03 Feb. 2008

De encuestas y de liderazgos

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Más tempranamente que en el periodo anterior y mucho más aún de lo previsible hasta hace muy pocos meses, la campaña electoral comenzó a toda marcha. Como siempre aparecen las y como ya es norma, se usan, se malusan, se cuestionan y se polemiza sobre las mismas. Como siempre entonces - o como parece conveniente, cada cinco años – es necesario aclarar algunas cosas.

Más tempranamente que en el periodo anterior y mucho más aún de lo previsible hasta hace muy pocos meses, la campaña electoral comenzó a toda marcha. Como siempre aparecen las y como ya es norma, se usan, se malusan, se cuestionan y se polemiza sobre las mismas. Como siempre entonces - o como parece conveniente, cada cinco años – es necesario aclarar algunas cosas.

Las encuestas son un instrumento de medición del estado de la opinión pública en un momento presente y la sucesión de encuestas realizadas con la misma metodología son un indicador de las tendencias habidas hasta ese mismo momento desde un punto determinado del pasado, más reciente o más remoto. Como toda técnica en que hay seres humanos con su capacidad y conocimientos esas investigaciones pueden realizarse con mayor o menor rigurosidad, con mayor o menor afinamiento metodológico, con mayor o menor control de la obtención y el proceso de los datos. De todo ello surge que los datos en sí mismo pueden ser de mayor o de menor calidad. De ahí pues que haya encuestas o institutos de relevamiento que tenga mayores adeptos y otros menos adeptos, que según el gusto y paladar de cada quien prefiera confiar en unos y no en otros; y además unos serán los gustos de los actores políticos, otros de las elites informadas y a su vez formadoras de opinión pública y unas terceros los gustos de la propia opinión pública, de los ciudadanos comunes y corrientes.

El uso de estas encuestas es diverso para cada cual. Para los actores políticos son instrumentos para orientarse en su praxis políticas, para el resto – elites y universo general – elemento para informarse y saber a qué atenerse.

Hay otro uso de las encuestas, de parte de los propios actores políticos: como instrumentos de marketing, o para decirlo en términos más antiguos y quizás más exactos, como instrumentos de propaganda. Entonces, lo que importa aquí es intentar influir a la opinión pública con datos de dudosa fiabilidad – no necesariamente inventados, pero pueden ser sesgados por otros elementos – con el objetivo de lograr un resultado de adhesión, como ocurre con todo instrumento propagandístico. Pero hay que tener muy en claro y no confundir la difusión de una encuesta como información de la difusión de una encuesta como propaganda, en este caso, su veracidad no difiere demasiado de la de cualquier aviso publicitario. Esta diferenciación parece sustancial en la medida que parece haber quedado asentado este uso de las encuestas, ya fuere mediante sellos de ocasión, ya fuere a través de instituciones o empresas conocidas.

Otro ángulo importante del tema encuestas es cuál debe ser la actitud de un dirigente político frente a las mismas. En realidad el tema no es qué hace frente a la encuestas, sino qué hace ante el sentir o pensar de la ciudadanía, porque – cabe repetir – las encuestas son instrumentos que auscultan lo que siente o piensa la gente. Y aquí cabe una muy clásica y vieja clasificación de los políticos en relación a la gente: están los seguidores, los conductores y los profetas.

Los seguidores son aquellos que auscultan permanente a la opinión pública para en todo momento actuar tal cual en ese momento piensa y siente la gente. Auscultar por todos los métodos posibles: las encuestas y otros estudios de investigación social, mediante el mano a mano con cientos y cientos de personas, el escuchar a dirigentes locales, gremiales, sociales. En este caso el político es alguien conducido por la gente. El tema es que en el mercado de bienes es admisible que una empresa cambie el color, la forma y el olor del producto, el envase, la presentación y hasta la marca, y si es necesario deje de producir un producto y pase a producir otro diferente; de ahí la sabiduría de los dirigentes de marketing de analizar los gustos y comportamientos de la gente y atenerse a ellos. Pero un dirigente político o un partido no puede cambiar su color, ni su forma, ni su olor, un partido no puede cambiar de nombre solo por razones de marketing (y cuando se intentó, se fracasó).

Los profetas son aquellos para quienes no existe la opinión pública. Tienen su modelo de país, de sociedad y de mundo, y predican su verbo día tras días, lugar por lugar. Muchas veces a la larga triunfan, la mar de las veces ese triunfo se da después de su muerte física o después de su desaparición política, es decir, triunfan porque lograron que la gente se convenciese de su cosmovisión y adhiriese a ella, pero la mar de las veces el portador de las verdades estaba fuera de circulación y no fue comprendido en el momento de su vigencia física.

Los conductores son los sabios combinadores de ambos extremos. Auscultan a la opinión pública tanto o más que los seguidores de la gente. Son grandes consumidores de encuestas, pero grandes escuchas de la gente común y de toda persona que haga algo en algún lado o represente a alguna parcela de la sociedad. Tienen por otro lado su visión del mundo y la sociedad. Y su discurso es la búsqueda de combinar su modelo ideal con las certezas de la gente. Tender un puente entre el de dónde se parte (que son las certezas de la gente) y el a dónde se va (que es el modelo al que se quiere arribar).

Las encuestas son útiles a todos menos a los profetas, pero el uso que seguidores y conductores den a la misma es diferente. Si alguien es en esencia un conductor, las encuestas le indican por dónde trazar el puente, pero no le cambian el a dónde ir. Si las encuestas le enseñan el a dónde ir, la mayoría de las veces es porque no se sabe a dónde se quiere ir. Nunca hay que olvidar que la política es el arte de interpretar a la gente y de conducir a la gente.