20 Jul. 2008

La emergencia demográfica

Oscar A. Bottinelli

El Observador

En estos días a nivel de gobierno se ha hablado de “emergencia demográfica”, es decir, la situación de un país que está al borde de comenzar a perder población y que acelera su envejecimiento. El problema tiene muchas complicaciones[...]

En estos días a nivel de gobierno se ha hablado de “emergencia demográfica”, es decir, la situación de un país que está al borde de comenzar a perder población y que acelera su envejecimiento. El problema tiene muchas complicaciones. Antes que nada, los datos objetivos: la población del país jamás creció de manera significativa por la forma de crecimiento de las sociedades que prevé la naturaleza, es decir, por la procreación masiva, sino que el mayor crecimiento se debió a la inmigración. Un buen día, apenas pasar la mitad del siglo XX, la inmigración se frenó; y cuando todavía el país no se había acostumbrado a dejar de ser país de inmigrantes, comenzó la emigración: A este país que no creció significativamente por la vía biológica y que comenzó a desangrarse con la emigración, se le sumó la modernización de las familias, que en buen romance quiere decir que las parejas cada vez empezaron a tener menos hijos, que cada madre década a década parió menos críos.

La emigración fue primero juvenil y económica, luego política (combinación de verdadero exilio, de exilio por las dudas, de exilio con matices económicos) y finalmente luego con una motivación que no se sabe como llamarla, porque es algo económica, pero no tanto de presente sino de futuro, por lo que uno diría que es una emigración existencial, de temor al futuro de esta tierra. Si a muchos le impactan las cifras, al que verdaderamente estudia y piensa el tema lo que le espanta es una cosa mucho peor: no es que sean tantos los que se van, sino que se va el recambio del país, los jóvenes más capacitados. Pero desde el punto de vista cualitativo, que de eso se trata, no es solo que la emigración desangra calidad, sino que la población que apenas crece y ahora va a dejar de crecer, logra no caer en picada por la fenomenal tasa de crecimiento de los niveles más pobres, menos calificados y menos instruidos de la sociedad.

Entonces la ecuación es complicada: el país está apunto de perder población, nacen pocos niños, la mayoría de los que nacen lo hacen en la pobreza y después van a recibir baja instrucción, los otros – los que reciben buena instrucción – se van. Y si no es más complicada aún, es porque la expectativa de vida crece. Lo cual hace que los números no caigan tanto, pero que la tasa de envejecimiento crezca velozmente, como para hacer insostenible cualquier plan de seguridad social que exista en el mundo o que alguien se imagine.

Llegó la hora, como lo proclama el gobierno, de pensar en la emergencia demográfica. El problema no es pensarlo ni sentirlo, porque lo siente el país entero, sino que la cosa está en encontrar soluciones, si las hay. El decreto del retorno es muy positivo parta facilitar el retorno de los que deseen volver; pero no basta con traer un auto y muebles sin impuestos, porque después de volver hay que tener vivienda y tener trabajo, buen trabajo; y ni lo uno ni lo otro se arregla por simple decreto. Además y más allá de las bondades del decreto, sería interesante que alguien estudiase cuántos uruguayos radicados en el exterior están dispuestos a volver; lo que se presume es que son muchos los que desearían volver, que no es lo mismo que estar dispuesto a hacerlo y en el corto plazo. Porque una cosa es el corazón y otra la razón. En definitiva, la emergencia demográfica ni va a desaparecer ni se va a amortiguar por el retorno más o menos inmediato, a corto o mediano plazo.

Lo que corresponde entonces es comenzar un gran debate nacional para construir una política demográfica, de la cual el país carece desde hace más de medio siglo. Porque hace un siglo y un tercio que sí comenzó a construirse una política demográfica, con objetivos claros y perseguibles, y la generación de los instrumentos jurídicos y fácticos necesarios. Podrá gustar o no la concepción de esa política, sin duda fue racista – en el sentido positivo o peyorativo del término, el que más guste – y hoy sería violatoria o rechinante de la mayoría de los pactos sobre derechos humanos. Pero lo cierto es que política hubo, se aplicó y fue eficaz para el desarrollo del país. Esa política murió y no es reproducible, porque no es reproducible una Europa hambrienta, militarista, guerrera y además ideológica y religiosamente intolerante. Así como Uruguay no acoge inmigrantes sino que expulsa emigrantes, Europa no genera oleadas de emigrantes sino que recibe oleadas de inmigrantes, acoge a los que le sirven y expulsa a los demás.

Lo que vale la pena rescatar de quienes pensaron la política demográfica entre el último tercio del siglo XIX y la mitad del XX, es que la pensaron. Que hubo objetivos y herramientas. Hoy no hay ni lo uno ni lo otro. No se sabe lo que se quiere. Ni siquiera se atisba lo que no se quiere. No se sabe si los uruguayos quieren importar latinoamericanos pobres y hambrientos, como ayer importaron europeos pobres y hambrientos, o qué es lo que desea recibir. Tampoco se discute demasiado cuál es el déficit poblacional del país, cuál debería ser el punto de equilibrio. Porque no es claro si tres millones y monedas es poco o mucho, y de no ser mucho y ser poco, cuál es el número necesario. Y además, discutir necesario para qué: para financiar el sistema de pensiones, para crear trabajo en la era en que vale cada vez menos el trabajo físico y es sustituido por la automatización, o para qué otra cosa.

Porque un país donde se vende mercadería en las calles, plazas y ferias, donde hay millares de personas que viven de la recolección y el reciclaje de basura, no parece ser el lugar ideal para levantar un pregón y gritar: ¡necesitamos inmigrantes! ¡necesitamos brazos para trabajar! Como lo gritaron desde 1870 hasta algún día de 1956. Porque allí había necesidad de brazos, no había hurgadores, ni ambulantes y sobraban puestos de trabajo.

Uruguay puede hacer muchas cosas malas: no tomar conciencia de la emergencia demográfica, no debatir el tema, no tener idea de qué hacer con la población y su estancamiento o caída, no saber hacía dónde ir como sociedad, no saber qué tipo de cultura se quiere tener y cómo puede impactar sobre determinada inmigración sobre el modelo actual o el imaginado. Lo único bueno que puede hacer es tomar conciencia de la emergencia demográfica y comenzar a debatir qué hacer con el problema, sin facilismos (porque el tema es difícil) y sin prejuicios (que lejos de ayudar, entorpecen).