30 Abr. 2006

“Argentina. Un país en serio”

Oscar A. Bottinelli

El Observador

En el filme “Una giornata particolare”, Marcello Mastroianni representa un ex locutor de la radio estatal italiana (el Eiar), que ha perdido el puesto por homosexual. Relata a Sofía Loren que se defendió con una carta que llevaba siempre en el bolsillo, en la cual un médico certificaba que no era homosexual. Esa es la prueba de que lo es, le contestaron: ningún hombre de verdad anda con un certificado de que es hombre.

En el filme “Una giornata particolare”, Marcello Mastroianni representa un ex locutor de la radio estatal italiana (el Eiar), que ha perdido el puesto por homosexual. Relata a Sofía Loren que se defendió con una carta que llevaba siempre en el bolsillo, en la cual un médico certificaba que no era homosexual. Esa es la prueba de que lo es, le contestaron: ningún hombre de verdad anda con un certificado de que es hombre.

Esta escena viene a cuento de la campaña publicitaria del gobierno argentino, que proclama “Argentina. Un país en serio”. Según la definición de que se haga de lo que es un país en serio, en el mundo hay unos cuantos. Si se considera por país en serio uno en que haya seguridad jurídica y política, respeto a los compromisos asumidos en el interior y hacia el exterior, estabilidad política, inequívoco funcionamiento de un sistema de derecho basado en conceptos democráticos, en el mundo debe haber no menos de una treintena de países que merezcan tal calificación. Que se sepa, ninguno de los que efectivamente revisten tal calidad llevan en el bolsillo certificados médicos de que son serios, ni necesitan hacer campañas publicitarias en tal sentido. Es inverosímil pensar en una campaña que diga: “Finlandia. Un país en serio”. Lo es y eso basta, sin necesidad de certificados médicos de hombría. A su vez Finlandia considera que Uruguay es un país en serio, que asegura certeza jurídica, seriedad de gobierno y estabilidad política, reglas de juego claras y justicia independiente y honesta para dirimir los conflictos. Esta pequeña república no necesita hacer campaña por el mundo “Uruguay. Un país en serio”. Sin duda necesita grandes promociones, pero para que se le conozca, no para que se reconozca su seriedad.

Estas crisis binacional ha permitido que los muchos argentinos y otros tantos uruguayos comiencen a descubrir que pese al origen común y a la aparente similitud, Argentina y Uruguay son países diferentes con culturas diferentes, donde seguramente cada cual debe creer que la suya es la mejor. Aunque quizás el mundo tienda a coincidir más con la visión que los uruguayos tienen de su país que la que los argentinos tienen del suyo. Aunque por tamaño, fuerza e importancia, quizás por un tiempo y dentro de determinados parámetros a los vecinos no les afecte demasiado la imagen que se tenga de ellos.

El presidente Kirchner, que es un hombre muy trasparente, ha expresado muchos elementos diferenciadores de la cultura de su país respecto a la oriental. Una es el concepto de poder, reglas de juego y límites al poder. El, su jefe de Gabinete, su ministro del Interior, no logran comprender qué poder tiene un presidente como Tabaré Vázquez que no logra detener las obras de una empresa privada. Creen pues sinceramente que o es un hombre débil o los está engañando. Porque no cabe en esas cabezas, en esa cultura, que un presidente esté limitado por un Parlamento, que los partidos y grupos políticos jueguen libremente, que no haya compraventa de legisladores, que los activistas sindicales o sociales sean espontáneos - no solo sin sujeción al poder, sino sin ser comprados por el mismo -, que los jueces en el error o en el acierto actúen con independencia y honestidad. Tampoco cabe la idea de que el Derecho puede limitar los poderes de un presidente y que las empresas privadas, las extranjeras pero también las nacionales, gocen de la garantía e independencia que les da el contrato.

A su vez, a los uruguayos les cuesta entender que los cientos de piquetes que se arman a los largo y a lo ancho de Argentina sean organizados, protagonizados y dirigidos por activistas a sueldo del gobierno nacional, que forman piquetes contra gobernadores, intendentes, jerarcas y empresas que no se sometan al poder central, con algunas y raras excepciones: una es la de los piquetes de Castells, quien es perseguido y encarcelado porque los piquetes sin venia presidencial son ilegales; otra es la los actividades de Gualeguaychú (todos o al menos la gran mayoría), que son militantes ambientalistas o vecinos bien inspirados, en el error o en el acierto creen en su causa.

Semanas atrás, en ese juego de ping-pong en que la pelota sobrevuela de ida y vuelta el Río de la Plata, Néstor Kirchner dijo que a él jamás se le ocurriría plebiscitar la amnistía a los violadores de los derechos humanos. Cuando uno se mueve en una cultura determinada, le cuesta darse cuenta de todas las cosas que exhibe en una sola oración. En Uruguay la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, que en los hechos y por interpretación de la Suprema Corte de Justicia es una ley de amnistía, fue sancionada como toda la ley por el Poder Legislativo y promulgada por el Poder Ejecutivo. La ciudadanía, el 25% de los inscriptos en el Registro Cívico Nacional, ejercieron su derecho a un recurso contra la ley, y en ese recurso triunfó en una relación de casi 6 a 4 la convalidación de la ley. En el error o en el acierto los uruguayos apoyaron la ley. El gobierno no convocó al referendum, sino lo hace una magistratura independiente llamada Corte Electoral; quizás en el error el gobierno no quiso el referendum, fue la oposición quien lo promovió, y el pueblo decidió. En la España de Francisco Franco Bahamonde, el plebiscito era un mecanismo de consulta y convalidación de los actos del jefe de Estado; era el caudillo quien convocaba a plebiscito y así obtenía siempre la legitimación popular para sus decisiones trascendentales. Jamás convocó un plebiscito sobre un tema inconveniente o que no le resultase claro el resultado. Así es la concepción plebiscitaria de Franco, que ahora exhuma Kirchner.

Los uruguayos creen en lo que dimana de las urnas, les guste o no. Los argentinos en general creen que las urnas son uno de los varios métodos para llegar o cambiar al poder, no el único ni el principal. El último presidente electo, el predecesor de Kirchner, no perdió el cargo en una elección o en un referendum, sino por el libre juego de los piquetes, cacerolazos y ladrillazos. Hay una larga lista de diferencias entre dos países muy parecidos, con troncos comunes, pero uno de ellos hace mucho tiempo que dejó de ser “la provincia que perdimos”, como se enseña en la escuela a los niños argentinos sobre Uruguay.