24 Jun. 2007

El gobierno y la oposición

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Las relaciones entre gobierno y oposición admiten diversas modalidades, relacionadas con el sistema de gobierno, el sistema de partidos, la arquitectura política emergente de las elecciones y la cultura política

Las relaciones entre gobierno y oposición admiten diversas modalidades, relacionadas con el sistema de gobierno, el sistema de partidos, la arquitectura política emergente de las elecciones y la cultura política. En el caso uruguayo el sistema de gobierno es de tipo semipresidencial o semiparlamentario, más presidencial que el sistema francés, mucho más presidencial que los sistemas parlamentarios puros (como el alemán, español, italiano o israelí), más parlamentario que los sistemas presidenciales puros (Argentina, Brasil, Estados Unidos).

En esencia, aparecen los siguientes caminos:

Uno. El presidente de la República puede administrar el país sin necesidad de mayoría parlamentaria, siempre que cuente con un mínimo de 13 senadores o de 40 diputados – indistintamente lo uno o lo otro - a los efectos de poder ratificar los vetos a leyes sancionadas que considere inconveniente.

Dos. Requiere contar con un mínimo de 43 legisladores para evitar la censura inexorable del Consejo de Ministros o de ministros individualmente; aunque con ello no evita las censuras, pero conserva la carta de mantener al o a los ministros censurados, disolver las Cámaras y convocar a nuevas elecciones.

Tres. Requiere una mayoría de 16 senadores y 50 diputados para poder sostener el gabinete (evitar toda censura) y llevar adelante su programa legislativo

Además de cualquiera de las tres alternativas, requiere conformar mayorías especiales de 21 senadores y 66 diputados para lograr determinadas reformas, como por ejemplo las que impliquen enmiendas constitucionales, electorales o algunas referidas a seguridad social.

Esta descripción permite ver que un presidente requerirá más o menos apoyo parlamentario según el nivel de reformas que desee adoptar y según el nivel de confrontación o estabilidad con que quiera que navegue su gabinete. Por otro lado, la arquitectura parlamentaria emergente de las elecciones es fundamental para ver qué necesidad de acuerdos políticos requiere el Poder Ejecutivo; lo elemental es si el partido de gobierno cuenta por sí solo o no cuenta con mayoría en ambas cámaras.

Por primera vez desde las elecciones de 1966 un partido obtuvo ese requisito. El partido del presidente pues tiene una mayoría parlamentaria cómoda, ya que cuenta con un senador excedente y dos diputados excedentes. Pero toda mayoría depende no solo de lo cuantitativo sino de lo cualitativo, del nivel de solidez y disciplina del partido. Un senador y dos diputados carecen de poder alguno, pero dos senadores por un lado o tres diputados por el otro tienen el poder de dejar al presidente sin mayoría y, por ende, presionar en temas clave para su gobierno, como son en general los trámites presupuestales, tratados internacionales clave (como en este periodo la ampliación del Mercosur, creación de su Parlamento, tratados con Estados Unidos de América) o leyes de reforma profunda (como vienen siendo la tributaria o la del Sistema Nacional Integrado de Salud)

En el primer año de gobierno el presidente tuvo un solo problema (que lo zanjó con su dictat y tuvo como consecuencia la dimisión de un diputado y la omisión de un senador) y algunos escollos menores. En el segundo año de gobierno hubo varios problemas reales y otras tantas amenazas, que determinaron la larga negociación de la reforma tributaria y otros escollos algo mayores. En el tercer año las señales de disidencia son mayores, aparecen desafíos varios, particularmente en el tema de las violaciones a los derechos humanos ocurridas en los años setenta y eventualmente sesenta, y también en materia presupuestal. El poder de dictat del presidente aparece disminuido, y en junio ya no exhibe la fuerza y el esplendor que lucía en marzo, como quien dice, el invierno es más duro que el verano.

Muy oscilante ha sido la relación del presidente y el Frente Amplio con la oposición en general, y con las partes de la oposición en particular. En términos concretos ha habido un juego de gobierno de mayoría con la minoría en la oposición pura y llana. Son muy pocos los acuerdos prácticos: con toda la oposición y luego de un juego duro de tira y afloje (con interpelación de por medio y jugadas gubernamentales de dudosa constitucionalidad), la designación del Fiscal de Corte; con el Partido Independiente, un miembro en el Directorio del Banco de Seguros del Estado, que le fue quitado al fallecimiento del titular. En el plano de las declaraciones y los gestos puede señalarse que ha predominado la tirantez recíproca más que el diálogo y el entendimiento. Todo ello condimentado por los estilos personales del jefe del gobierno y del jefe de la oposición.

El presidente siente que está sentado sobre una mayoría frágil. La contestación desde la izquierda es creciente. Los movimientos sociales - y el movimiento sindical en particular - acrecientan las críticas y alzan cada vez más fuerte la voz. Diversos sectores frenteamplistas disienten públicamente con el presidente. No sabe qué pasaría ante un nuevo dictat, si será obedecido como lo fue en oportunidades anteriores, y en particular en diciembre de 2005. La mejor forma de fortalecerse es tener la carta de acuerdos con la oposición (con toda ella, con la mayoría, con una parte significativa), como para combinar el dictat con la amenaza de jugar esa carta, de tornar en prescindible los senadores y diputados decisivos. Esa es una muy buena razón para acercarse con la oposición, primero por la vía gestual, después – y es lo que hay que ver si ocurre – a través de los hechos. Además, un acercamiento con la oposición le sirve para despolarizar la relación de la población con el gobierno. La forma en que terminó llevando a término la compleja convocatoria para el 19 de junio permite ver - como una de las múltiples y significativas señales de ese acto – que es probable que transite por este camino.

La oposición, al menos la mayoría de ella, siente que tampoco le sirve la crispación permanente. No fortalece al liderazgo de la oposición decir siempre que no; le sirve decir que no es afecto a decir siempre que no, sino que no ha tenido más remedio que hacerlo, que le gustaría alguna vez decir que sí, poder acordar algunas cosas, aunque fueren pocas pero trascendentes. Esto también explica – asimismo en un mar de múltiples y significativas señales – la actitud de buena parte de la oposición, de una gran mayoría de ella, este 19 de junio en la Plaza Independencia.