28 Set. 2008

Trabajo y estrategias de vida

Oscar A. Bottinelli

El Observador

La calidad de trabajador ha sido considerada como un timbre de honor por la izquierda clásica, ya fuere en cualquiera de las dos vetas que matrizaron el pensamiento sindical y social del Uruguay: la marxista y la anarquista. Trabajador en el sentido de asalariado, dependiente o con mayor exactitud en lenguaje marxista, proletariado. Ese timbre de honor derivó a su vez de la alta valoración del trabajo por sí mismo[...]

La calidad de trabajador ha sido considerada como un timbre de honor por la izquierda clásica, ya fuere en cualquiera de las dos vetas que matrizaron el pensamiento sindical y social del Uruguay: la marxista y la anarquista. Trabajador en el sentido de asalariado, dependiente o con mayor exactitud en lenguaje marxista, proletariado. Ese timbre de honor derivó a su vez de la alta valoración del trabajo por sí mismo. El verdadero trabajador en ese pensamiento debe tener dos virtudes madre: la conciencia de clase y el amor por el trabajo. La conciencia de clase supone tener claro quiénes son sus hermanos y quiénes sus enemigos, que todas sus conquistas se obtienen mediante la lucha y esa lucha debe ser colectiva; que el trabajador no mejora su condición por el seguimiento a un líder, caudillo o elite en búsqueda de padrinazgo, sino que las obtiene de su organización y de su combate. El amor por el trabajo supone que el trabajador no debe confundir la lucha de clases, la contraposición de intereses contra sus patronos, con el compromiso por hacer el trabajo en regla y de la mejor manera posible; el mejor luchador es a su vez el que mejor trabaja, el que cumple a rajatabla los horarios, está siempre presente y realiza su labor lo mejor que le da su capacidad.

Esta exaltación del trabajo ha sido una constante en los modelos del socialismo real. Basta recordar el stajanovismo, los “héroes del trabajo” en la Unión Soviética, el “trabajador ejemplar” en la Cuba socialista. En todos ellos el ser quien mejor trabaja, quien más trabaja y lo hace de la mejor manera posible, es un timbre de honor, consagrado por el Partido y el Estado, reconocido por los demás trabajadores, reconocido por la sociedad. En Uruguay estas ideas sobre el valor del trabajo, sobre el concepto amplio de la palabra trabajador, fue una constante en el Partido Comunista (en sus diversas etapas), en el Partido Socialista (también en sus diversas etapas y virajes), en el anarco-sindicalismo (la vieja Federación Anarquista Uruguaya, la posterior Resistencia Obrero Estudiantil) y en las nuevas corrientes que surgen en la década de los sesenta muchas de las cuales se agrupan en la Tendencia Combativa. Naturalmente esa concepción de la palabra “trabajador” y este valor del concepto “trabajo” constituyeron la base del movimiento sindical y de su mayor expresión anterior, la Convención Nacional de Trabajadores (CNT)

Puede decirse que la visión marxista y anarquista del trabajo tiene un parentesco con la visión protestante en este último aspecto: el de su exaltación, como una herramienta o un camino de perfeccionamiento del ser humano. No se emparenta en cuanto al concepto de clase.

Hoy tiene mucha auge – es quizás mayoritaria en la izquierda – la tesis opuesta, la de las “estrategias de vida”, tesis desarrollada por importantes dirigentes tupamaros. Puede resumirse así: el hombre de pueblo debe defenderse mediante el desarrollo de las estrategias de vida que tiene a su alcance y que además pueden cambiar de momento a momento; frente a él se presentan tres grandes caminos: puede trabajar, puede pedir o puede robar. El trabajo no tiene un valor diferente a las otras estrategias, con las cuales puede compararse por el rédito y la seguridad; si es más o menos redituable que pedir o robar, si es más o menos segura esa estrategia. Aquí la palabra trabajo es sinónimo de empleo. No implica ni contracción a la labor, ni calificación para el desempeño del empleo, ni compromiso con cumplir, ni requiere voluntad de hacer las cosas bien. Se reduce a hacer lo mínimo para obtener la contrapartida que permita obtener los recursos necesarios para la vida. El pedir – técnicamente el mendigar – no es otra cosa que un camino hacia el mismo objetivo, sin que tenga connotaciones éticas o políticas diferentes.

Ello se observa con mucha claridad en los “limpiavidrios”, las personas que en muchas esquinas de las principales ciudades donde exista semáforo, aprovechan la luz roja para ofrecer limpiar el parabrisas. En la gran mayoría de los casos utilizan alternativamente las dos estrategias. Primero ofrecen un servicio, un trabajo: limpiar el parabrisas con la contrapartida de una retribución que queda a criterio del receptor del servicio; este último elemento, el que el precio no lo fije el oferente sino el recepto no cambia la naturaleza de la relación, ni es el único caso en que la gente es tomadora de precios. Pero en segundo lugar, si el ofrecimiento de servicios es declinado, se pasa al segundo camino: se pide, expresado normalmente en levantar el dedo índice de una de las manos o verbalizado en el pedido de “una moneda”. Sin solución de continuidad se pasa del ofrecimiento del servicio al pedido asistencial, se pasa del concepto de trabajo al concepto de mendicidad. Ha habido – y quizás todavía haya casos – en que grupos minoritarios recorrían el tercer camino: fracasado el servicio, fracasada la mendicidad, usaban distintos procedimientos que terminaban en algún tipo de robo. Aquí, entonces, se operaba sucesivamente en las tres estrategias de vida.

En la concepción marxista y anarquista, en toda la izquierda clásica y en la posterior sesentista, se hubo trazado una frontera rígida, visible e infranqueable entre el trabajo de un lado y la mendicidad y el robo del otro. Quien pide y quien roba forma parte del sector más despreciado de la sociedad, del más despreciado por el proletariado: el lumpenproletariado; los vulgarmente denominados “lumpen”, el “lumpenaje”. En la nueva visión hay un concepto unificador de “pueblo”, de gente toda ella “explotada”, hermandada en su calidad de “explotados”, que reaccionan de la forma que sus circunstancias le permiten hacerlo, En definitiva, recorren las estrategias de vida que más se le acomodan.

Estas dos concepciones están presentes hoy en la izquierda uruguaya. A veces separan nítidamente a unos grupos políticos de un lado y a otros grupos políticos del otro; otras veces cortan al interior de los mismos grupos políticos; y otras veces más son los propios individuos los que oscilan entre una y otra tesis. Lo cierto es que es otro de los temas sustantivos que ameritan una profunda discusión en el Frente Amplio, discusión que no es par deleite de filósofos sino absolutamente imprescindible para encarar una segunda etapa de gobierno.