20 Ago. 2006

Los juegos de poder alrededor del TLC

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Desde que se avizoró la posibilidad de un tratado de profundización comercial o de un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos de América, se supo que a la izquierda se le planteaba el problema más difícil de política exterior y uno de los dos o tres problemas más complejos en general de todo el periodo de gobierno.

Desde que se avizoró la posibilidad de un tratado de profundización comercial o de un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos de América, se supo que a la izquierda se le planteaba el problema más difícil de política exterior y uno de los dos o tres problemas más complejos en general de todo el periodo de gobierno. En la izquierda, particularmente en su dirigencia y su militancia, predomina un antinorteamericanismo visceral, profundo, ideológico, que responde a visiones del mundo y concepciones históricas muy arraigadas. Y también en la izquierda fue casi unánime hasta poco tiempo ha una concepción ideologizada de las relaciones internacionales.

La primera dicotomía es pues entre la realpolitik y la política basada en principios e ideologías. La segunda dicotomía va respecto al tema puntual, en cuanto a una fuerte ligazón o no con los Estados Unidos. La tercera dicotomía tiene relación con que un tratado individual de Uruguay puede coludir con su pertenencia plena al Mercosur, lo que lleva entonces a que las opciones tengan que ver con la permanencia total en el bloque regional o desatar las ataduras, todas o algunas. Estas últimas dos dicotomías se interrelacionan en el debate y plantean una diferencia fuerte con la polémica en Colombia, Ecuador o Perú. En estos países la discusión es sí o no a un TLC con la potencia del norte; aquí la discusión va entre un TLC con Usa y cierta separación de cuerpos con el Mercosur, o hacia la fidelidad integral al Mercosur y la imposibilidad de un TLC comme il faut.

Estas dicotomías se superponen con las divergencias entre concebir el gobierno frenteamplista como un gobierno de cambio profundo, cuasi revolucionario, o verlo desde una postura más pragmática, de ajustes, modernizaciones y reformismo.

Pero además de las controversias de fondo, a las tres dicotomías mencionadas, estas negociaciones constituyen el escenario de múltiples juegos de poder, algunos de los principales (y no todos) son:

Uno. La controversia entre el poder presidencial (del presidente y de su entorno) y el poder de los sectores políticos. En esta vieja puja aparecen cuatro tipos de sectores: a) los de perfil propio que a la corta o a la larga requieren actuar según su perfil, como MPP, Partido Comunista o Asamblea Uruguay, sectores que coincidirán con el presidente cuando su perfil y la postura circunstancial del presidente se encuentren en el mismo meridiano; b) los que buscan como línea permanente el seguimiento al presidente y la identificación con el primer mandatario, como la Alianza Progresista en conjunto y por separado sus tres elementos componentes; c) los que tienen en su seno una fuerte controversia entre el perfil propio y el seguimiento presidencial, como el Partido Socialista; y d) los dos con una realidad más compleja y matizada, ya fuere por su posicionamiento global como la Vertiente Artiguista o por la creciente complejidad de su situación interna, como el Nuevo Espacio.

Dos. La controversia al interior del Partido Socialista que enfrenta de un lado a los seguidores de Gargano (o los que llevan una línea de cierto acuerdo con el canciller) y del otro a los seguidores del presidente de la República. Que es a su vez una confrontación entre la visión de un PS con perfil propio, histórico y diferenciado y la visión de un PS como “el partido del presidente” o “el partido de Tabaré”

Tres. La controversia que lleva casi tres lustros, en torno a la figura de Danilo Astori y su eventual posibilidad de candidato presidencial o de referente principal del Frente Amplio

Cuatro. El juego específico de poder en cuanto al control de la Cancillería, disputa que data desde el día siguiente de las elecciones nacionales y continúa sin interrupción, con sucesivos rounds. Como es obvio de un lado se encuentra el Canciller Gargano y enfrente diversos contendientes, que no necesariamente coinciden siempre, pero que primordialmente son (dentro del Frente Amplio) el entorno presidencial y el equipo económico.

Todos estos juegos de poder tienen como marco un peculiar estilo de conducción de parte de Tabaré Vázquez que, como se ha escrito en varios análisis, se caracteriza esencialmente por una delegación plena de la conducción en las áreas respectivas, el juego pendular entre las posiciones de los diversos actores de segunda línea, el arbitraje de las disidencias y en ocurrencias la imposición de una línea propia. Hay tres cosas ajenas al estilo del actual presidente: salvo rarísimas excepciones no marca el rumbo con claridad inequívoca y más allá de toda duda; no trabaja en el silencioso y fatigoso zurcido y bordado de diferencias internas; no realiza una acción didáctica para llevar a la gente y a los dirigentes hacia la posición y el rumbo que el gobierno quiera recorrer (no los realiza, entre otras cosas, porque el rumbo la mar de las veces no está predeterminado y surge sobre la marcha). Este estilo supone largos silencios.

Hasta ahora, la controversia entre los actores del segundo nivel, del nivel inferior al presidencial, servía para el desgaste de estos dirigentes y el abrir espacio a la necesidad del dictat decisorio. La persistencia en este camino está evidenciando sus límites, porque como pasa en la actualidad, el nivel de compromiso de los dirigentes y de los sectores, la solidez de las posiciones asumidas hacia un lado o hacia el otro, el mutis del presidente, todo ello junto comienza a señalar el riesgo de debilitamiento de la figura presidencial.

A lo que se suman otros hechos. Uno es el juego de declaraciones contradictorias o evasivas. Otro es cuando en relación al conflicto con Argentina queda prisionero de una estrategia del entorno presidencial que lo lleva a desplazar del tema al Canciller, al acuerdo con Kirchner (11 de marzo en Santiago de Chile), a desdecir el acuerdo y finalmente al fracaso de ese camino y devolver la conducción del tema al ministro de Relaciones Exteriores. Otro, aunque el presidente no aparece directamente involucrado, el segundo envión de figuras allegadas al presidente de dar la estocada final al Canciller - declarando que su papel tiene valor cero - que culmina en el fortalecimiento de quien se quiso estocar. Pero además la suma de pasos y declaraciones contradictorias, como la que pronuncia con Chávez a su flanco o la que declara en la Casa Blanca. Y todos estos pasos débiles le han impedido a su vez capitalizar en toda su dimensión grandes logros como esa gira por México y Estados Unidos (reunión con Bush como elemento principal), su actuación en la Conferencia de Viena o su estrategia en relación al juicio en la Corte Internacional de Justicia.