21 May. 2006

La ola de izquierda en Sudamérica

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Desde hace un corto tiempo hay una constante referencia a la existencia de una onda política hacia la izquierda en Sudamérica (en realidad se habla de “en América Latina”, aunque el fenómeno de marras no excede de los límites del continente sudamericano).

Desde hace un corto tiempo hay una constante referencia a la existencia de una onda política hacia la izquierda en Sudamérica (en realidad se habla de “en América Latina”, aunque el fenómeno de marras no excede de los límites del continente sudamericano). Por un lado esta ola – que en Uruguay algunos la llaman “de gobiernos progresistas” u “ola progresista” – es considerada como un único gran movimiento de corrientes políticas relativamente coincidentes en sus propósitos y, por ende, capaces de aplicar un mismo modelo hacia el interior de los países, hacia la integración continental y en un diseño común de política internacional. Para otros, la mencionada ola directamente no existe, sino que hay diferentes empujes de ideas también diferentes y algunas de ellas opuestas. Y quizás como variante de lo anterior, hay quienes consideran perimido el eje izquierda-derecha, cuya caducidad entienden operó con la caída del Muro de Berlín.

La idea de que con el desmoronamiento del sistema soviético quedó obsoleto el eje izquierda-derecha, presupone que este eje y esta terminología devienen de la dicotomía entre las ideas socialistas de la segunda mitad del siglo XIX y su contracara, es decir, que izquierda y derecha sería un eje en uno de cuyos extremos estaría la máxima adhesión a la revolución comunista (en los términos planteados por Marx y Engels) y el otro extremo la mayor oposición a esa revolución, expresada en términos autoritarios, cuya mayor encarnación sería el conjunto de movimientos clasificadas como fascistas. Esta definición del eje izquierda-derecha es correcta, como reformulación hecha de ese eje para el periodo que va más o menos desde la mitad o los tres cuartos del siglo XIX hasta el despunte de la última década del siglo XX.

Pero el eje izquierda-derecha como tal no nace allí, sino que como bien se sabe, con esta terminología, nace en relación al posicionamiento ideológico en la Revolución Francesa y las palabras surgen de la ubicación física de los convencionales vistos de la Mesa de la Convención; de izquierda son los convencionales sentados a la izquierda del presidente y de derecha los sentados a la derecha del mismo. En términos ideológicos, va desde las posturas más radicales en lo político (igualitarismo, republicanismo), lo religioso (laicismo anti-religioso) y lo social (defensa de la baja burguesía, el incipiente proletariado y las masas campesinas), a las tesituras más conservadores en los tres terrenos (monarquismo, clericalismo particularmente asociado al alto clero, defensa de la gran burguesía). El eje como tal se reformula permanentemente, pero no por ello desaparece. Pero más allá de la voluntad de cada quien, su uso continúa con toda fuerza en el terreno de las ciencias sociales y en Europa también en el uso político, tanto de actores políticos como de analistas.

En Europa los partidos se clasifican en de izquierda y de derecha, con los matices correspondientes. En Italia el gobierno así mismo denominado de centro-derecha fue desplazado por una coalición autodenominada de centro-izquierda, que comprende partidos de centro, de centroizquierda, de izquierda moderada y de izquierda radical, todos términos usados por los adversarios y por los propios. En España, en ese peculiar uso que se hace del plural, los de izquierda se llaman de izquierdas y los de derecha se denominan de derechas. El problema es que en Uruguay la palabra derecha no fue de buen recibo, más bien ha sido un término denigratorio; por eso siempre ha existido un peculiar eje donde en una punta está la izquierda y en la otra punta el centro. De centro se autocalificó un grupo inequívocamente de derecha (en la terminología europea) como el pachequismo, y de centro derecha son en esa misma terminología y fuera de toda duda el herrerismo y la Lista 15 de Jorge Batlle. Pero como los de derecha no aceptan usar el término, se tiende a descalificar el eje. Por otro lado, un grupo que en Europa sería de centro o centroizquierda (como el Foro Batllista), la izquierda y el grueso de la opinión pública lo consideran de derecha.

Hecha esta precisión. Cabe otra. En la reformulación del eje izquierda-derecha subsisten buena parte (no todas) de las bases clasificatorias que aporta la segunda mitad del siglo XIX y la primera mitad del siglo XX. Y aquí sí permite ver los elementos comunes y los elementos divergentes en la ola sudamericana. Como elementos comunes (con la única excepción de Chile) surge: Uno, que casi todos los movimientos suponen un fuerte cambio político en relación a la situación pre existente en los respectivos países. Dos, un relativo recelo a la política exterior de los Estados Unidos y a su hegemonía en el hemisferio. Tres, que promueven políticas en cuyo discurso hay un fuerte apoyo a lo social y a lo popular y una relativa desconfianza del mercado o búsqueda de freno al libre mercado puro. Pero esos elementos en común no deben hacer olvidar distinciones extraordinariamente fuertes, que tienen que ver con dos niveles: el análisis de las ideologías de los presidentes, y la correlación entre las ideologías de los presidentes y las mayorías parlamentarias que los soportan.

Presidentes de izquierda, en la definición clásica del término, son los de Brasil, Chile y Uruguay. De los cuales solamente el uruguayo entra en la clasificación de un gobierno de izquierda, en tanto composición plenamente de izquierda de las fuerzas políticas que participan en el gabinete y en la conformación de una mayoría parlamentaria. Brasil es un gabinete predominantemente de izquierda, con una mayoría congresional de centro a derecha. Chile tiene un gabinete de coalición de partidos de centro, centroizquierda e izquierda, con mayoría legislativa de la misma paleta. Chávez es difícilmente clasificable como un hombre de izquierda y responde más a los patrones clásicos de los populismos latinoamericanos circa mediados del siglo XX, así como Kirchner aparece como el populismo peronista redivivo de la primera mitad de los años cincuenta. Los populismos tienen muchos puntos en común con la izquierda, como también tienen muchos puntos en común con la derecha extrema; en general los populismos tienen poco y nada en común con las posturas del liberalismo político, y en particular del liberalismo político de centro. Y en ninguna de ambas clasificaciones entra un movimiento que responde a una realidad muy profunda, semimilenaria, como lo es el etnicismo indigenista de Evo Morales, más allá de que algunos alineamientos internacionales y medidas políticas puedan emparentarlo o con izquierdistas o con populistas.