20 Ene. 2008

De consensos y disensos

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Una administración nueva, con gente nueva, corre en cualquier parte del mundo el riesgo de la omnipotencia, y de la mano de ella, de la soberbia. Está relatado en muchos libros de memorias y recuerdos de aquellos años, y como autocrítica en las memorias de muchos de los protagonistas, la arrogante autosuficiencia de los jóvenes egresados de Harvard que llenaron los cargos principales del gobierno de los Estados Unidos con la asunción presidencial de John F. Kennedy[...]

Una administración nueva, con gente nueva, corre en cualquier parte del mundo el riesgo de la omnipotencia, y de la mano de ella, de la soberbia. Está relatado en muchos libros de memorias y recuerdos de aquellos años, y como autocrítica en las memorias de muchos de los protagonistas, la arrogante autosuficiencia de los jóvenes egresados de Harvard que llenaron los cargos principales del gobierno de los Estados Unidos con la asunción presidencial de John F. Kennedy. Aquí y en este tiempo, cuando se llevaba tan solo dos meses de gobierno, cuando como pasa a cualquier gobierno la opinión pública tiene una alta expectativa en la nueva gestión y en particular en el primer mandatario, el hermano del presidente de la República, prosecretario de la Presidencia y confidente del presidente, lanza la idea de reformar la Constitución para posibilitar la reelección inmediata de su hermano. Desde entonces, el tema de la reelección presidencial estuvo presente en el debate político, hasta el “no” dado por el propio Vázquez en ocasión del señalado “Nunca Más”.

Al cerrar el año pasado, quizás como efecto del nuevo talante de la opinión pública y la medición que de ella surge en la respectiva encuesta, el tema de la reelección aparece con gran fuerza y con especial destaque periodístico. Es que los datos de la Encuesta Nacional Factum indican que el Frente Amplio tiene comprometida la elección. Si en marzo – como proclamó un alto dirigente – ganaba las elecciones aunque llevara a una heladera de candidato, hoy tiene tantas posibilidades de perder como de ganar. En el último semestre estuvo en intención de voto siempre por debajo de la votación de 2004, pero además a lo largo del año evidenció una constante pérdida de votos, trimestre a trimestre, que lo llevó de una intención inicial del 57% a caer al 47% en setiembre y cerrar el año con el 44%, apenas un punto por encima de la oposición de blancos y colorados.

Pero hay otro dato de la encuesta significativo: el presidente de la República cuyo nivel de aprobación cayó también desde marzo a setiembre, no solo detuvo la caída sino que creció al 52%. Lo más significativo es que en setiembre la aprobación del presidente y la intención de voto al Frente Amplio coincidían en el porcentaje del 47%. De entonces a diciembre la aprobación presidencial trepa cinco puntos y la intención de voto al partido cae tres puntos. Hay una interpretación que entusiasma al grueso de la dirigencia oficialista: el FA cae porque Vázquez no es candidato, de donde la solución es cómo fuere y por dónde fuere, impulsar su reelección (vale decir, impulsar una reforma constitucional que posibilite la reelección presidencial). Hay otra interpretación del movimiento de la opinión pública: que al no ser Vázquez candidato presidencial se sitúa por encima del bien y del mal, no esté en carrera y por eso se puede ser más condescendiente con su gestión; abona esta tesis la existencia de un segmento que vota al Partido Nacional y aprueba la gestión del presidente. Sin duda cuál tesis es correcta implica la necesidad de investigaciones más profundas y por más tiempo. Lo importante es que la dirigencia frenteamplista cree en la primera y apuesta a ella.

Sin embargo, simultáneamente abre el paraguas y propone retornar al sistema de elección presidencial a mayoría simple, con la hipótesis razonable que el FA puede llegar a tener dificultades para obtener el apoyo de la mayoría absoluta del total del electorado, pero tendría asegurado – o le resultaría más sencillo – continuar siendo la primera fuerza del país.

Lo primero (la reelección) tiene lógica si es que la premisa es correcta (la premisa de que el FA cae porque Vázquez no es candidato, a la inversa el FA repunta), el dilema está en saber si es correcta. Lo segundo carece de lógica: cualquier reforma constitucional requiere el apoyo de la mayoría absoluta de los ciudadanos; carece de sentido apostar a contar con esa mayoría absoluta para poder retener la presidencia por mayoría simple. Porque si se logra captar la mayoría absoluta para reformar la constitución, es obvio que se logra también la mayoría absoluta para ganar la elección presidencial.

Pero los problemas son más complejos aún. Los hechos vinculados con la celebración del Congreso del partido oficialista en diciembre (en intermedio hasta abril), particularmente las negociaciones, propuestas y votaciones para la elección de un nuevo presidente del Frente Amplio, dejan tres lecciones significativas:

Una. La dirigencia del FA, los líderes sectoriales, evidenciaron graves dificultades para lograr entendimientos entre sí en tema de selección de personas. Cabe presumir que si esas dificultades fueron de tal envergadura que impidieron todo entendimiento para un cargo menor como la Presidencia de la fuerza política, serían mucho mayores, de total imposibilidad de entendimiento, para una posición de mayor envergadura como la candidatura presidencial y la Presidencia de la República.

Dos. José Mujica jugó todo su peso, toda su capacidad prestidigitadora, su carisma, su encanto actoral y su seducción oratoria, jugó todo ello en su alocución final para convencer al Congreso para que votase a la politóloga Constanza Moreira como nueva presidente de la fuerza política. Lo hizo para intentar lograr la elevada cifra de dos tercios de votos. No solo no logró los dos tercios de votos, sino siquiera la mayoría. Su candidata contó con la mayoría del Congreso en contra.

Tres. El presidente de la República jugó todo su peso, su autoridad, intentó dar el dictat arbitrario ante la falta de consenso de los líderes sectoriales, apeló a las consabidas armas que siempre le habían dado resultado y fracasó por dos veces: dos nombres por él propuestos para presidente del Frente no lograron consenso.

Ahora se ha iniciado un movimiento para revitalizar y dar un envión definitivo a la reforma constitucional que posibilitase la reelección presidencial. Pero el FA no puede por un lado dar las señales de discordia, de debilidad de sus máximos dirigentes y de desautorización al presidente de la República, y por otro convencer al país que su destino está atado a la reelección presidencial. El FA debe dar muchas señales opuestas a las dadas cuando el Congreso, para que resulte coherente y convincente la apuesta a la reelección presidencial.