09 Set. 2007

De enseñanza y estrategia nacional

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Al despuntar el último tercio del siglo XIX, Uruguay opta por el modelo educativo proyectado por José Pedro Varela, luego de un intenso y apasionado debate nacional. En un tiempo en que la participación política estaba reservada a las elites, un debate nacional supuso la confrontación de ideas entre el reducido círculo de esas elites; pero para la época, fue una verdadera discusión global[...]

Al despuntar el último tercio del siglo XIX, Uruguay opta por el modelo educativo proyectado por José Pedro Varela, luego de un intenso y apasionado debate nacional. En un tiempo en que la participación política estaba reservada a las elites, un debate nacional supuso la confrontación de ideas entre el reducido círculo de esas elites; pero para la época, fue una verdadera discusión global. El proyecto de José Pedro Varela en el plano educativo fue uno de los que – complementados por otros proyectos políticos, demográficos y económicos – delineó ese Uruguay basado en una fuerte clase media, altamente educada, y en una sociedad casi universalmente alfabeta. Lo ocurrido en la época, centralmente entre 1860 y 1879, demuestra que algunos aspectos medulares de un diseño educativo es un tema cuyo interés y cuyas consecuencias exceden largamente el ámbito técnico de los especialistas en la materia, porque lo que se define no es cómo se educa sino cuál va a ser la educación para un modelo de país. Hay pues decisiones del plano educativo que son decisiones estratégicas del país, decisiones que indican hacia qué tipo de sociedad se quiere ir.

La enseñanza de los idiomas en la educación escolar y media no es exclusivamente un tema pedagógico. Más aún, no es principalmente un tema pedagógico. Es un tema sobre qué elementos culturales se piensa que deban servir de base a la sociedad, a la estructura de valores comunes de una sociedad determinada, en un lugar y en un tiempo específicos. En menos de un año las autoridades de la enseñanza pública han adoptado dos decisiones trascendentes en la materia: primero fue la eliminación de la obligatoriedad del italiano en la orientación humanística del bachillerato y ahora parece ser la implantación del portugués como segunda lengua extranjera, urbi et orbi, por debajo del inglés (primera lengua extranjera) y por encima del francés, el italiano y el alemán. La mera descripción de la decisión hace ver con absoluta claridad que es un tema que excede el ámbito técnico y específico de un programa educativo, para transformarse en una visión clara e inequívoca del país al que se quiere llegar. No es menor rebajar el peso de dos lenguas de la centralidad de la cultura europea, a su vez centrales en la construcción de la cultura uruguaya. No es un tema menor poner por encima de esas tres lenguas centrales europeas a la lengua de Brasil (porque el portugués en estas latitudes quiere decir Brasil y no Portugal). De lo primero, de la eliminación del italiano, no ha habido ninguna explicación pública clara y profunda de las autoridades de la enseñanza; lo que más ha habido son explicaciones de tipo administrativo, sobre cantidad de profesores, cargas horarias y el asegurar a los profesores de italiano la posibilidad de mantener sus horas en otras tareas. Una decisión que supone cortar la raíz de una parte considerable de los uruguayos (cuantitativamente bastante cerca de la mitad) requiere de una explicación todavía ausente. Las decisiones de las autoridades educativas pueden tener fundamentos muy sólidos – por eso sería conveniente que fuesen detenidamente explicitados – y podrían ser compartidos por buena parte y hasta por la abrumadora mayoría de la sociedad; también podría resultar que los fundamentos sean endebles – porque no se los conoce – y podrían no ser compartidas por buena parte y hasta por la abrumadora mayoría de la sociedad. Pero no se puede saber lo uno ni lo otro, si no se explicita detallada y profundamente y si luego no se debate con total amplitud y extensión.

Además de estratégicas, de largo plazo, estas decisiones también impactan en elementos presentes de la política nacional. “Nos ha golpeado mucho la eliminación del italiano” fue la frase que tuvo que oír este analista al iniciar una larga entrevista con un alto exponente de La Farnesina, del Ministerio de Asuntos Exteriores de Italia. Son múltiples las señales enviadas desde Italia sobre la profunda molestia causada por esta decisión nacional. El Ministerio de Educación y Cultura declara que cuesta hacer entender en el exterior que las decisiones educativas son tomadas por una organización autónoma, no sometida al contralor del gobierno. Lo cual es rigurosa y formalmente correcto. Pero también cuesta hacer entender en el extranjero que sea ajeno al gobierno o al sistema político en general, que nada tiene que ver el uno o el otro – por comisión o por omisión - con decisiones de autoridades de la enseñanza general que son designadas todas y cada una por el presidente de la República en acuerdo con el Consejo de Ministros, que requieren venia de la Cámara de Senadores y que todas los organismos integrados desde la restauración institucional hasta ahora lo fueron con personas de confianza del partido de gobierno o de la coalición de gobierno. Cuesta hacer entender que se pueda tomar una decisión trascendente, no solo para la educación, sino para el desarrollo de la sociedad en su conjunto, con la oposición manifestada por significativas figuras del gobierno y de la oposición (un ministro de fuerte peso calificó la eliminación del italiano como una barbaridad). Y cuesta más hacer entender que toda una sociedad es ajena a decisiones que impactan sobre el futuro de la propia sociedad, que son decisiones que se escapan del debate nacional para ser delegadas en un cuerpo de especialistas.

Lo cierto es que la consecuencia en el plano cultural - en lo inmediato y en lo estratégico – es el alejamiento del Uruguay de la cultura italiana (complementado con el anterior alejamiento de la cultura francesa) y el mayor acercamiento a la cultura brasileña.

Decisiones de esta naturaleza y esta profundidad ameritan explicaciones profundas, claras y públicas, de detenido razonamiento. Y ameritan también un gran debate nacional, público, en lo que verdaderamente es una discusión profunda a lo largo y ancho del país, a lo largo y ancho de la sociedad.