16 Nov. 2008

De vetos, propios y extraños

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Los sucesos en torno a la aprobación y veto de la ley de despenalización del aborto – porque en esencia lo que se trata es de eso y secundariamente de otros temas vinculados a la salud sexual y reproductiva – son acontecimientos que admiten varios ángulos de análisis: el de fondo, el del aborto en sí y su penalización; el de la creciente personalización del poder y presidencialización del gobierno; y el de los impactos políticos de la decisión del presidente, de los alineamientos políticos y sobre todo de la forma de arribar a esa decisión.

Los sucesos en torno a la aprobación y veto de la ley de despenalización del aborto – porque en esencia lo que se trata es de eso y secundariamente de otros temas vinculados a la salud sexual y reproductiva – son acontecimientos que admiten varios ángulos de análisis: el de fondo, el del aborto en sí y su penalización; el de la creciente personalización del poder y presidencialización del gobierno; y el de los impactos políticos de la decisión del presidente, de los alineamientos políticos y sobre todo de la forma de arribar a esa decisión[1].

El tema del aborto enfrenta dos grandes concepciones sobre la vida, la sexualidad, el mundo y la sociedad. No son diferencias políticas en el sentido cotidiano del término, son diferencias políticos en el sentido más profundo del mismo, en cuanto es una división en función de valores muy hondos. En grandes líneas una escala de valores y un conjunto de concepciones ha quedado representado por el actual oficialismo y otra escala de valores y otro conjunto de concepciones quedó representado por la actual oposición. Para buscar vocablos operativos que resulten lo más neutro posible, parece conveniente llamar a un bando “partidarios de la despenalización del aborto” y al otro bando “partidarios de la penalización del aborto”.

Con esa clasificación operativa, y tomando como sujetos de análisis los miembros del Poder Ejecutivo y del Poder Legislativo, la oposición se situó casi monolíticamente en la tesitura “penalizadora del aborto”, con solo tres excepciones: el senador colorado Sanguinetti (que en la segunda votación de la primera instancia en el Senado votó afirmativamente la ley y en la segunda instancia se abstuvo), el senador-diputado colorado Abdala (que se abstuvo tanto en la primera votación de la primera instancia en el Senado y también en Diputados) y el senador blanco Lara (que en la segunda votación de la primera instancia senatorial voto afirmativamente). Puede también decirse que el oficialismo a nivel parlamentario se comportó también casi monolíticamente en la tesitura “despenalizadora del aborto”, con una actitud dual del senador Cid (votó por la negativa en la primera votación de la primera instancia y luego afirmativamente en la segunda votación y de nuevo en la segunda instancia) y dos votos negativos en la rama baja - de los diputados Roballo y Semproni – y una abstención (diputado Maseda). Si se valora como un tercio de voto cada votación en el Senado, el comportamiento de los dos bloques resulta así: oficialismo tuvo un comportamiento homogéneo del 98% en el Senado y del 94% en Diputados, mientras la oposición registró un comportamiento homogéneo del 90% en el Senado y del 98% en Diputados. Si la oposición se divide por partidos la homogeneidad fue del 97% y 100% (Senado y Cámara) en el nacionalismo, 67% y 90% en el coloradismo (el Partido Independiente cuenta con un solo diputado, con lo cual la homogeneidad es connatural).

A nivel del Poder Ejecutivo la posición actualmente dominante y además tradicional en la izquierda contó con el apoyo inequívoco de 9 ministros (Interior, Economía, Defensa, Educación, Industria, Trabajo, Ganadería, Vivienda y Desarrollo Social), tuvo la disidencia inequívoca de 3 ministros (Transporte, Salud Pública y Turismo) y posiblemente una cuarta (Relaciones Exteriores). Para un análisis político exacto, en realidad fueron 8 los ministros coherentes con la posición tradicional de la izquierda y 5 los disidentes, en tanto el titular de Vivienda se encontraba en el exterior y comunicó la firma del veto, pero el viceministro se alineó con la mayoría. Aquí hay un dato inequívoco: si se hubiese jugado el partido en la lógica formal de la Constitución de 1967 (lógica jamás aplicada), con la presencia de los 14 titulares del Consejo de Ministros, el presidente de la República hubiese sido derrotado en el máximo órgano del Poder Ejecutivo por 8 votos contra 6 (incluido el propio). Esto en sí marca la gran importancia de lo sucedido, pues no se conoce que un presidente haya quedado en minoría combatiente frente a la mayoría del Poder Ejecutivo. También marca una jugada extremadamente arriesgada, equivalente a cantar “contraflor al resto” en el juego del truco, como dar un paso para quedar con las ruedas para arriba. Comunicar a los ministros, sin consulta previa ni discusión alguna, que enviaba a recoger las firmas, fue un gesto extremo de autoridad y una jugada límite de caudillo. Pero a esa jugada le faltó el aplicar el sabio aforismo militar: nunca se da una orden si no se tiene la certeza de que será cumplida. Algo así como el coronel portugués que, al comienzo de la “Revolución de los Claves”, dio la orden a los tanquistas de disparar contra las tropas sublevadas, para lograr con esa orden terminante que uno a uno los tanquistas se plegasen a la sublevación.

Pero no solo el presidente quedó en minoría en el Poder Ejecutivo, sino que tampoco se conoce que un presidente hubiese quedado enfrentado al 95% de los parlamentarios de su propio partido, y respaldado por el 96% de los legisladores de la oposición. Jorge Pacheco Areco, el presidente constitucional más controvertido de los últimos 65 años, en temas sustantivos quedó en minoría en el Parlamento tan solo una vez y ello no fue en ninguna de las cámaras ni en la Asamblea General, sino en la Comisión Permanente. No hay ejemplos en la historia del país de un presidente de la República alineado con la oposición y enfrentado a su partido. Esto, por sí solo, independientemente que alguien se alinee con la penalización y otro con la despenalización del aborto, y más allá del aborto y sin tener para nada en cuenta el aborto, es un hecho histórico. Y desde el punto de vista del sistema de partidos y de una democracia asentada en un sistema de partidos, es un hecho altamente debilitante de la democracia basada en partidos, o al menos un hecho patológico para una democracia de partidos. Sin duda esto le costará verlo a los partidarios de la penalización del aborto, porque se van a fijar más – como lo han demostrado las primeras figuras – en el tema de fondo de la ley que en el tema de fondo del funcionamiento político.

Pero lo que estos hechos demuestran es algo sospechado por muchos: Tabaré Vázquez es un cuerpo extraño en la izquierda uruguaya, cuyos valores más profundos no comparte. En la hora final, cuando no cabe otra opción que estar de un lado o del otro, se sintió más cerca de blancos y colorados que de los frenteamplistas, y los blancos y colorados se sintieron representados por Tabaré Vázquez, mientras que los frenteamplistas se sintieron abandonados por su padre.


[1] Esto obliga necesariamente a abordar el tema en varios análisis