27 Ago. 2006

De claros, oscuros y grises

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Hay temas que provocan algo más profundo aún que el más profundo de los daltonismos, ya que en esta enfermedad se ve en blanco, en negro, todos los grises y algunos colores. En el daltonismo analítico solo se ve el blanco y el negro, sin ningún color ni matiz, sin siquiera ningún tono de gris; algo así como los primeros monitores blanco y negro de los viejos PC XT.

Hay temas que provocan algo más profundo aún que el más profundo de los daltonismos, ya que en esta enfermedad se ve en blanco, en negro, todos los grises y algunos colores. En el daltonismo analítico solo se ve el blanco y el negro, sin ningún color ni matiz, sin siquiera ningún tono de gris; algo así como los primeros monitores blanco y negro de los viejos PC XT. La negociación del acuerdo comercial con los Estados Unidos de América es uno de esos temas que anulan los grises y los colores a muy buena parte de actores políticos, sociales y empresarios, así como analistas y periodistas; lo mismo ocurrió con el anterior Tratado de Protección Recíproca de Inversiones con la misma potencia.

Con la ratificación parlamentaria del Tratado de Inversiones, como se lo conoce en forma abreviada, confrontó inicialmente dos posiciones: una a favor de la aprobación lisa y llana, tal cual había sido firmado, postura patrocinada por el vicepresidente Nin Novoa y los ministros Astori y Lepra; la otra postura, en pro del rechazo también liso y llano, contó con el auspicio de los ministros Arismendi y Mujica. Y apareció una tercera posición, encabezada por el canciller Gargano, en pro de aceptar el Tratado si la contraparte, los Estados Unidos, aceptaban tres modificaciones. El presidente se inclinó por esta postura, se lograron las modificaciones y así obtuvo la ratificación parlamentaria. La mayoría de los senadores frenteamplistas y la mayoría de los diputados frenteamplistas manifestaron - ya en público ya en privado - que votaban la ratificación solamente porque hubo esas modificaciones y si no, se hubiesen opuesto. Para muchos defensores del Tratado inicialmente firmado, especialmente para figuras del anterior gobierno, ninguna modificación fue sustancial. Lo que puede ser, pero para quienes las enmiendas fueron sustanciales para dar el voto, el matiz no era menor. Entre un Sí y un No, cada uno pone en un lugar diferente el punto que marca la barrera; ese punto normalmente es muy sutil y subjetivo, importante para cada uno, y esa valoración es personal e intransferible. Si alguien está dispuesto a comprar por 999,99 dólares pero no por 1000, ese mísero centavo deviene trascendente.

Pese a lo determinante que resultó ese camino del medio, al especial destaque que le dio el presidente de la República, hasta hoy una parte considerable de actores, analistas y periodistas siguen creyendo que triunfó la postura de aprobación lisa y llana del Tratado.

Con el acuerdo de profundización comercial con los Estados Unidos pasa lo mismo. Muchos ven que hay un TLC con Estados Unidos o no hay nada. Para entusiastas de un acuerdo con el Norte basta que se pacte el ingreso de un churrasco para festejar la celebración de un TLC. Para opositores recalcitrantes ese mismo churrasco significa una claudicación incondicional ante el imperialismo. Más allá de esta caricatura hay una gama muy basta de posturas y situaciones, en uno de cuyos extremos se encuentra un TLC de formato clásico, como el de Chile, y en el otro extremo la no celebración de ningún nuevo acuerdo entre Uruguay y la potencia del norte. Ese acuerdo podrá estar más cerca o más lejos de un TLC y eso comenzará a orejearse (posiblemente) en el correr del mes de octubre. Pero no es casual que el presidente de la República no haya usado el nombre compuesto de Tratado de Libre Comercio ni en su exposición en Punta Cala ni en el documento entregado a los partidos políticos. Tampoco es casual que el ministro de Economía, que sí usó ese nombre compuesto abreviado como TLC en Punta Cala, no mencionó ni una vez las palabras Tratado de Libre Comercio en la interpelación senatorial promovida por el presidente del Partido Nacional.

El ex presidente Sanguinetti dijo que si un término molesta, se le puede sustituir por otro. Parecería que para él el nombre no hace a la cuestión, y refirió que eso se hizo con la Ley de Caducidad. Dado que bajo ningún concepto el Partido Nacional estaba dispuesto a votar una Ley de Amnistía, con ese nombre, el nombre se cambió por Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado. Como se sabe en derecho no hay redundancia y palabras distintas implican conceptos diferentes. Si bien en un primer momento la Suprema Corte de Justicia (por 3 votos a 2) consideró que la Ley de Caducidad era una Ley de Amnistía, en los últimos años la jurisprudencia fue en sentido contrario. En una amnistía los delitos se extinguen; sin embargo, en esta Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva no se consideran extinguidos los delitos, sino precluida la pretensión punitiva contra individuos que invistiesen determinada condición y hubiesen actuado en encuadres precisos. Ni Juan Carlos Blanco hubiese sido procesado ante una Ley de Amnistía, ni hubiese podido haber este proceso en curso contra un conjunto de militares. El nombre hace a la cosa. Guste o no, y ese es otro tema, el gobierno no va hacia un Tratado de Libre Comercio sino hacia otra cosa que, cabe repetir, puede estar muy próxima a un TLC o muy lejos de ella, y lo más significativo para la interpretación será si surge o no la creación de una Zona de Libre Comercio, y si el principio general que regiría la Zona (de crearse) sería que todo es libre salvo lo que se pacte como excepción y por un tiempo determinado.

Falta que comience la segunda etapa de las conversaciones, las negociaciones propiamente dichas, para saber efectivamente hacia dónde va el rumbo; porque entre ir al Norte o ir al Sur, hay 180 grados de diferencia, cada uno con 60 minutos y cada minuto con 60 segundos. Cabe pues esperar para ver con absoluta precisión hacia dónde se encamina esto.

Desde las posiciones antagónicas entre Astori y Gargano de semanas atrás, y la amplia proximidad demostrada entre ambos en la interpelación, el gobierno ha recorrido un buen trecho. No fue una aproximación terminológica, sino un gran acercamiento, sin duda forzado por el llamado a sala del senador Larrañaga. Convergencia que supuso para el titular de Economía (el último mohicano) abandonar las palabras Tratado de Libre Comercio. También fue claro Astori en la importancia de la pertenencia a la región y a la no ruptura de los vínculos regionales. Sin duda hay una fuerte diferencia de énfasis entre el titular de Economía y el canciller (quien además expresa el pensamiento de casi los dos tercios de los senadores oficialistas y mucho más de los dos tercios de los diputados frenteamplistas), pero ahora es a partir de una coincidencia sustantiva.

Una vez más, conviene mirar la realidad con todos sus matices, con todas las tonalidades de gris y todas las tonalidades de todos los colores. Si no, no se la entiende.