08 Abr. 2007

Entre Chávez, Bolívar y Boves

Oscar A. Bottinelli

El Observador

A comienzos de los pasados años setenta nació en Venezuela una corriente historiográfica de relectura de la historia en clave de confrontación entre clases sociales y etnias, en cierto modo similar al más temprano revisionismo histórico del Río de la Plata. Surge una nueva visión de la Guerra de la Independencia - particularmente del sangriento periodo que va de 1812 a 1814 -, del papel socio-político de Bolívar y del qué representó el hasta entonces execrado Boves; pero, por encima de todo, apareció un nuevo prisma para mirar la confrontación de ese trienio entre “El Libertador” y esa verdadera fuerza de la naturaleza que vertió ríos de sangre en los llanos, en Caracas y Valencia.

José Tomás Boves(o de Bobes) fue un asturiano, de Oviedo, huérfano de un noble de gotera, piloto de mar graduado en el Instituto Real de dicha ciudad, que muy joven emigró a Venezuela donde ofició primero de piloto, luego de contrabandista, con el dinero amorralado devino en acaudalado comerciante y finalmente en el gran caudillo popular bajo la bandera de España, en contra de los insurgentes dirigidos por Simón Bolívar. Más allá de su personalidad psicopática y de los terribles relatos sobre sus andanzas (de paso, no menos crueles que las de Bolívar y sus tropas), este andaluz pelirrojo, alto, de tez bien blanca, fue el gran conductor de las masas desposeídas de Venezuela que se sumaron a su ejército y pelearon con él y solo con él: sambos, mulatos, pardos, indios, negros. Boves peleó por España no por sentirse español, a cuyo rey Fernando VII hizo varios desplantes, sino porque España era la antítesis de los llamados patriotas. Es que los patriotas, los insurgentes, eran los blancos, ricos y poseedores de toda la tierra. La bandera real azul y gualda aglutinaba a la mayoría venezolana desposeída de todo bien que pudiese haber sobre la tierra, y peleaban contra la República mantuana, es decir, de los mantuanos, los dueños de todo bien que había en esa tierra. Como se sabe, mantuanos se llamaba a la aristocracia criolla, a aquellos con pureza de sangre cuyas mujeres estaban autorizadas a usar mantillas (mantas), de ahí el nombre.

Para ese revisionismo histórico venezolano, Bolívar fue el representante de la oligarquía criolla, que creó una República en defensa de sus intereses y sin las cortapisas que pudiese ponerle la corona. En esencia es caracterizada como una república oligárquica y antipopular. Desde este punto de vista, Simón Bolívar es a Venezuela lo que la oligarquía porteña y saladeril bonaerense fue al Río de la Plata; entonces, José Tomas de Boves tendría su paralelo en Artigas, como el referente y el caudillo de los indios, sambos, mestizos, negros, del pobrerío. Sin duda hay entre uno y otro enormes diferencias de estilo, de conducta y de cultura; lo que tienen en común no son sus actos, sino lo que representan y quiénes son su seguidores.

Cuando el golpe de Estado que mantuvo a Chávez fuera del poder durante un par de días, en abril de 2002, emergió con mucha fuerza un clivaje, un eje determinante de la confrontación política: el clivaje étnico. Como definió un diplomático afín al militar derrocado y destituido, en el juramento del presidente Carmona (el mandatario ungido por los golpistas) no había una sola mancha de color, era un escenario de caras blanquísimas. Del otro lado, las masas que reclamaban a su líder y vivaban el retorno de ese militar verborrágico, populista, carismático y ambicioso, mostraban las paletas de los diversos colores que tiñen la sociedad venezolana: eran los herederos de los sambos, mestizos, indios y negros que recorrían los llanos tras el caudillo andaluz.

Como ocurre en Bolivia, con menos nitidez que allí, con fuertes diferencias de pasado y de presente, en Venezuela hay una lucha política – de actores políticos - que se sobrepone sobre un eje divisorio de características étnicas, que es a su vez un eje divisorio de características socio-económicas. Entre el viejo régimen adeco-copeiano y el nuevo régimen chavista, hay diferencias sustanciales que son más profundas aún que las diferencias sobre concepción y comprensión de la democracia, sobre el valor de las instituciones y de las formas; hay una lucha entre las viejas instituciones de poder que representan el poder económico tradicional venezolano y las nuevas instituciones de poder que pretender representar un nuevo poder económico. Desde este ángulo, con el prisma del revisionismo histórico, Carmona vino a ser a Bolívar lo que Chávez a Boves.

Lo curioso es que este Chávez asentado en las masas más pobres y las etnias postergadas, levanta a Bolívar como el numen de su revolución. Construye una república bolivariana, asentada en círculos bolivarianos y en una doctrina bolivariana. Seguramente de un bolivarianismo referido a un Bolívar que nunca existió. Chávez el referente de las masas que convocara Boves contra el Bolívar de los mantuanos, invoca a Bolívar para enfrentar a los sucesores de esos mantuanos.

Esa es la paradoja histórica, que no es una paradoja política. Porque los nacientes conductores de masas tienen la necesidad de asentar su discurso en las imágenes y las categorías conocidas por la gente a quien pretende seducir. Si los sectores más bajos de Venezuela lo poco que han mamado de historia es el culto a Bolívar, un caudillo debe optar entre la labor docente de un historiador para pretender cambiar la imagen del héroe o elegir la conducción efectiva de la masa y apelar a los símbolos aceptados por ella.