30 Jul. 2006

Lo urgente de centralizar el mando

Oscar A. Bottinelli

El Observador

El gobierno pasa por una situación crucial; seguramente en el correr de este semestre se decida la suerte del mismo, para bien o para mal del gobierno, de la izquierda y del país. Hay profundas divergencias al interior del gobierno sobre la política económica, la reforma tributaria, la política exterior, el derecho de huelga y su corolario en cuanto a ocupación de empresas, la política de seguridad pública.

El gobierno pasa por una situación crucial; seguramente en el correr de este semestre se decida la suerte del mismo, para bien o para mal del gobierno, de la izquierda y del país. Hay profundas divergencias al interior del gobierno sobre la política económica, la reforma tributaria, la política exterior, el derecho de huelga y su corolario en cuanto a ocupación de empresas, la política de seguridad pública. El mayor problema es que esos conflictos no se resuelven y aparentemente no tienen formas ni ámbitos claros para su decisión. A lo que hay que sumar la bomba potencial del tema aborto, donde ya no hay una división interna de la mayoría, sino de un lado la totalidad del Frente Amplio (con algunas excepciones a título personal) y del otro lado en solitario y en posición intransigente el presidente de la República.

Por lo pronto como ámbitos de decisión existen el dictat del presidente de la República (que para que resulte eficaz requiere del insoslayable acatamiento por todos y cada uno de los gobernantes, administradores y legisladores de la mayoría), el Consejo de Ministros, la bancada de senadores, la bancada de diputados, la Agrupación de Gobierno, la Mesa Política (más el Plenario y eventualmente el Congreso), las reuniones de cabezas de lista. La correlación de fuerzas entre las siete corrientes frenteamplistas y el peso personal del presidente de la República son diferentes según cual fuere el ámbito elegido. Para complicar aún más la situación –con independencia de razones y de culpas– no funciona la relación entre el vicepresidente de la República y la mayoría parlamentaria en tanto nexo del gobierno con su soporte legislativo; tampoco funciona con eficacia el rol del presidente del Frente Amplio en tanto nexo del gobierno y del presidente de la República con la estructura frenteamplista. El problema se agrava si se observa que en dos de las siete corrientes comienzan a darse serios problemas internos: en uno casi ya no puede hablarse de que es una sola corriente, sino que está a mitad de camino entre la separación de cuerpos y el divorcio vincular; en el otro caso, hace impredecible el rumbo de esa corriente. Y en las demás corrientes, sin riesgos de divisiones, hay concepciones e intereses divergentes

A esto hay que agregar estilos personales, del presidente y de varios líderes. El presidente es una persona que no gusta del diálogo, ni del mano a mano ni en grupo; por naturaleza no es un zurcidor, ni alguien que destine horas a departir con sus ministros. El ministro de Economía tampoco gusta del diálogo; cuando habla es para explicar cómo son las cosas y qué debe hacerse, con criterio de clase magistral, sin dejar lugar alguno al diálogo. A lo que hay que sumar algunas características complicadas de otros líderes sectoriales o de los propios sectores. Más de la cuarta parte del tiempo de gobierno es suficiente para advertir que este es el problema más importante y urgente que tiene el oficialismo para resolver. Puede haber opiniones muy diversas sobre qué debe hacer el gobierno y a dónde debe ir. Parece que no puede haber opiniones divergentes sobre la necesidad de un cambio urgente de procedimientos; que por este camino la cosa no va. Tampoco puede haber opiniones demasiado divergentes (dejando de lado las que surgen de los naturales deseos de la competencia política) en que para el país es muy peligroso que este gobierno fracase, a tan corto tiempo de lo que la gran mayoría de la sociedad entiende como fracaso de los partidos tradicionales y sin que esa gran mayoría sienta que aparecen soluciones alternativas. En estas condiciones, guste o no, el fracaso del Frente Amplio podría llevar a una argentinización de la política uruguaya, a una anomia, al que se vayan todos.

En política y en el gobierno hay muchos estilos y formas de conducir y de tomar decisiones. La elección de un estilo o de otro depende más de las características personales de quienes tienen sobre sí la responsabilidad de decidir, y también de la complejidad del entramado de apoyo político. El Frente Amplio generó durante mucho tiempo y en diversas etapas un ámbito central de toma de decisiones, con diferentes nombres y protagonistas. Así fue que entre 1971 y 1973 ese ámbito lo presidió Seregni, integrado además por Arismendi, Cardoso, Michelini y Terra. En 1984 lo compusieron Seregni, Batalla (un tiempo), Cardoso, Massera y Young. Luego por casi cinco años fue integrado por Seregni, Batalla, Gargano, Gerschuni Pérez y Lescano. Hubo otros, en el medio y después. Y funcionaron lo mejor que pudieron funcionar. Tabaré Vázquez no es Seregni y Seregni no es Vázquez. En un doble sentido: Seregni tenía una capacidad de zurcir, hablar y escuchar, destinar las horas de las horas a buscar soluciones, cosa que le es ajena por temperamento a Vázquez. A su vez Vázquez tiene un poder de convocatoria popular, una fuerza popular que (casi) nunca tuvo Seregni. El general solo pudo imponer su decisión a título de dictat desde la salida de la cárcel y por no mucho más de un año. Vázquez ha demostrado hasta ahora ganar todas las veces que impuso el dictat. Esa es una gran diferencia.

Pero sea cual fuere el método, la composición del ámbito, la forma de decidir, el papel del conductor, el tiempo que destine a zurcir, la cantidad de veces que imponga su decisión a rajatabla, lo que aparece como urgente es que se decida la construcción de un ámbito superior único, decisor en última instancia, sin apelación. Que se sepa que es así y cuáles son las reglas de juego. Le va la vida al gobierno, le va la vida al Frente Amplio, en que esto se procese con la mayor velocidad.