24 Dic. 2006

Un alto a mitad de camino

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Está a punto de culminar el segundo año civil de los cuatro que componen el tiempo útil de gobierno, es decir, el periodo completo menos el año dedicado al ciclo electoral. Como quien dice, el primer gobierno frenteamplista se encuentra en la mitad de su periodo efectivo.

Está a punto de culminar el segundo año civil de los cuatro que componen el tiempo útil de gobierno, es decir, el periodo completo menos el año dedicado al ciclo electoral. Como quien dice, el primer gobierno frenteamplista se encuentra en la mitad de su periodo efectivo. Desde el ángulo de la opinión pública el balance de este tiempo es claramente favorable para el presidente, algo favorable para el gobierno como conjunto y con matices muy diversos para las diferentes políticas. Sin embargo, esto no es demasiado relevante: el juicio que realmente importa de la opinión pública es el que se vierte al final de estos cuatro años de tiempo útil, en el momento en que cualquier gobierno puede exhibir realizaciones o la orfandad de realizaciones; ese es el juicio verdaderamente importante. La gente en general tiende a juzgar al gobierno en función de los resultados que le afectan a sí mismo y a su entorno, y esos resultados son siempre evaluados subjetiva y no objetivamente. Y en esa subjetividad pesa mucho la postura política, la ideología, creencias y valores de cada cual. Por tanto, siempre se da que es un conjunto el que considera positivo al gobierno y otro conjunto el que lo considera negativo; lo realmente definitorio es cuál es el porcentaje de cada uno de los conjuntos.

Pero más allá de resultados y también más allá de posturas políticas, es posible analizar éxitos y falencias desde el punto de vista procedimental, de los elementos que hacen a la gestión. Cuando se hace un alto a mitad de camino – y se está a mitad del camino – vale la pena examinar primero las falencias de procedimiento, cuya corrección es necesaria para el mejoramiento de esa gestión. Cuatro elementos saltan a la vista como déficits en la gestión: el zigzag, los cortocircuitos, las dificultades de aterrizaje y los escollos para encontrar vías fluidas para la definición de un claro rumbo común.

El zigzagueo es connatural a la estructura de personalidad de Tabaré Vázquez. Por tanto, es un dato de la realidad cuasi inmodificable. Lo importante es que ese atributo existe y genera problemas: fundamentalmente siembra desconcierto en propios y extraños. El desconcierto puede ser positivo cuando es producto de una estrategia deliberada, pero es desgastante cuando no tiene ningún propósito en sí, sino que es el resultado de la forma de operar. El reciente episodio de lo que se ha llamado - con exageración - la militarización y desmilitarización de Botnia, en pocos días, es un claro ejemplo de los desgastes que supone ese zigzag. Y éste es producto de comenzar a operar, o a formular anuncios, o a transitar caminos, cuando todavía no se ha definido con absoluta claridad cuál es el destino, cuál es el objetivo, o no se han sopesado ventajas y riesgos de cada acción. El zigzag denota inseguridad, improvisación, falta de meditación. Es aquello de que no hay viento favorable para el que no sabe a dónde quiere ir. Lo importante a esta altura no es querer evitar ese zigzagueo, porque no es modificable, sino evitar que el zigzagueo se haga en público. Todas las dudas del gobernante, mientras no trasciendan, mientras no generen hechos, no son negativas; si a la luz pública trasciende el momento final de la decisión y nada más que ello, no hay desgaste en absoluto.

Los cortocircuitos en el oficialismo son otro de los problemas a abordar. Hay choques en función de diferencias políticas o ideológicas, y hay desinteligencias exclusivamente en función de métodos. Estos últimos tienen que ver con el juego de muchas personalidades avasallantes y de la pérdida de una cultura – que fue connatural a la izquierda – del diálogo profundo, del debate intenso y prolongado, quizás duro, en busca del consenso. En estos dos años se ha usado en exceso la creación de hechos consumados o la formulación de anuncios como política de gobierno, que no son producto de una decisión global del oficialismo, sino el intento de un sector o de un ministro de imponerle al conjunto el rumbo propio. Esto ha generado cortocircuitos entre los ministros y entre los ministros y los parlamentarios. El presidente cultiva hacer mutis, dejar que los segundos se enzarcen en disputas, para luego aparecer con la decisión irrevocable e inapelable; sin duda una de sus grandes virtudes es saber ejercer la autoridad en el momento y el lugar oportunos. El problema es que esas continuas greñas en el oficialismo acentúan los vaivenes y producen un desgaste generalizado hacia dentro y hacia fuera.

A ello hay que sumar los cortocircuitos con la oposición. Que un partido cuente con mayoría absoluta conlleva sus ventajas y sus desventajas. Como se demostró en España con el segundo gobierno Aznar, la mayoría absoluta para el Partido Popular devino a la larga en una gran desventaja, la que produce la embriaguez de poder, la soberbia. Contar con mayoría absoluta hace pensar que no se depende más que de sí propio, y ese pensamiento se ha extendido (como lo demuestra el caso de la Fiscalía de Corte) hasta en los temas en que la propia Constitución exige la coparticipación opositora.

Las dificultades de aterrizaje, reconocida con la frase de “estamos aprendiendo”, le han hecho perder al gobierno un tiempo valioso. Tardó en aterrizar el Plan de Emergencia, el que tocó tierra con objetivos y métodos completamente diferentes a los pensados originalmente, aunque finalmente logró hacerlo con éxito. También ha sido muy largo el aterrizaje de la reforma tributaria. Y siguen en sobrevuelo, sin siquiera pedir pista, la reforma de la salud, la reforma educativa y la inserción internacional del país. Estas dificultades de aterrizaje, más los cortocircuitos causados por procedimientos, se agravan cuando se enmarcan en fuertes diferencias ideológicas o políticas. Estas diferencias no son minimizables, ni siquiera reducibles a dos bloques enfrentados, como simplifican muchos, sino que son el producto de un muy rico matizamiento de posturas. Que haya lucha por imponer el propio objetivo o la propia posición es connatural al disenso político, inclusive que cada uno intente crear los hechos para mejorar su postura; pero para el gobierno como tal, para el oficialismo en su conjunto, es perentorio definir los ámbitos y los procedimientos donde dirimir el disenso.