningún costo a cambio del liderazgo, que lo quiere gratis.

Hasta ahora para sentarse en forma permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el único requisito es haber sido una potencia militar seis décadas atrás y ser hoy una potencia nuclear, como Estados Unidos, Reino Unido, Rusia en sucesión de la Unión Soviética y China (Francia es más bien una concesión de los poderosos, aunque luego devino en nuclear). Y para sentarse en el G8 (donde no está China, pero sí Alemania, Canadá, Japón e Italia) hay que ser una potencia industrial. Para entrar a uno u otro club exclusivo hay que tener fuerza propia en el campo correspondiente, o ejercer el liderazgo de un bloque significativo. Aquí viene otro problema de Brasil: la pretensión de sentarse en el club del Consejo de Seguridad sin ser potencia militar de primer orden, ni potencia industrial, sino en función de un liderazgo, lo cual es correcto, pero pretende ese liderazgo a cambio de nada para los liderados, lo cual es la mejor forma para no conseguirlo.

Brasil tiene una estrategia muy clara para sí, e Itamaratí es una diplomacia de alta escuela, con fina definición de objetivos y tácticas muy afinadas. Lo que falla no son las herramientas sino las premisas: pretender llevar adelante una fina política en pro de su liderazgo sobre la base de defender su interés nacional en todos y cada uno de los terrenos, sin concesión alguna a ninguno de los pretendidos liderados. Esa es su falla de base, donde la premisa se detona falsa. Pretender un arancel externo común del Mercosur para que sus socios sean brasildependientes y los productos brasileños sean más competitivos dentro de la región que los europeos, norteamericanos o asiáticos. Torpedear muchas veces con chicanas el libre comercio, con intervenciones judiciales de ignotos jueces de pueblos desconocidos. Defender su interés nacional inmediato en lo grande y también en lo pequeño y en lo micro, hasta llegar a la carne de ñandú, plumas incluidas.

Quizás la culpa no sea en particular de nadie identificable, sino que Brasil no puede ejercer el liderazgo hacia fuera porque no ha consolidado un liderazgo hacia adentro. La diversificación del poder político y económico, diversificación política entre fuerzas políticas pero también entre feudos regionales, la diversificación del poder económico entre poderosos grupos rivales pero también entre señoríos económicos estaduales o regionales. Es un quizás, no una tesis, es más bien una hipótesis, una tentativa de explicación de una falla tan grande. Cuando se miran los últimos 400 años en el mundo, se observa que todos los países que lograron un fuerte liderazgo o una clara hegemonía, lo hicieron a partir de poderes centrales consolidados, de grandes liderazgos nacionales, de elites dirigentes con vocación de grandeza estratégica, elites políticas, empresariales o militares. Porque imponer a un pueblo los objetivos estratégicos y hacerle pagar los costos inmediatos, requiere de una gran fuerza y una formidable capacidad de liderazgo.

Si a una gran falla de liderazgo se suma una segunda potencia regional inestable, oscilante, con objetivos cambiantes, parece fácil explicar por qué el Mercosur anda como anda, o mejor dicho, no anda como no anda.