06 Abr. 2008

Sobre quién es el enemigo

Oscar A. Bottinelli

El Observador

La identificación correcta del enemigo principal es un elemento central en la estrategia de los actores políticos. Si la palabra suena muy bélica, remplácese por quién es el adversario o quién es el competidor principal. Una vez definido ese enemigo principal, vendrán entonces sí los enemigos secundarios[...]

La identificación correcta del enemigo principal es un elemento central en la estrategia de los actores políticos. Si la palabra suena muy bélica, remplácese por quién es el adversario o quién es el competidor principal. Una vez definido ese enemigo principal, vendrán entonces sí los enemigos secundarios. Lo significativo cuando se tiene claro cuál es el principal y cuál es el accesorio, que ello determina además de la estrategia, la táctica, las operaciones y las comunicaciones. Y en este tema aparece una diferencia sustancial entre la definición de los dirigentes frenteamplistas y la de los dirigentes tradicionales, divergencia de definición que puede constituir un activo para los unos y un pasivo para los otros.

Hasta diciembre del año pasado el Frente Amplio vivió en medio de la embriaguez, el autismo y la soberbia que produce el percibirse con el poder absoluto, único representante de la voluntad popular, con mayoría absoluta en las cámaras. Los ejemplos de países culturalmente cercanos ayudan a ejemplificar los efectos de la soberbia. José María Aznar hizo un primer periodo prudente, ante la necesidad de sostener su gobierno con el apoyo de los nacionalistas catalanes y vascos; pero el Partido Popular se desmadró en el segundo periodo al contar con mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados, y usó esa mayoría absoluta como una aplanadora que no respetó a ningún opositor, ni nacionalista (en el sentido español de “regionalista”) ni españolista, ni conservador (como la CiU) ni de izquierdas. En Italia, convocadas estas elecciones con un seguro augurio de un claro y arrollador triunfo del centro derecha, Silvio Berlusconi se dedicó a expulsar aliados a la derecha y al centro, desde los neofascistas de La Destra hasta los centristas de UDC, y logró el milagro de tener el resultado en duda ante la posibilidad de no lograr mayoría (o no lograr mayoría cómoda) en el Senado. El Frente Amplio impuso sus mayorías en una y otra cámara, en todo momento, gobernó sin ninguna consulta real a la oposición (excepto algún par de fotos en la Residencia Suárez), creyó que tenía asegurada las siguientes elecciones aunque llevase a una heladera de candidato y desató una serie de despiadadas luchas internas: la que corroe a los socialistas, cuyo presidente fue objetó de una persistente campaña de rumores hostiles desde el propio entorno presidencial, la que afecta al Movimiento de Participación Popular, la que – particularmente en el campo sindical – enfrenta a comunistas con comunistas, la que confronta a sectores contra sectores, a alas contra alas. Así llegó al Congreso del Frente Amplio en que no pudo elegir al presidente del partido y debió postergar esa instancia de representación masiva de bases.

Como dijo alguien, “no hay nada que refresque más de golpe a un mamado que un buen susto”. La profunda caída en la intención de voto, la incapacidad de los dirigentes de lograr consensos o siquiera de negociar civilizadamente, la impotencia del líder y presidente de la República que vio rechazar uno tras otros sus candidatos a la presidencia partidaria, todo ello fue el susto que necesitaba el beodo. La dirigencia frenteamplista adquirió conciencia de que por ese camino y con esos procedimientos iba derecho a la derrota, que el triunfo está lejos de descontado. También hubo acuerdo espontáneo, como producto de la comunidad de sentimientos, que para todos y cada uno de ellos lo principal es el mantenimiento del poder, revalidar el triunfo en las elecciones de octubre del año que viene, conservar la Presidencia de la República y la mayoría absoluta en ambas cámaras.

Las siete corrientes con representación parlamentaria y del buen par de docenas de subcorrientes, son adversarias entre sí, y adversarias duras. Pero resulta absolutamente claro que todos subordinan la lucha interna a la lucha externa, que dan prioridad al triunfo frenteamplistas y al enfrentamiento a blancos y colorados. Por eso es predecible que la fórmula presidencial (seguramente en un mismo paquete con la candidatura a la Intendencia Municipal) será resuelta por consenso, más tarde o más temprano, pero sin grandes fricciones y en particular sin grandes controversias públicas. Que los disensos entre los sectores se harán con reglas que marquen límites, que subordinen esos disensos a la presentación de un frente unido hacia fuera.

En los partidos tradicionales comienza a verse el panorama opuesto. En el momento en que por primera vez blancos y colorados superan en intención de voto al Frente Amplio, aunque fuere puntualmente, por la mínima diferencia, nadie echa campanas al vuelo. El resulta torna a todos indiferente. Porque en los blancos la atención está puesta en la competencia entre Larrañaga y Lacalle, o en un tercer candidato que busca abrirse camino para no quedar prisionero en la polarización; y aparecen síntomas de que comienzan a usarse los mismos procedimientos que condujeron al destrozo electoral del nacionalismo en 1999. Los blancos comienzan a demostrar que el enemigo principal está dentro del partido, y que fuera del partido está un adversario secundario, por lo menos de aquí hasta el 28 de junio del año que viene. Y si se sigue por este camino, cuando llegue ese momento ya no tendrán que preocuparse del adversario externo, porque como en 1999, cuando llegue la hora de la verdad, la de la confrontación interpartidaria, estarán en la disputa del descenso.

Lo dicho sobre los blancos vale para los colorados, donde el grueso de la dirigencia está obsesionado en luchas de pre-precandidatos, de subcorrientes o de subsectores, mientras los ciudadanos van por otros caminos y en búsqueda de otras opciones.

Con independencia de aciertos o fracasos del gobierno, de humores y malhumores, aún de desafines estridentes, el partido oficialista ha encontrado el clima interno adecuado para afrontar las elecciones y definido una exacta lista de prioridades acorde a los resultados que busca. Si los partidos tradicionales no hacen lo mismo, si la preocupación por lo interno supera la preocupación por lo externo, entonces estarán hipotecando lo logrado hasta ahora. No sólo porque son gruesos errores de procedimiento, sino porque estarían exhibiendo ante la opinión pública las mismas formas de proceder que alejó a la gente de blancos y de colorados.

Así como en diciembre la dirigencia frenteamplista despertó de golpe de la embriaguez y el autismo, llegó la hora para que hagan lo propio la dirigencia nacionalista y la dirigencia colorada, porque no les queda para ello demasiado tiempo.