06 Ene. 2008

La Orquesta Sinfónica del F.A.

Oscar A. Bottinelli

El Observador

En la campaña electoral de 1971 el Frente Amplio contó con una orquesta sinfónica, que dio sus conciertos en el Teatro El Galpón, de por sí expresión artística paralela a un partido político de izquierda. En la misma sala exhibieron sus respectivos repertorios autores y cantantes de la música que años después adquirió el nombre de “canto popular”[...]

En la campaña electoral de 1971 el Frente Amplio contó con una orquesta sinfónica, que dio sus conciertos en el Teatro El Galpón, de por sí expresión artística paralela a un partido político de izquierda. En la misma sala exhibieron sus respectivos repertorios autores y cantantes de la música que años después adquirió el nombre de “canto popular”. Estos y la Orquesta Sinfónica llegaron a realizar un espectáculo macro, con la conjunción de todos los cantantes populares del momento, en la “Cantata del Pueblo”.

Por otro lado, el Frente Izquierda de Liberación impulso su Movimiento de Intelectuales y Artistas, mientras el flamante Movimiento de Independientes 26 de Marzo – entidad política paralela al Movimiento de Liberación Nacional “Tupamaros” – conformó una dirección con intelectuales del prestigio del escritor Mario Benedetti, el politólogo Julio Barreiro, Julio de Santa Ana (que luego llegaría a la Secretaría General del Consejo Mundial de Iglesias Cristianas). El papel relevante de intelectuales y artistas – más tarde denominados “trabajadores de la cultura” – no estuvo jamás en cuestionamiento. La discusión al interior de la izquierda se centró – en términos marxistas y de terminología marxista – en si los intelectuales y artistas constituían la vanguardia revolucionaria o si la vanguardia revolucionaria la constituían los obreros, mientras que intelectuales y artistas coadyuvaban al proceso revolucionario desde su alto sitial, en un proceso vanguardizado por la clase obrera. La tesis más vanguardizante de la gente de la cultura fue sustentada por personas afines a los tupamaros y la tesis de la vanguardia proletaria fue defendida por los partidos marxistas leninistas (Comunista, Socialista) y sus aliados al interior del Frente Amplio.

Hubo una portada reiterada del semanario Marcha, cada vez que hubo algún episodio que afectaba a la Universidad de la República, entre ellos la intervención dispuesta por el gobierno cívico-militar. Don Carlos Quijano publicó siempre una tapa en fondo negro con la leyenda: “La Universidad es el país”.

Pasado el tiempo militar, en las elecciones de la restauración, el Partido Comunista destinó una de las líneas a la Cámara de Representantes por Montevideo (línea en el sentido de un titular y sus suplentes respectivos) para la representación de los universitarios y a la elección siguiente el Partido Socialista destinó la segunda línea senatorial al mismo tipo de representación.

Esta pasión de la izquierda uruguaya por la cultura no fue ninguna nota disonante o distintiva en un país que desde 1934 estableció la exoneración de todo impuesto nacional o departamental a las instituciones culturales y también a las de la enseñanza privada. Esta exoneración se hizo como subvención por sus servicios, es decir, el país entendió que una institución de carácter cultural per se brinda un servicio a la nación y a la sociedad, que debe ser retribuida por el Estado. Y para ir más lejos, desde la segunda mitad del primitivo siglo XIX dispuso la enseñanza pública gratuita y la extendió a la enseñanza media apenas avanzado el siglo XX. El país todo, blancos y colorados en su origen, izquierda más tarde, apostaron fuerte a la cultura y a la educación (que es otro largo tema para el análisis). Sobre la educación privada y el uso de recursos públicos para la educación viene una larga discusión desde al menos una centuria, donde el cuestionamiento viene de las tiendas católicas. Pero no se cuestionó el uso de recursos públicos para la educación, sino su destino exclusivo y excluyente para la educación pública y laica.

En los años noventa aparece otro cuestionamiento sobre el uso de los recursos públicos para la educación y para la cultura, desde las tiendas defensoras del fuerte libremercado, desde las tiendas antiestatistas o – para usar un impreciso neologismo que se usa no para clasificar sino para denostar – desde el “neoliberalismo”. Es el primer cuestionamiento al destino desde el Estado de recursos para la educación y la cultura, o de la forma de destino de los recursos, o aún de la forma de obtención de los mismos (exoneraciones impositivas incluidas en la discusión).

Por eso, por la postura tradicional de la izquierda en relación al valor de la cultura y el papel del Estado en su defensa, es que sorprendió el giro de este gobierno en estos temas. Sorprender no quiere decir que la izquierda gobernante haya estado bien o mal, porque va a estar bien para algunos y mal para otros, sino que hizo lo contrario de lo esperado por sus antecedentes, su programa y su proclama: eliminó subsidios o exoneraciones tributarias a las instituciones culturales privadas, redujo el concepto de institución privada de enseñanza al mínimo posible, redujo el concepto de institución cultural hasta llevar a que el país esté a punto de exhibir (en los registros tributarios y previsionales) la ausencia de instituciones culturales y empezó una embestida contra las exenciones tributarias de los docentes individuales en su ejercicio privado (de los maestros y profesores que se rebuscan dando clases particulares).

Este es otro tema más en que la izquierda careció del debate interno que según sus antecedentes se debía. Porque algunas normas pasaron en el fárrago de disposiciones presupuestales y la mayoría y las más importantes son simples reglamentaciones de la reforma tributaria o decisiones individuales del Banco de Previsión Social. Y con esas medidas sueltas, aisladas, la izquierda no debatió por qué ahora considera que desde el punto de vista tributario las instituciones culturales y el desarrollo de la educación privada deben medirse con las mismas reglas que la actividad industrial, comercial o de otros servicios lucrativos. El porqué la izquierda ahora usa el mismo rasero para la actividad en pos de lucro que para la actividad sin fines de lucro. En última instancia, faltó el debate por qué en esta materia la izquierda sostiene hoy la tesis del “neoliberalismo” y abandona su tradicional defensa de las entidades culturales.