13 Abr. 2008

Las formas de captación del voto

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Es un dato que los partidos tradicionales como conjunto han caído en forma sostenida, sistemática y sin excepciones desde 1966 a 2004, lapso en que pasaron de representar el 90% del país al entorno del 45%. Cayeron a la mitad. Hace cuatro décadas que los dirigentes de una y otra colectividad buscaron la explicación en hechos puntuales, la mar de las veces con búsqueda y encuentro de un culpable individual, que casi siempre fue algún dirigente de su propio partido y por excepción algún dirigente del partido histórico adversario[...]

Es un dato que los partidos tradicionales como conjunto han caído en forma sostenida, sistemática y sin excepciones desde 1966 a 2004, lapso en que pasaron de representar el 90% del país al entorno del 45%. Cayeron a la mitad. Hace cuatro décadas que los dirigentes de una y otra colectividad buscaron la explicación en hechos puntuales, la mar de las veces con búsqueda y encuentro de un culpable individual, que casi siempre fue algún dirigente de su propio partido y por excepción algún dirigente del partido histórico adversario. No ha habido una reflexión profunda sobre cuáles fueron las causas de esta caída sistemática, que significa una pérdida sistemática de sintonía con el grueso de la sociedad. Una de las causas que explican esta asintonía – según las investigaciones realizadas con fines académicos – se relaciona con las formas de hacer política, con las formas de captación individual del voto. Esto es particularmente significativo en la población de características metropolitanas y con menor énfasis – aunque existente y pesante – en el país más clásicamente del interior.

La persistencia en las mismas formas y en los mismos procedimientos por parte de blancos y colorados hace pensar que este diagnóstico académico no es compartido por la dirigencia política tradicional, o que si es compartido no es internalizado, o si es internalizado no hay posibilidad alguna de cambiar la manera de ser y de actuar, que es algo tan inherente a la personalidad del actor político tradicional, que no puede hacer política de manera diferente.

Es común que la gente vea al otro como a sí mismo o como su contracara. No logra ponerse en la mentalidad del otro, razonar y sentir con sus valores y su cultura. Entonces, la mar de las veces lo que hace es trasladar al otro sus valores y su cultura, y entonces no lo entiende. O le atribuye los valores y la cultura opuesta, en forma simplificada, traza una caricatura, y lo ve a partir de la caricatura que trazó. Esto es muy claro en cómo lo actores políticos tradicionales ven a los actores de izquierda. Entonces, creen que las formas de captación individual del voto que realiza la izquierda es la misma que realizan los blancos y los colorados. El problema está que la gente común y silvestre no lo ve así.

Conviene ver dos cosas: cómo exhiben sus diferencias y cómo recorren los barrios los dirigentes de una u otra área política. Al recorrer los barrios, al dirigirse a la gente por medios de comunicación, el Frente Amplio se expresa a través de un discurso central abarcativo de todo el frenteamplismo cuyo emisor principal es Tabaré Vázquez, y se expresa también a través de los discursos sectoriales de siete corrientes con al menos cinco pensamientos diferentes que (para usar alguna de las clasificaciones) son el socialdemócrata, el cristianismo de izquierda, el socialista marxista, el comunista y el popular revolucionario. No hay ningún referente que abarque no solo toda el área contraria, sino todo lo blanco de un lado y todo lo colorado del otro. Si alguien emerge con la pretensión de esa calidad, son los mismos copartidarios los que se encargan urbe et orbi de descalificar esa representación globalizadora. Entre Sanguinetti y Batlle siempre hubo claras y nítidas diferencias de pensamiento, como que uno abreva en las fuentes de la socialdemocracia moderada y el otro en el del más fuerte libremercadismo; pues el uno y el otro, y los seguidores del uno y del otro, se empeñaron en convencer a la ciudadanía que los único que los ha separado son rivalidades personales, rencores o rechazos mutuos, apetencias individuales. Entre Larrañaga y Lacalle la diferencia es mucho más fuerte, es sustantivamente más fuerte, que diferencias de estilos, trayectorias o capacidades: hay diferencias de visión del país y de proyecto. También el mensaje que recibe la población es que son dos líderes que piensa igual y ambicionan la misma silla.

En la recorrida de los barrios, los actores políticos de izquierda que lo hacen habitualmente, que son los actores de segundo y tercer nivel, hablan con la gente para presentar qué hace y defiende la izquierda contra lo que hace y defienden sus adversarios, a los que invariablemente se califica como “La Derecha”. Luego se particulariza en a quiénes defiende e interpreta cada una de las corrientes en particular, ya sea expresada en un sector institucionalizado o en un líder. El diputado o dirigente explica por qué hay que seguir o apoyarse en Mujica, Astori, la Vertiente, los comunistas o los socialistas.

Desde que desaparecieron las listas centrales (como la vieja 15 de Luis Batlle o la 504 del Movimiento Nacional de Rocha) o desde que aparecieron las mal llamadas “elecciones internas”, los actores blancos y colorados de segundo y tercer nivel no recorren los barrios para hablar de las bondades de sus partidos y las maldades de los otros, ni siquiera sobre las virtudes de sus líderes o de sus sectores. Lisa y llanamente le piden a la gente que apoyen a cada uno de ellos, al diputado o aspirante a diputado fulano, que no apoyen al diputado o aspirante a diputado mengano de su mismo partido y su mismo sector, porque fulano quiere ir en la lista en lugar seguro y delante de mengano.

Aunque las aspiraciones de los actores frenteamplistas sea tan fuerte como la de blancos y colorados, aunque la lucha interna tenga el mismo grado de ferocidad, la gente ve otra cosa: ve a frenteamplistas preocupados por la lucha de ideas e intereses colectivos, y a los blancos y colorados preocupados por el destino personal de los mismos actores políticos. Esta diferencia marca una ventaja comparativa de la izquierda en la captación del voto, que es tanto más ventaja cuanto los dirigentes tradicionales no solo no la ven, sino que se resisten a verla y recurren a una multiplicidad de listas y candidaturas parlamentarias que para el votante simple significa la exhibición de la multiplicidad de apetencias personales.

Mientras persista esta dicotomía, que la izquierda se presente y sea vista como un conjunto de personas que luchan por ideas e intereses colectivos y los partidos tradicionales se exhiban y perciban como conjuntos de personas que luchan por sus ambiciones personales individuales, hay un significativo plus electoral para la izquierda.


NOTA: El domingo pasado se publicó un análisis sobre las ventajas comparativas del Frente Amplio sobre los partidos tradicionales, en cuanto el primero tenía como prioridad retener el gobierno y en los Partidos Nacional y Colorado predomina la obsesión por la lucha interna. El mismo domingo se publica la información del fracaso del Plenario Nacional del F.A., que demuestra que pese a que es un hecho que la izquierda prioriza retener el gobierno, persiste un nivel agudo de patología interno que puede conducirlo a la derrota, más por sus propios deméritos que por mérito de sus adversarios.