12 Ago. 2007

De política y comerciantes

Oscar A. Bottinelli

El Observador

A lo largo del siglo XX la sociedad uruguaya moldeó una cultura de fuerte subvaloración de la actividad comercial y de la actividad empresaria en general, así como la visión despectiva de la ganancia, del lucro

A lo largo del siglo XX la sociedad uruguaya moldeó una cultura de fuerte subvaloración de la actividad comercial y de la actividad empresaria en general, así como la visión despectiva de la ganancia, del lucro. Las actividades económicas de más prestigio se situaban en el ejercicio de las profesiones universitarias (con los médicos – los doctores – en un pedestal), el trabajo intelectual y la producción rural. Con menos prestigio pero igual decoro, el trabajo manual independiente y toda labor realizada en relación de dependencia (la del empleado, del obrero). Lo opuesto, en las actividades más cuestionables se ubicaban el comercio - más aún el de intermediación – y todo lo empresario en general.

Puede considerarse que este imaginario aparece fuertemente cuestionado a través de la fuerte carga ideológica de la campaña electoral de 1989 y del gobierno presidido por Lacalle. Pese al resultado del referéndum sobre la Ley de Empresas Públicas, al despuntar de los años noventa comienza a darse una ruptura de la visión hegemónica y la aparición de tres segmentos bastante equilibrados en el pensamiento de la sociedad uruguaya: alrededor de un tercio con fuerte adhesión al Estado fuerte y protector combinado con una economía relativamente cerrada; otro tercio adhirió a la postura contraria, de valoración del mercado y la actividad empresaria, combinado con la apertura de la economía; y un tercer segmento quedó en el medio, ya fuere con posturas intermedias, con posiciones mixtas o directamente oscilantes. Más o menos una década dura este quiebre del imaginario tradicional. Hasta que llega primero la fuerte recesión de comienzos de los años dos mil y luego el descalabro del 2002. Entonces se produce el retorno mayoritario - que cubre alrededor de siete de cada diez uruguayos – al imaginario estatista y proteteccionista, o de dudas de una economía abierta. Pero sobre todo, un retorno al cuestionamiento de la ganancia, de la actividad empresaria, inclusive de la labor profesional independiente y la máxima exaltación del trabajo en relación de dependencia.

Cuando el Tercer Milenio daba ya sus primeros pasos, en Uruguay se produce el gran cambio histórico del acceso a la titularidad del gobierno de un tercer partido, el Frente Amplio por su nombre oficial, “La Izquierda” por su apodo. Puede considerarse que el triunfo de La Izquierda es el retorno al gran imaginario uruguayo cuyo culmen se da por los años cincuenta, del estado fuerte, protector y paternalista en medio de una economía cerrada, es decir, el retorno al segundo batllismo; o puede considerarse que es el triunfo del pensamiento realmente de izquierda, de raíz marxista o por allí. Como fuere, y aún matizando mucho lo uno y lo otro, lo que no hay duda es que significa el mayor alejamiento del ideario del mercado y la apertura, que pasará a ser sostenido por una minoría – significativa, de peso en la conducción económica, pero minoría al fin – del gobierno, frente a una nítida mayoría de pensamiento estatista y refractario a la apertura.

Otro hecho de relevancia es que en Uruguay el sindicalismo surgió fuertemente politizado, a impulsos de las concepciones marxistas y libertarias, con aportes posteriores del social-cristianismo, con un fuerte contenido clasista y una clara visión política del país. Ese sindicalismo desarrolló siempre vasos comunicantes con los partidos políticas de izquierda y concibió la lucha sindical como una forma de lucha política (en sentido amplio). Los dirigentes sindicales se formaron en la conducción de estructuras, en la obtención del seguimiento de sus representados, en la lucha de fracciones, en los manejos de una forma de la política; y además, en la comunicación hacia la gente y la búsqueda de la captación de la gente. Aprendieron de la necesidad de definir objetivos, medir el espacio y el tiempo, contabilizar fuerzas, movilizar, avanzar y retroceder. Con el cambio de gobierno el sindicalismo sale del rincón, entra al centro de la escena, crece espectacularmente en representación y mucho más en peso político. Logra por sí, o a través de sus vasos comunicantes con las estructuras partidarias, marcar buena parte de la agenda del nuevo gobierno.

Frente a ello aparece un empresariado con escaso manejo político, una muy fuerte ideologización y escaso sentido de la comunicación hacia la opinión pública. Ni las grandes cámaras empresariales ni las asociaciones representativas de comerciantes pequeños y medianos, de almaceneros y baristas, habían necesitado hasta ahora de luchas por la conquista de la opinión pública, ni de peleas que se disputan con el trasfondo de los imaginarios dominantes en la sociedad.

Así se observa:

Uno. Un desajustado manejo del tiempo, que llevó a salir a la defender sus intereses a posterior de adoptadas las medidas de gobierno y no antes, e inclusive antes de que tomase impulso la elaboración de las mismas. Al respecto son claros los ejemplos de las leyes que establecen el fuero sindical y las que regulan las ocupaciones sindicales y las tercerizaciones.

Dos. Una apelación a fundamentos ideológicos de fuerte libremercado, en oposición al pensamiento dominante en la sociedad, sin la realización de los esfuerzos para presentar las posturas empresariales a partir de ese imaginario dominante, de buscar puentes entre los intereses empresarios y el pensamiento mayoritario de la sociedad.

Tres. El dejarse arrinconar por el discurso oficial y hasta dejarse endilgar la calidad de chivo expiatorio, como sucede actualmente con la carne, el pan y los precios de artículos de la canasta básica, y en particular con los carniceros y los almaceneros de barrio.

El empresariado uruguayo, grande, mediano y pequeño, sufre un desfasaje con el cambio operado en la sociedad. En particular sufre la crisis de tener que cumplir un rol político y comunicacional para el que no está preparado. Y a diferencia de la tradicional relación sindicatos-izquierda, no se ha generado un correlato de eficiente manejo político entre empresariado y partidos tradicionales, ni tampoco el empresariado ha logrado hacer base, tener defensores, al interior del propio Frente Amplio.