01 Oct. 2006

Un país suavemente ondulado

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Una solución a la uruguaya es aquélla que conlleva el menor nivel de riesgos, los cambios menores, el ritmo más lento, la menor conflictividad, no provoca grandes alegrías ni tampoco enormes decepciones. Como quien dice, lo más acorde a la clásica definición escolar de país suavemente ondulado, de clima templado y sin temperaturas extremas.

Una solución a la uruguaya es aquélla que conlleva el menor nivel de riesgos, los cambios menores, el ritmo más lento, la menor conflictividad, no provoca grandes alegrías ni tampoco enormes decepciones. Como quien dice, lo más acorde a la clásica definición escolar de país suavemente ondulado, de clima templado y sin temperaturas extremas. Así, dentro de los más clásicos parámetros de la uruguayidad, fue que el presidente de la República definió qué hacer en relación a una negociación comercial con los Estados Unidos de América. Se desestimó ir directamente a un Tratado de Libre Comercio mediante la vía rápida (fast track) y se optó por un Acuerdo Marco de Comercio e Inversión (Trade Investment Framework Agreement), alias TIFA. Con ello despejó la conflictividad al interior del Frente Amplio, así como al exterior del país con Argentina, Brasil y Venezuela.

Para quien analizase detenidamente la forma de operar de Tabaré Vázquez, el entramado de juegos de poder en la fuerza política gobernante y las distintas aristas de la política exterior, este resultado no fue para nada inesperado. No era previsible la forma exacta, pero un dato de la realidad era que Uruguay no iba a firmar un TLC clásico. Sin embargo, la visión trasmitida al país por la abrumadora mayoría de los medios de comunicación y por los representantes empresariales fue otra, como otra fue la convicción de que el país iba inexorablemente a un TLC. La pregunta es ¿qué pasó? ¿por qué hubo un despiste tan grande de comunicadores y empresarios?

En primer lugar y lo más relevante es que más que nunca el deseo propio y la ideología propia llevaron a mucha gente a captar mal los hechos y las señales. Un sector del país se basó en la teoría del pensamiento único, es decir, en que hay un único camino obvio, sensato, y lo que no va por allí es irracional. Esa forma de ver la realidad, el no entender que hay gente que ve las cosas de manera diferente, con objetivos distintos y propósitos también diferentes, es una forma de autismo. Para colmo se simplificó todo por efecto de la garganofobia, que puede sintetizarse en: hay un canciller viejo y gruñón, que piensa chapado a la antigua y es el único que se opone al TLC. Una frase reiterada fue: “solo Gargano se opone al TLC”.

Y de aquí vienen varios errores de diagnóstico. Uno fue la sobrevaloración del peso del equipo económico, sobrevaloración sustentada en los mensajes que partían hacia los formadores de opinión desde el propio equipo económico y desde figuras integrantes del o cercanas al entorno presidencial. Dos, la subestimación del peso del canciller, sobre el cual se llegó a decir que cuenta cero en la política de este gobierno. Tres, el no percibir que más de una vez los mensajes que parten del entorno presidencial o de su cercanía no coinciden con lo que termina haciendo el presidente de la República, que es un hombre mucho más solitario y menos manipulable de lo que se cree (o nada manipulable). Cuatro, que el canciller no era un hombre solitario sin representatividad alguna, sino que expresaba el pensamiento de muchos dirigentes y muchos militantes de la izquierda, se transformó en el referente del pensamiento dominante en la militancia de izquierda.

La oposición a un TLC clásico contó desde el inicio con una sólida mayoría en el Partido Socialista, la totalidad de Democracia Avanzada (Partido Comunista y aliados) y al menos la mitad del Movimiento de Participación Popular (mitad que luego devino en clara mayoría). Pero además contó con figuras influyentes como el senador Alberto Couriel (que no pertenece a sector alguno, con la fuerza que ello da) y como el economista José Manuel Quijano, hombre independiente, que votó al Frente Amplio en 1984 y nuevamente en 2004, pero en el ínterin estuvo por fuera y en confrontación con el FA, considerado un hombre de izquierda moderada, nada radical. También apareció en escena un politólogo del nivel de Gerardo Caetano (normalmente alejado de la toma de posiciones políticas) para sembrar dudas sobre la conveniencia de un TLC ahora y plantear la conveniencia de un gran debate nacional sobre el tema. Más una actitud dura y militante del PIT-CNT. Se fue pues conformando un vasto espectro de posturas cuestionadoras o dubitativas, con puntos de partida diferentes y énfasis diversos. Al final, la definición de la Vertiente Artiguista termina por fortalecer la balanza opositora.

El apoyo al TLC, que tuvo su máximo auge cuando la Conferencia de las Américas en Punta Cala el 9 de agosto, comienza a declinar en la discusión pública. Astori, el equipo económico, el vicepresidente Nin Novoa, la Alianza Progresista, el ministro de Industria Jorge Lepra, parecen ir perdiendo fuerza en su argumentación. La interpelación del líder de la oposición a los ministros de Economía y Relaciones Exteriores sirvió para que Astori diese el primer paso hacia el debilitamiento de su férrea defensa del Tratado de Libre Comercio.

Por su parte, el presidente de la República partió de dos datos: no tenía claro lo que quería, pero sí sabía con exactitud que buscaba un mejoramiento comercial con Estados Unidos y pretendía evitar una ruptura con el Mercosur. Y siguió su estilo habitual de emitir declaraciones contradictorias, algunas tajantes (el TLC no está en la agenda del gobierno) y la mayoría crípticas. Hasta el discurso en Punta Cala que fue leído como una decisión de ir al TLC, estuvo lleno de párrafos ambiguos y con escapatorias. Tabaré Vázquez como siempre no se encerró en ningún corral de ramas, esperó a tener todas las cartas sobre la mesa y a partir de allí, con un panorama muy claro, tomó en solitario la decisión final.

El análisis de los sucesos lleva además a la verificación de algunos cambios significativos, cambios que podrán ser duraderos o fugaces, pero que hoy existen. En primer lugar aparece el debilitamiento del ministro Astori y del equipo económico: es la primera derrota de Astori en el año y medio de gobierno. En segundo lugar el fortalecimiento del canciller; los hechos llevaron a una polarización Astori-Gargano, en que el titular del Palacio Santos resultó victorioso (la otra victoria del Espacio 90 es haber logrado su anhelado sueño de construir una polarización socialistas-Astori, que siempre les fue esquiva). En tercer lugar, el papel secundario de José Mujica, que por primera vez en estos dieciocho meses no aparece en los primeros planos de la decisión.

Estos cambios seguramente impactarán hacia las elecciones internas del Frente Amplio del 12 de noviembre, y el resultado de esas elecciones impactará sobre el peso específico de los principales dirigentes, y verificará si estos cambios son duraderos o fugaces. El presidente, por su parte, logró salir airoso del juego interno.