16 Set. 2007

Un pueblo chico de Sao Paulo

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Uruguay es un como pueblo chico del Estado de Sao Paulo. Así definió a este país el ministro de Comunicaciones de Brasil, molesto porque Uruguay resolvió definir una norma para la televisión digital diferente a la previamente definida por Brasil de forma unilateral y sin consulta a sus socios. Luego llegaron los pedidos de excusa, con lo cual la boutade se salvó en el plano diplomático[...]

Uruguay es un como pueblo chico del Estado de Sao Paulo. Así definió a este país el ministro de Comunicaciones de Brasil, molesto porque Uruguay resolvió definir una norma para la televisión digital diferente a la previamente definida por Brasil de forma unilateral y sin consulta a sus socios. Luego llegaron los pedidos de excusa, con lo cual la boutade se salvó en el plano diplomático. En el plano analítico las cosas son diferentes. Como enseñan los psicólogos, las vulgarmente llamadas metidas de pata no son tales, son actos fallidos, actos en que emerge el pensamiento real sin que opere la barrera de la conciencia. La metida de pata, el acto fallido, es la expresión más trasparente del individuo. Y este individuo colectivo, llamado Brasil, dijo lo que efectivamente piensa, lo que siente y lo que fundamenta su accionar.

Años atrás, ante otra molestia por las exigencias uruguayas sobre aplicación de los acuerdos del Mercosur, otro ministro brasileño calificó a este país de “El enano rezongón”. Un pequeño pedazo de tierra sobre la que otrora flameó la bandera del Imperio del Brasil, único pedazo de tierra que perdió Brasil, quizás en el único momento de distracción en su historia imperial y de vocación imperial, del siglo XIX, del XX y del XXI.

Contra lo que se cree, este tipo de afirmaciones no son descalificantes para el país pretendidamente descalificable, sino que son un síntoma de las enfermedades, graves, que afectan a quien pretende sentarse en la mesa de los grandes; en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas y en el G-8. En esa mesa se sientan los países más poderosos del planeta, que lo son tales por el tamaño de sus economías (medido en Producto Interno Bruto) y por su capacidad de influencia política, es decir, de lo uno y de lo otro que llevan a la medición de su capacidad de liderazgo. Todo liderazgo supone, va de suyo, que detrás del líder hay liderados.

Para evitar equívocos cabe consignar que un liderazgo implica la conducción de un grupo de países o de personas que siguen al líder de forma voluntaria. El liderazgo es no solo una forma de conducción, sino de representación. Un líder lidera porque otorga ideas, proyectos, caminos, beneficios, protección a sus liderados, o un poco de cada cosa. Porque habla en nombre suyo y de quienes lo siguen, y porque quienes lo siguen saben que tienen un vocero a quien se respeta. No hay líder sin liderados, esa es una verdad axiomática; alguien puede ser un gran pensador, un gran expositor de ideas, pero no es líder si no lo sigue nadie. Liderar no es mandar bajo apercibimiento de sanciones, porque ello no es liderazgo, sino dominación. No es lo mismo. Y aquí comienzan los problemas de Brasil con estas frases: demuestra que no pretende tener liderados sino subordinados, que carece de vocación de líder sino de imperio, en el siglo abierto para los líderes y en declive para los imperios. En un tema de tecnología de futuro, como la digitalización, Brasil razona ubicado en el siglo XIX.

El caso de marras es muy claro. Los países del mundo se enfrentan a una decisión compleja como lo es la elección de la norma de TV digital. Como toda elección que se hace en el comienzo, tiene mucho de salto al vacío, de apuesta al futuro en base a pocos datos, pocas experiencias y muchas incertidumbres. No es una elección simple para nadie. Con mucho de tecnológico, otro tanto de económico y una buena cuota de geopolítica. Brasil optó por Japón, Uruguay por Europa. Cada solución puede ser buena o mala para cada uno. Lo que que se aspiraba era a una decisión global y conjunta del Mercosur, camino que no se abrió porque lo cerró Brasil. Decidió por sí y ante sí, sin consulta alguna y sin siquiera auscultar a sus posibles socios o liderados. E infringió una de las más elementales normas de mando militar: nunca des una orden si no estás seguro de que será cumplida. Porque la desobediencia es peor para el desobedecido que para el desobediente. Lo que quedó al desnudo con la decisión uruguaya es que Brasil no manda, porque sus órdenes no son obedecidas, ni tampoco lidera, porque no cuenta con el afecto o el seguimiento de quienes deberían ser sus liderados.

En desventaja con México por el liderazgo latinoamericano, busca refugiarse y acotar el terreno al continente sudamericano, y para que quede claro que las fronteras son de alcance continental - uno diría que más que geográficas son geológicas - incluye Surinam y Guyana. Ese es el coto que quiere para sí, sintiéndose casi solo, ante el fuerte declive que tuvo Argentina (y del que por ahora parece salir). (Como comentario al pasar: para incluir a todas las naciones con efectiva y no disputada soberanía en el continente sudamericano, falta Francia, donde cuenta con uno de sus departamentos de ultramar: Cayenne, y a eso Brasil no se va a atrever, no se va a animar a medir fuerzas con una potencia de verdad). Pero aún en Sudamérica, despejado temporalmente el riesgo de la competencia argentina, apareció la de Chávez, sus petrodólares, su intento de encumbrarse como el referente mundial contra Estado Unidos, consecuentemente su afán de liderazgo político urbi et orbi.

Brasil no lidera porque no ha sido capaz de hacer ninguna concesión a sus pretendidos liderados, en gran medida también porque no existe un poder central, ni político, ni jurídico, ni económico, con fuerza suficiente para imponerse a los intereses regionales, políticos, jurídicos, económicos, sociales. Y posiblemente también porque ni Itamaraty es la vieja escuela diplomática que todos admiraban ni descuellan aquellos viejos estrategas militares emanados de la Escuela Superior de Guerra. Hoy por hoy Brasil destina el mismo esfuerzo en pretender sentarse como miembro permanente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (pretensión cada vez más lejana) como en impedir el ingreso de unos pocos quilos de carne de ñandú del Uruguay, para evitar afectar en algún mínimo porcentaje a un fenomenal criaderos de avestruces del Estado Sao Paulo. Pelea con sus vecinos con la misma fuerza por elevar el arancel externo común como porque no eligen la misma norma de TV digital que eligió por sí el propio Brasil. Eso marca una clara falta de prioridades, y es otra falencia para el liderazgo.

Si se observa el tamaño de la mayoría de los miembros del G-8, resulta que el Reino Unido, Francia, España, Italia y Japón tienen una superficie sumada que cabe dentro de Brasil. Día llegará que se oiga a decir que esos países tienen el tamaño de simples estados del interior de Brasil.