21 Oct. 2006

Algunas claves hacia el 2021

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Cuando El Observador pegaba su primer vagido, el país discutía el tamaño y el papel del Estado, el cuánto de Estado y el cuánto de mercado, la necesidad de modernizar y reformar el Estado, las relaciones laborales, más genéricamente el modelo de sociedad y el modelo de Estado, el desafío de modelo en cuanto a producción, la necesidad de reformar la educación y el sistema de salud, la preocupación por las señales de división social en la sociedad uruguaya y la alarma producida porque en ese entonces el 40% de los niños nacían por debajo de la línea de pobreza.

Cuando El Observador pegaba su primer vagido, el país discutía el tamaño y el papel del Estado, el cuánto de Estado y el cuánto de mercado, la necesidad de modernizar y reformar el Estado, las relaciones laborales, más genéricamente el modelo de sociedad y el modelo de Estado, el desafío de modelo en cuanto a producción, la necesidad de reformar la educación y el sistema de salud, la preocupación por las señales de división social en la sociedad uruguaya y la alarma producida porque en ese entonces el 40% de los niños nacían por debajo de la línea de pobreza. Todos estos temas, algunos con enfoques diferentes o diversos énfasis, están pendientes. En otros se ensayaron caminos y fueron frenados, o se ensayaron y fracasaron, o hubo ensayos quinquenales, todos partiendo de cero y hacia rumbos no coincidentes.

Lo único claro en aquel final de octubre de 1991 era la inserción internacional del país: la sociedad había consensuado contruir el cuarto bloque económico del mundo, que del arranque mismo situaba al país ante un mercado de 200 millones de habitantes y, además, lo hacía el lugar más atractivo para la radicación de empresas destinadas a servir y a producir para el consumo de esos 200 millones de habitantes. El optimismo mercosuriano llevó a estampar en el pasaporte el nombre de este bloque, devenido en bloque político a partir de este acto de imprenta. Apenas cuatro años después, la inserción internacional recibía un segundo espaldarazo: la firma de Julio Ma. Sanguinetti y Felipe González, presidentes pro tempore del Mercosur y la Unión Europea, que abrían así el camino hacia la conformación del primer bloque económico del planeta, antesala además de un gran bloque político. Los puentes sobre el río Uruguay apenas descortados días atrás, son el símbolo de la necesidad de agregar la inserción internacional del país a los temas pendientes.

En estos tres lustros, además, se acentuaron las divisiones sobre la autopercepción del país y de la sociedad uruguaya. Por un lado ha ido perdiendo fuerza el imaginario dominante de un país básicamente europeo, moldeado por la inmigración, a la cabeza de y distinto a todo el resto de América Latina; ha perdido peso, pero subsiste en un segmento significativo de la sociedad. Por otro lado revive la simbología del país hispano-criollo, enancado en el discurso telúrico nacionalista más lo que agrega el creciente peso de la izquierda de sintonía histórica blanco-herrerista. Pero lo más significativo es la aparición de un tercer segmento, creciente, quizás dominante en algunas áreas, que concibe a esta sociedad como típicamente latinoamericana, promedialmente latinoamericana, con sus mismas carencias y limitaciones, necesitada de la ayuda y el conocimiento que pudiesen aportar Cuba o Venezuela para resolver problemas como la salud o la educación. En estos lustros nació y murió, o se redujo a un segmento cuantitativamente reducido, quien apostó a una sociedad con mucha imagen y semejanza a la norteamericana, a los modelos latinos-norteamericanos, de la mano del más puro liberalismo económico. No hay proyecto de futuro si no hay acuerdo sobre el diagnóstico de qué es la sociedad presente. Para saber a dónde se va, primero hay que tener claro qué se es y de dónde se viene.

Para los próximos 15 años, hacia el 2021, quedan pues muchas incógnitas a despejar. Hay un conjunto de temas clave que el país debe debatir y la sociedad uruguaya resolver:

Uno. El destino geopolítico en un mundo que camina hacia la conformación de grandes bloques. Porque la inserción internacional del país no es solo un tema de comercio y aranceles, sino que es en principio de comercio y aranceles y a partir de allí de interrelacionamiento económico y político, de asociación en lo económico y en lo político. Lo único decidido en los últimos días (quizás decidido) es hacia dónde no va el país. Lo demás son un conjunto de aspiraciones, cuyo emprendimiento depende más de la voluntad ajena que de la propia, aunque depende y mucho de la capacidad de diagnóstico de la realidad internacional que la dirigencia nacional tenga, y luego, de la capacidad de operar sobre esa realidad.

Dos. El modelo de sociedad y de Estado. Por un lado tiene que ver con cuánto de Estado y con cuánto de mercado, pero por otro lado tiene que ver con cuánto de partidos políticos y cuánto de corporaciones, con cuánto de regulación estatal y con cuánto de libre juego de los actores económicos y de los actores sociales, con cuánto de diversidad y cuánto de pensamiento único.

Tres. El desafío de modelo en lo relativo a producción. Qué va a producir el país, para qué, para vender a quién. Cuál es el destino del agro, cuál el de los servicios, cuál y cuánto el de la alta tecnología.

Cuatro. Cómo va a ser la educación. Qué se va a enseñar, cómo, por quiénes y a quiénes. Debate que debe comenzar con el consenso de que ningún plan educativo puede ofrecer resultados si se lo cambia cada cinco años y también debe discutirse si, como muchos creen, el problema más importante del sistema educativo es cómo se eligen las autoridades de la educación

Cinco. Cómo se enfrentan las diferencias sociales y se combate eficazmente la pobreza, porque combatir la pobreza es sacar a la gente de la pobreza para que no sea más pobre.

Sexto. Si el país sostiene una alta presencia y gravitación de las capas medias, que fue la característica nacional a lo largo de todo el siglo XX, o si las capas medias tienden a debilitarse, a perder el lugar que tuvieron a lo largo de esa centuria.

Y por supuesto, unas cuántas claves más.

El país sigue necesitado, como lo estaba en 1991, de ser repensado. Y la forma de repensarlo debe ser a través de la sociedad toda, a partir de la aceptación de la diversidad de la sociedad, de la diferenciación de pensamiento, valores y creencias al interior de esa misma sociedad, de la búsqueda de puntos comunes como forma de dirimir el disenso, en definitiva, de crear un imaginario en torno al cual haya un gran consenso nacional, con el que se identifiquen – en todo o en su gran parte – todos los uruguayos, los distintos segmentos de la sociedad.