22 Jun. 2008

De migración, expulsión y cárcel

Oscar A. Bottinelli

El Observador

América Latina se enfrenta a la decisión de la Unión Europea de expulsar a los inmigrantes ilegales, previamente detenerlos sin proceso judicial por hasta 18 meses y luego prohibirles la entrada por 5 años. En principio se está produciendo una reacción de tipo regional, más allá de la incertidumbre sobre cuál es la región que se mueve y reacciona y quiénes la componen[...]

América Latina se enfrenta a la decisión de la Unión Europea de expulsar a los inmigrantes ilegales, previamente detenerlos sin proceso judicial por hasta 18 meses y luego prohibirles la entrada por 5 años. En principio se está produciendo una reacción de tipo regional, más allá de la incertidumbre sobre cuál es la región que se mueve y reacciona y quiénes la componen. Sea cual fuere esa región (una cosa es América Latina y el Caribe, otra con Caribe, otra Iberoamérica, otra la Sudamérica de los 10, otra la Sudamérica de los 12, otras el Mercosur, la Cuenca del Plata y ainda mais), para Uruguay – como para Argentina – el problema adquiere una dimensión diferente al resto de la región porque es diferente el encare de la inmigración y la emigración.

Uruguay tuvo una gran ola migratoria que va desde circa 1870 hasta 1956, de las cual son parte o descienden dos de cada tres uruguayos, y descienden de inmigrantes recientes, como que para ese conjunto son los abuelos o los bisabuelos quienes emigraron. Es una migración con perfecto conocimiento del cuándo y desde dónde se vino, con raíces que para una inmensa mayoría aún persiste. Compuesto por italianos (mayormente del norte, pero también del sur), españoles (abundantemente gallegos, algunos catalanes - pocos y de alta influencia política y cultural - más de todas las regiones peninsulares y de las Canarias), vascos de uno y otro lado de los Pirineos, suizos de todas las suizas, franceses, alemanes, judíos de las europas central y oriental, judíos turcos, armenios, libaneses. Inmigrantes que más allá de las peripecias de toda inmigración tienen como corolario el haber encontrado un país abierto, no estratificado, que les permitió afincarse, fundar familias, desarrollarse y crecer. Encontraron refugio del hambre, la leva militar, la persecución política o la persecución religiosa. Sin encontrar grandes xenofobias (más allá de un largo anecdotario de estereotipos denigratorios para todos y cada uno de los orígenes, incluidos los criollos) y que permitió a esos mismos inmigrantes y a sus descendientes integrarse y fusionarse a la cultura uruguaya, a la vez que mantener vivas sus raíces. Decir esto es decir que España, Italia, Suiza, Francia - para concentrarse en las mayores corrientes migratorias de la actual Unión Europea o del Espacio Schengen o de asociados a esos procesos – son deudores de gratitud hacia este país y hacia esta sociedad. Esto es algo que nunca debe olvidarse, ni de este lado ni del otro lado del Atlántico.

Esta es entonces una sociedad prevalentemente constituida por los descendientes de este proceso que tiene como máximo 140 años y como mínimo 50, combinada con los descendientes del otro país, el fundacional, compuesto por tempranos colonizadores españoles, tempranos inmigrantes (o a veces aventureros) británicos, franceses o italianos, gente de orígenes desconocidos con alguna gota de sangre indígena, negros desarraigados a la fuerza y traídos en esclavitud. Más o menos por ahí anda la sociedad uruguaya.

Cuando todavía no había transcurrido una década del cese de la inmigración, comienza el proceso inverso, que tiene mucho de proceso de retorno, de completar un giro de 360 grados en dos o tres generaciones. Los uruguayos no hacen otra cosa que recorrer en sentido inverso el mismo camino que hicieron sus abuelos o bisabuelos, y no pretenden otra cosa que el mismo trato y el mismo reconocimiento.

Cuando comienza ese proceso de migración masiva desde Europa hacia este confín del Sur, es cuando España reconoce la independencia de esta República y celebra el tratado de 1879, que consagra entre los nacionales de ambos países (los españoles en la República y los orientales en España) la libre circulación, radicación, trabajo y ejercicio del comercio. Entonces, además de la gratitud exigible a los países expulsadores de sus connacionales, en el caso particular de España se añade la existencia de un tratado escrito y vigente, que la obliga. No hay uruguayos residentes ilegales en España, por la sencilla razón de que los ampara ese tratado de 1879. El que España tenga el problema de haber firmado tratados contradictorios (con Uruguay hace tiempo, con la Unión Europea y con los países de Schengen más recientemente) es un problema de España que va tener que resolver por sí sola, como tiene que resolver por sí toda persona que se compromete en forma contradictoria con otras dos.

Con esto de España hay dos problemas. El primero que las conversaciones vienen muy largas y lentas, y poco o nada se ha avanzado. El segundo es que cuando los principales partidos españoles financian a diestra y siniestra a partidos uruguayos, pocos acá están dispuestos a erigirse en pie de guerra para exigirle al donante que cumplan sus obligaciones.

La inmigración masiva a Europa existe, como a los Estados Unidos, porque hay puestos de trabajo que los nacionales no están dispuestos a hacer. El problema de toda inmigración masiva es que afecta a la sociedad de recepción; afecta su cultura, sus costumbres, sus valores, sus creencias. Por eso los países deben meditar muy seriamente antes de abrir las puertas. La documentación sobre las decisiones oficiales en cuanto a la política migratoria uruguaya son contundentes en cuanto a que aquí hubo un propósito deliberado – con connotaciones claramente racistas – de fomentar una inmigración europea para que afectase a la sociedad e impactase sobre su cultura, por considerar que eso iba a ser el presupuesto necesario para el desenvolvimiento del país. Y además la migración se promovió con un largo horizonte temporal de posibilidad de absorción de esas grandes masas trashumantes. No parece ser que esa prudencia haya estado presente en Europa, donde no se analizó el impacto cultural - o se estimó una más fácil absorción o trasculturización – ni se analizó debidamente el horizonte temporal, la capacidad en el tiempo de incorporación de esas masas, ni se previó adecuadamente los impactos sociales que esas masas generaban en las culturas pre existentes.

Lo cierto es que ha llegado una hora de la verdad para este fenómeno, que requiere de abordajes profundos, porque la ola migratoria hacia Europa no resiste ni la fenomenal recesión económica que impacta a algunos países, ni la masiva convulsión que generan estos choques culturales. Pero precisamente, la cultura uruguaya – como la argentina – son las que tienen mayores similitudes con las culturas europeas, lo que pasa a ser un tema adicional para que el tema se encare con mayor detenimiento.