15 Oct. 2006

Un nuevo rol desconocido

Oscar A. Bottinelli

El Observador

A lo largo de las casi dieciocho décadas de existencia como estado independiente, este país ha tenido ante sí tres papeles en relación a la región. El primero, desde la firma de la Convención Preliminar de Paz que creó el Estado de Montevideo hasta el fin de la Guerra de la Triple Alianza, fue un territorio dentro del cual se prolongaron las luchas internas de los vecinos, fundamentalmente de Argentina.

A lo largo de las casi dieciocho décadas de existencia como estado independiente, este país ha tenido ante sí tres papeles en relación a la región. El primero, desde la firma de la Convención Preliminar de Paz que creó el Estado de Montevideo hasta el fin de la Guerra de la Triple Alianza, fue un territorio dentro del cual se prolongaron las luchas internas de los vecinos, fundamentalmente de Argentina. Luego sobrevinieron dos tipos de roles: el de aislamiento respecto a la región y naturalmente a los vecinos, y el que existió hasta hace muy poco tiempo, de fiel de la balanza entre Argentina y Brasil, de pendular aliado condicional de uno o del otro, de estado neutral entre ambos, de amigable componedor. Este último papel es sin duda el que más cuadra en la mente de la sociedad, para el que más están preparados los gobernantes y diplomáticos uruguayos; es una especie de destino manifiesto. Destino complementado con el de gestor de buenos oficios, solucionador de controversias y además beneficiario de las disputas por cargos y sedes: es la sede natural de un organismo regional, es el candidato natural a un cargo codiciado por los poderosos enfrentados entre sí.

Hace unos pocos años la realidad cambió y sencillamente este país se encuentra en una posición para la cual carece de oficio o, más aún, que le resulta contranatura: ser parte en un conflicto, sentirse agredido, ser acusado por otro de ser un agresor; para peor, ser considerado agresor del medio ambiente, precisamente uno de los bienes preciados de este país. Y como siempre supo ser buen componedor, es mal confrontador; toda su habilidad negociadora y su peso negociador se derrumban al ser parte en un conflicto y ser ignorado – como dicen los jóvenes, “ninguneado” – por quienes hasta hace poco reclamaban los oficios de este amigable gestor.

A esto se suma otro hecho: la pérdida de peso en el Mercosur que significó el ingreso de Venezuela. Gobierno y oposición han fundamentado el ingreso de Venezuela en torno a los aportes positivos o negativos de esta Venezuela de Chávez, desde el gobierno voces hay que han fundamentado el ingreso en el equilibrio que los petrodólares podrían hacer al peso de Brasil. Pero más allá de Chávez, de Venezuela y de su actual embriaguez de petrodólares, hay un tema que poco se ha discutido, y es que cualquier ampliación del Mercosur por sí sola le restaba protagonismo al país en el bloque regional; cualquier ampliación, de quien fuere. Uruguay supo jugar en un esquema de tríadas, porque esencialmente eso era el Mercosur, un juego entre Argentina, Brasil y Uruguay. No está acostumbrado a que haya otra tríada (Argentina-Brasil-Venezuela) y pasar a cumplir un papel más cercano al que hasta ahora cumplía Paraguay.

Si esto pareciese poco, hay que agregar otro elemento. Uruguay y Argentina discuten en distinta frecuencia de onda. Cuando el fallo en La Haya aquí se escribió: “Argentina como país, como sociedad y como gobierno tiene una cultura de baja credibilidad en el imperio de la norma, de la norma misma y del sistema judicial como ingeniería para que la norma efectivamente impere. La tradición del país vecino privilegia la fuerza y la astucia por sobre la judicialidad. Cultura producto de muchas cosas, pero entre otras de la politización en algunos casos y la corrupción en otros de las instancias judiciales, Suprema Corte de Justicia incluida, y también del gusto y regusto por la primacía de la fuerza. La tradición uruguaya es lo contrario y dicho despectivamente puede decirse que es una tradición leguleya; no hay controversia política por fuerte que fuere, que en gran medida no se plantee como una lucha de interpretaciones jurídicas. Como país pequeño, integrado, con cierto grado de homogeneidad social, mediatizador, de clima templado y suelo suavemente ondulado, el uruguayo tiende a apelar al juicio o al arbitraje, a la vigencia de la norma, por encima de la imposición de la fuerza” (El Observador, 16 de julio de 2006)

Pero la diferencia de frecuencia de onda se potencia con lo que los periodistas de la vereda de enfrente denominan “El estilo K”. Estilo que solo es entendible desde dos ángulos: la psicológica del personaje y su concepción del juego de poder. El juego de poder de Kirchner y su psicología coinciden en partir de escenarios dicotómicos, en que se ve a sí mismo (y por ende a su gobierno y su país) en posición de dominante o de dominado, sin concebir la existencia de una postura intermedia, de compartir el poder (salvo quizás en relación a potencias que considere superiores, en donde salir de la posición de inferioridad y situarse de igual a igual es funcional a su visión de poder). En los juegos de poder, en las definiciones militares, hay dos concepciones frente al vencido: “a enemigo que huye, puente de plata” y la otra, a la que adhiere K, que a enemigo en huída se le persigue y se le aniquila. No hay triunfo sin la rendición incondicional del vencido y su plena sumisión al vencedor, o en caso contrario, sin la aniquilación del vencido. Y no hace distingos de poder o estatus, pone el mismo empeño y asume los mismos costos y esfuerzos en aniquilar a un competidor presidencial como al intendente de un ignoto departamento de una poblada y lejana provincia. No admite una derrota, sin importar el costo de no admitirla.

A esto debe sumarse su concepción del Uruguay y de Tabaré Vázquez. Más de un gobernante argentino (y más de uno brasileño) ha jugado la política rioplatense a partir del concepto de “la provincia que perdimos”, pero que sigue siendo provincia y como tal hay que tratarla. Por otro lado cree que Tabaré Vázquez es presidente gracias a él, lo que parte de un error de concepto: Tabaré no ganó por un margen de 10 mil votos, que es lo que le permitió eludir el balotaje, sino por una diferencia de más de 70 mil votos (ver análisis en El Observador del 26 de marzo de 2006); los votantes que vinieron desde Argentina, quizás 15 mil, no fueron decisivos para el resultado sustantivo. Pero lo que es cierto es que Vázquez le pidió ayuda y Kirchner se la dio generosamente: en facilidad para que los uruguayos cruzasen el charco a votar, en mensaje a los empresarios argentinos para que abriesen generosamente sus billeteras (que las abrieron y a raudales). A partir de estos datos considera que el presidente uruguayo debe rendirle la misma obediencia que el gobernador de Santa Cruz. Y como no lo hace, actúa con la furia con que enfrenta a un desertor o un desleal.

En este cuadro es que Uruguay debe empezar a construir una estrategia de larga duración, basada en la realidad de que la confrontación con Argentina no es pasajera ni episódica.