27 Abr. 2008

Sudamérica se viste de izquierda

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Con la elección del obispo (¿suspendido?) Fernando Lugo como presidente del Paraguay ha surgido la visión de que toda Sudamérica se ha vestido de izquierda, con la excepción de Colombia (y para algunos, de Perú). Entendida Sudamérica en su concepción tradicional, tanto geopolítica como cultural, que abarca los diez países iberoparlantes del continente sudamericano, con exclusión de los tres territorios geopolítica y culturalmente volcados al Caribe, es decir, Guyana, Surinam y el departamento francés de Cayenne.

Con la elección del obispo (¿suspendido?) Fernando Lugo como presidente del Paraguay ha surgido la visión de que toda Sudamérica se ha vestido de izquierda, con la excepción de Colombia (y para algunos, de Perú). Entendida Sudamérica en su concepción tradicional, tanto geopolítica como cultural, que abarca los diez países iberoparlantes del continente sudamericano, con exclusión de los tres territorios geopolítica y culturalmente volcados al Caribe, es decir, Guyana, Surinam y el departamento francés de Cayenne.

El presidente Chávez en su peculiar estilo dijo “tenemos un sindicalista presidente, tenemos un médico, tenemos un indio, tenemos un militar revolucionario como Fidel, tenemos un militar cuartelero como yo, ahora tenemos un cura”. La primera persona del plural implica la pertenencia a un conjunto del que todos ellos son parte. Ahora bien ¿todos ellos se corresponden con una misma ideología o con una misma orientación política? ¿es igual la política de - y representan lo mismo - Hugo Chávez, Luis Inacio Lula da Silva, Tabaré Vázquez, Michelle Bachelet, Evo Morales, Rafael Correa, Cristina Fernández de Kirchner y Fernando Lugo? ¿Por qué en esta lista tan dispar la mayoría de las veces se excluye al presidente Alan García, miembro pleno de la Internacional Socialista? ¿Acaso en la inclusión y la exclusión operan decisivamente los afectos y desafectos del o hacia el mandatario venezolano?

Antes que nada hay que empezar a definir de qué se habla cuando se habla de izquierda, más no fuere como una definición operativa. Clasificar los distintos conceptos de izquierda excede la mención en un artículo y es materia que va desde una monografía a un tratado. Lo común a todas las definiciones es una cierta propensión a la igualdad social, a la equidad socioeconómica o a la igualdad socioeconómica (que no es lo mismo) y una actitud refractaria – que va desde la búsqueda de frenos hasta el más abierto combate – al juego libre e irrestricto del mercado y del capital. Pero estos elementos comunes engloban tanto a las corrientes populistas, nacionalpopulistas y neopopulistas como a las de izquierda clásica, como el comunismo, el socialismo o la socialdemocracia. E inclusive comprende a las nuevas izquierdas de características más movimientistas, que se reconocen en el ambientalismo, el pacifismo, el liberalismo sexual y el laicisimo radical.

Hay muchos ejes para clasificar derecha e izquierda, y entonces hay muchos elementos que separan entre sí a las izquierdas. A título de inventario parcial y al vuelo:

Uno, la adhesión y asunción plena de los valores de la poliarquía (que corresponde más o menos a los que se simplifica en los términos de democracia liberal) versus la adhesión condicionada y hasta el rechazo a dichos valores; en otros términos, la dicotomía entre democracia liberal clásica y otras formas que se denominan a sí misma democráticas, como por ejemplo la democracia participativa. O en esencia la contraposición entre posiciones sustantivamente poliárquicas y otras sustantivamente propensas al autoritarismo. En el primer caso son inequívocos los casos de Bachelet, da Silva, García, Lugo y Vázquez; del otro son inequívocos los casos de Chávez, Correa y Fernández (Morales es un caso aparte).

Dos, la clásica izquierda defensora del Estado laico (que es el caso del Frente Amplio de Uruguay, si se excluye la personal posición diferente del presidente Vázquez) y las corrientes de fuerte entronque confesional (donde se destaca sin sombra alguna el presidente Chávez).

Tres, el entronque con los diversos pensamientos clásicos de la izquierda internacional (donde son paradigmáticos los casos de Chile y Uruguay) versus el entronque con los pensamientos populistas tanto de los europeos de los años treinta, de los sudamericanos de los años cincuenta como los unos y otros reformulados en este nuevo siglo (donde los paradigmas son Argentina, Ecuador y Venezuela)

Cuatro, las diferentes búsquedas de presencia en el escenario internacional, donde hay una inequívoca pertenencia a una misma sintonía de los gobiernos de Brasil, Chile, Perú y Uruguay (y se anuncia en la misma frecuencia al próximo de Paraguay) y la pertenencia a otra sintonía de los gobiernos de Bolivia, Ecuador y Venezuela; y de difícil sintonización la del gobierno de Argentina.

Pero el análisis se complejiza más por el caso boliviano, que es un caso muy especial. Evo Morales pese a las apariencias no es un conductor político populista, sino que representa un fenómeno etnicista, y por ello diferente. Es el referente de una mayoría del pueblo boliviano que se siente a sí misma excluida por más de cinco siglos y que cree que le ha llegado la hora de encontrarse con sí misma y tener su propio poder. Ocurre que cuando se destacan las virtudes de una etnia dominante, en este caso cuantitativamente dominante, es lo mismo que destacar las virtudes de una raza dominante; ocurre que el lenguaje usa dos términos muy similares con connotaciones opuestas, porque etnicismo suena bien y racismo suena mal. Como fuere, por lo bueno o lo malo, por lo positivo o lo negativo, el etnicismo boliviano es un proceso político absolutamente diferente a los nacional populismos de Chávez, Correa y Fernández de Kirchner (o los Kirchner). Aunque, y esto en parte lo aproxima al evismo, el chavismo opera también en un clivaje étnico, en tanto representante de la Venezuela postergada de zambos, negros, mulatos, mestizos y aindiados frente a la Venezuela dominante por un siglo y tres cuarto de las elites caucásicas o semicaucásicas.

También hay una diferencia en el apego al derecho de Brasil, Chile, Perú y Uruguay, y la conflictiva relación que con el derecho tienen los gobiernos de Argentina, Bolivia y Venezuela.

Como en toda clasificación, si se hila demasiado fino se llega a que nueve países constituyen nueve categorías diferentes. Pero lo claro es que, según el metro que se use, los nueve países son clasificables en dos o tres categorías, donde algunos permanecen siempre con los mismos socios y los mismos disociados, y otros cambian de socios según el clivaje que se use. Lo que también resulta claro es que muy difícilmente, se use la vara que se use, se pueda concluir que estos nueve países, estos nueve presidentes, estas nueve fuerzas políticas, pertenecen todas a un mismo universo político. En todo caso Sudamérica se viste de diferentes izquierdas.