29 Oct. 2006

Migración de ida y vuelta

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Casi no hay periodo de la historia en que en alguna parte significativa del planeta no haya habido grandes migraciones, pueblos enteros o segmentos relevantes de esos pueblos que cambiaron su habitat, se movieron de una tierra a otra, a veces yendo de un extremo a otro de un continente, otras atravesando anchos océanos. Son muchos, casi todos, los países cuyas poblaciones son el producto de migraciones, de movimientos muy lejanos o más cercanos, o con sucesivas capas de traslaciones masivas.

Casi no hay periodo de la historia en que en alguna parte significativa del planeta no haya habido grandes migraciones, pueblos enteros o segmentos relevantes de esos pueblos que cambiaron su habitat, se movieron de una tierra a otra, a veces yendo de un extremo a otro de un continente, otras atravesando anchos océanos. Son muchos, casi todos, los países cuyas poblaciones son el producto de migraciones, de movimientos muy lejanos o más cercanos, o con sucesivas capas de traslaciones masivas. Las Américas son el producto de posibles migraciones muy lejanas (las de las poblaciones denominadas indígenas), otras lejanas pero no tanto (los colonizadores), otras intermedias (la población negra cazada, trasladada y esclavizada) y unas muy cercanas, las grandes migraciones europeas que -desde el último tercio del siglo XIX hasta pasada la mitad del siglo XX- invadieron las tierras más al norte de la América del Norte y las más al sur de la América del Sur. Ahora, en las últimas décadas, la América ibérica vive el fenómeno inverso, la migración de las poblaciones de este hemisferio hacia las tierras europeas, particularmente de España. Y este contramovimiento del péndulo es el eje de la XVI Cumbre Iberoamericana de esta semana.

El territorio de la República Oriental del Uruguay se conforma con una muy escasa población indígena original, una migración no cuantificada dentro de la región (el desplazamiento de indígenas y criollos entre lo que hoy son Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay), la migración colonizadora (española y portuguesa) y las dos grandes olas migratorias modernas: la predominantemente italiana de 1870 a 1920 por un lado y por otro la que va desde los prolegómenos de la Segunda Guerra Mundial, pasa por el fin de la Guerra Civil Española y llega a los comienzos de la posguerra mundial. Estas dos olas o esa gran ola continua y oscilante de 1870 a 1956, conforman entre el 65% y el 75% de la población actual de la República Oriental (ese 10% de diferencia está en los criterios que se establezcan para definir la pertenencia o no a esta gran ola migratoria)

Las inmigraciones europeas de la gran ola final están impulsadas fundamentalmente por el hambre, la persecución política y la persecución religiosa. Y esos emigrantes forzados encontraron en esta tierra comida, protección, dignidad y oportunidades. Las historias conocidas por esos hijos, nietos y ahora bisnietos de esos migrantes son relatos sobre las bondades de esta tierra, donde esos inmigrantes prosperaron a fuerza de trabajo y sacrificio, en un país que no los discriminó, ni siquiera a los que no conocían el español, que constituían la gran mayoría. Aunque están lejos de esa gran ola, no está demás remarcar que las bondades de esta tierra no existieron para los migrantes forzados con destino a la esclavitud.

A menos de siglo y medio de comenzada la gran ola, y a medio siglo de su culminación, el movimiento continúa pero con la flecha invertida. En realidad la flecha se invirtió apenas una década y poco después de culminada la oleada. El camino que sirvió de venida se transformó en camino de retorno. Hay dos cambios fundamentales entre la odisea de los vinientes y la peripecia de los andantes. Los que vinieron debieron afrontar travesías en duras condiciones, azotes de plagas y pestes, consecuentemente la incertidumbre sobre si se llegaba salvo y sano a tierra, el dolor de la pérdida en travesía de seres queridos o amistades formadas en las cubiertas; pero esas odiseas encontraban su punto final con el arribo del barco. Los que se van lo hacen en las relativamente confortables condiciones de la clase económica de las aerolíneas actuales, pero la peripecia comienza al llegar a destino y al permanecer en él, porque no sabe si va a poder trasponer la migración, y si lo hace, no sabe si va a poder afincarse y trabajar en la nueva tierra, que en tanto continente es la tierra de sus antepasados nada lejanos. Diferente pues la travesía y diferente la situación en destino. Y tambén diferente (tercera diferencia) que los que llegaban lo hacían a una tierra deseosa de recibir inmigrantes y los que se van lo hacen a tierras que poco los quieren.

Europa tiene grandes contradicciones en el tema de la nueva inmigración hacia sus tierras. Una es que toda inmigración cambia al país que lo recibe y afronta el dilema entre resistir el cambio o no poder resolver el dilema demográfico. Otro es entre la defensa de los valores de la cristiandad (valores que van más allá de lo religioso y aún de la creencia en Dios) y la aceptación de la multiculturalidad, que en realidad quiere decir aceptar la especificidad y diferenciación del otro. También lo difuso que es definir qué es Europa y quiénes son los europeos, en momentos en que La Unión Europea considera que son europeos, o que pueden serlo, los habitantes de algunos países asiáticos, pero no considera europeos a los israelíes hijos o nietos de europeos, o a los rioplatenses hijos o nietos de europeos (afirmación con excepciones por el jus sanguinis).

Como la Cumbre es Iberoamericana, las contrapartes europeas son España y Portugal. Por eso hay que focalizar en España y decir que a esas mismas contradicciones de Europa, la Hispania añade la misma ajenidad con que considera a los pueblos de la América Española, el continente mestizo según Ruben Darío, que al decir del poeta rezan a Jesucristo y hablan en español. Es decir, tienen simiente de España (hoy se debería decirse que tienen ADN de España), hablan el español, profesan su misma religión y comparten los valores de una misma civilización. Y esto quizás sea más importante señalarlo para otros pueblos americanos, por ejemplo los ecuatorianos, que llegan masivamente a la península.

Para los uruguayos en particular la controversia pendiente es otra: la vigencia del Tratado de 1870, que dispone el libre tránsito y establecimiento de (para decirlo en el propio lenguaje del Tratado) de “Los ciudadanos de la República en España y los súbditos Españoles en la República Oriental del Uruguay”. Tratado que según Uruguay se aplicó en beneficio de los españoles cuando la senda de la carretera oceánica era de venida y no se aplica a favor de los uruguayos cuando la senda es de ida.

Tratar hoy en una Cumbre el tema de la migración es remover asuntos muy fuertes en las relaciones entre los pueblos de un lado y del otro del Atlántico, pero además afrontar diversos temas que afectan a la identidad de la europeidad, la españolidad y la americanidad.