13 Ene. 2008

De oposición y de bisagras

Oscar A. Bottinelli

El Observador

En ajedrez gana el que comete menos errores. En política también. Lo más importante es no cometer errores, lo siguiente es saber ver los errores del contrario y saber aprovecharlos y lo último – si es posible – alguna genialidad. Este simple aserto no es entendido por la mayoría de los políticos, que se preocupan más de generar hechos novedosos que de evitar errores[...]

En ajedrez gana el que comete menos errores. En política también. Lo más importante es no cometer errores, lo siguiente es saber ver los errores del contrario y saber aprovecharlos y lo último – si es posible – alguna genialidad. Este simple aserto no es entendido por la mayoría de los políticos, que se preocupan más de generar hechos novedosos que de evitar errores. Cuanto más hechos novedosos se pretenda producir, más probable es la comisión de errores. Así de simple.

Tras acumular errores de todo tipo y magnitud, el Frente Amplio cerró el año con la peor intención de voto desde el otoño de 2002 y por primera vez se creyó que era superado por la oposición. El crecimiento del Partido Nacional, la aparente ventaja de la oposición y el crecimiento del Partido Independiente fueron los tres hechos con que cerró el año 2007. El 2008 se inicia con dos tipos de movimientos, uno de los cuales anula el dato fundamental, la ventaja de la oposición.

El primero proviene del Partido Colorado el cual todavía no ha logrado hacer un diagnóstico más o menos certero que le permita entender la formidable caída sufrida en 2004. Pero tanto el año pasado con la incorporación del Movimiento Plancha como ahora vuelve a exhibir ante la opinión pública algunos de los mismos errores que lo llevaron a esa caída, esta vez con la idea que la política se resuelve mediante la descalificación de quienes hasta ayer se apoyó, y que lo que más importa no es lo que uno exhibe sino lo que descalifica del otro, de otro que además es de su mismo partido y fue su candidato único en medio país. En 1999 en el Partido Nacional se vio la estrategia de algún sector que prefirió su propia caída siempre y cuando lograse la destrucción del adversario interno. Desde el Partido Colorado se dan esas mismas señales, quizás sin ser conscientes de ello. Desde el punto de vista del juego gobierno-oposición, los errores del coloradismo son irrelevantes, pues el descontento hacia este partido deriva en traslación de votos hacia el Partido Nacional (y más precisamente hacia Lacalle). No se debilita la oposición.

Otro cantar es el giro sorpresivo del Partido Independiente, siempre que las palabras de su presidente reflejen la del partido y el pensamiento del presidente haya sido recogido con exactitud por el periodismo (lo que no es lo más frecuente). Estas líneas van como si efectivamente ambas cosas fuesen correctas, y si no lo fueren, sirven igual como advertencia de errores posibles a cometer. El hecho más relevante es que, al separarse el PI de la oposición y pasar a ser una opción intermedia, el FA supera a la oposición. El cambio no es nada menor.

El Partido Independiente es un partido electoralmente débil y que – crezca mucho o poco – seguirá teniendo un bajo porcentaje de votos (menos de uno cada diez), como todos los cuartos partidos en Uruguay. Pero su fortaleza electoral hacia fines de año se veía en que esos votos – pocos o bastantes – podían ser lo suficiente para determinar la derrota del Frente Amplio. Porque exhibe una captabilidad completamente diferente a ambos partidos tradicionales: por ser un partido inequívocamente de izquierda o centro izquierda, formado a partir de la izquierda, sin origen en ni contaminación con la praxis política exhibida por blancos y por colorados. Además, solo capta desde la izquierda. Estas cualidades aparecen como muy atractivas para el votante frenteamplista desilusionado, de izquierda moderada, de nivel socioeconómico medio alto, de nivel educativo alto y medio alto. Atractivas en la medida en que el Partido Independiente (PI) aparezca inequívocamente como un partido opositor. Y aparecer como partido opositor quiere decir: que en caso de balotaje va a acompañar sin margen de duda alguna al candidato de la oposición que llegue a esa instancia, que con su fuerza (pequeña pero decisiva) va a influir sobre el gobierno siguiente desde una óptica diferente, por ideas y por praxis política. Porque si ese votante frenteamplista no se desilusiona del todo, volverá a votar dentro del lema tricolor, y si se desilusiona lo suficiente como para atravesar la frontera, no va a querer medias tintas, va a querer que el objeto de su desilusión pierda.

Porque el posicionamiento que sugiere ahora el presidente del partido es otro, más parecido al que cumplió el Nuevo Espacio (del cual se desprendió el PI) en 1999: ser un partido bisagra, equidistante del Frente Amplio y de los partidos tradicionales, ser el “juez de la segunda vuelta”. Justamente abre la puerta a asociarse con el Frente Amplio cuando proclama la utilidad para éste de tener que negociar con terceros. Bien, entre uno y otro posicionamiento hay una diferencia sustancial. Hasta ahora los analistas trabajaban con la idea de que el PI no era equidistante de las dos áreas sino inequívocamente opositor, y cabe decir que también la opinión pública razonaba en esos términos (y los posibles votantes del PI). El crecimiento registrado en intención de voto se dio por considerarlo opositor, de centro-izquierda y diferente a los partidos tradicionales. No es seguro que esa intención de voto se mantenga si se perfila como partido equidistante y bisagra.

Hace semanas[1] este analista escribió un artículo titulado “La elección se define el 25 de octubre”, precisamente sobre la hipótesis de la existencia de solo dos bloques, que uno de ellos obtenía indefectiblemente mayoría parlamentaria el 25 de octubre de 2009 y quien lo hacía lograba la Presidencia de la República (sin importar si es primera o segunda vuelta). Si el PI cambia de posicionamiento, cambia el esquema, porque habrá tres áreas: oposición (blancos y colorados), gobierno (FA) e intermedios (PI). Así si la oposición o el FA obtienen mayoría parlamentaria lograrán también la Presidencia, pero si ninguno de ambos bloques principales obtiene mayoría absoluta habrá un balotaje real, verdadero, con incertidumbre, en que la llave la tendrá el Partido Independiente. La elección no se definirá el 25 de octubre sino el 29 de noviembre. Pero para llegar a este trascedente rol el PI necesita dos cosas: que sea efectivamente decisivo porque sus votos resulten más que la diferencia entre ambos bloques, y que haya (lo que ahora no se comprueba) un área significativa de electores equidistantes entre gobierno y oposición. Pero si el PI opta por el rol de partido bisagra – seguramente obligado por sus principios - y no se crea un segmento significativo de electorado equidistante, que por ahora no se percibe, podría ser el cuarto fracaso desde la restauración institucional en hacer sobrevivir un cuarto espacio. Si opta por el rol de partido opositor, en cambio, la única duda es si vota igual que en 2004 o de ahí para arriba. Pero una cosa es el marketing electoral (donde hay errores y aciertos) y otra cosa los principios (donde no hay errores ni aciertos, sino valores en uno u otro sentido), y cada partido va a ser siempre lo que sus integrantes quieran ser.


1 Publicado en El Observador el 21 de octubre de 2007