21 Dic. 2008

El desempoderamiento del presidente

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Se denomina desempoderamiento al fenómeno que muestra la pérdida de poder de alguien que naturalmente lo tiene, o que lo tiene por un tiempo determinado. A nivel político un caso especial lo fue aquella especia de emperador azteca como el presidente de los Estados Unidos Mexicanos durante la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI)[...]

Se denomina desempoderamiento al fenómeno que muestra la pérdida de poder de alguien que naturalmente lo tiene, o que lo tiene por un tiempo determinado. A nivel político un caso especial lo fue aquella especia de emperador azteca como el presidente de los Estados Unidos Mexicanos durante la hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI). Como se sabe, producto de la Revolución de 1910 y de la reacción frente al porfirismo, se estableció en dicho país que el presidente de la República no puede ser reelegido jamás y su periodo de gobierno tiene una duración de seis años. Durante algo más de cinco años de ese sexenio, ese presidente encarnaba al emperador azteca, tanto en lo simbólico como en el ejercicio efectivo del poder. Hasta que un día se producía el destape. ¿Qué quiere decir? Que el sucesor era anunciado por el presidente en ejercicio después de un oscuro proceso de selección, sobre el cual no hay mucho material conocido. En lo formal, lo único que hacía el presidente era anunciar al PRI su preferencia por un nombre para la candidatura presidencial. Invariablemente el PRI designó siempre como candidato al sugerido presidencialmente y el pueblo mexicano eligió siempre al candidato del PRI. En la realidad, el presidente destapaba el nombre del sucesor. En ese instante, el de la ceremonia del destape, el poder comenzaba a desplazarse lentamente desde el emperador en ejercicio hacia el emperador designado; día a día el poder del presidente disminuía a ojos vista. El destape constituía el momento supremo del ejercicio del poder y el comienzo del fin de ese poder.

Por estas latitudes el destape se produjo el domingo 14, pero al revés. Contra la voluntad del primer mandatario el Congreso del oficialista Frente Amplio eligió como candidato oficial a José Mujica por la apabullante mayoría del 72% y además, en acto que los penalistas calificarían de alevosía, relegó al tercer lugar al preferido presidencial. Esta semana, el pintoresco senador adquirió visos de presidencialidad; para unos aparece como el futuro presidente y para otros como el futuro candidato único presidencial de la izquierda. Como fuere, algunas cosas indican su empoderamiento: “¿Vd. se va a mudar a la Residencia Suárez o va a seguir viviendo en su chacra?” pregunta un periodista; un centenar de empresarios de un lado y otro del Río de la Plata, a 250 dólares americanos el cubierto, asisten al quincho de su amigo Varela a contribuir a los fondos del presidenciable y así posibilitar la compra del “Pepemóvil”. Son actos de empoderamiento, porque no es el producto del destape, sino de la rebelión de los militantes. Entonces, Mujica no es solamente el aspirante a suceder a Vázquez en la Presidencia de la República, sino el desafiante del presidente en la disputa del liderazgo de la izquierda. Desafío para el cual cuenta con el apoyo de tres de cada cuatro militantes, alrededor de la mitad de los parlamentarios y con el grupo más poderoso de la izquierda.

El fracaso de Vázquez es el quinto destape fracasado en el último cuarto de siglo. Nunca el presidente logró imponer el sucesor. Sanguinetti fracasó con Tarigo y diez años más tarde con Hierro, Lacalle fracasó con Ramírez, Batlle fracasó con Stirling. Parece que los destapes no funcionan en este país sin aztecas, casi ningún charrúa y pocos guaraníes. Si Astori llegase a ganar en junio, que es una posibilidad relevante, ya no sería el producto del dedo presidencial, sino el resultado de una lucha personal y desde atrás, porque ahora el economista es el challenger del incumbent Mujica.

Hubo pues un cuádruple fracaso de Vázquez en el Congreso: no pudo imponer la fórmula Astori-Mujica, su propuesta ni siquiera fue considerada, se eligió a quien él no quería y se relegó a su preferido al tercer lugar. Pero el desempoderamiento, cuyos primeros síntomas se advierten desde hace un par de meses, tiene otros elementos adicionales y anteriores: la réplica (en la oportunidad, fondo y forma) de Mujica y de Fernández Huidobro al primer mandatario, que quebró su intocabilidad; el alineamiento del 95% del Frente Amplio en contra del presidente en la ley del aborto; la oposición de la gran mayoría del Consejo de Ministros a la decisión del mandatario; el que éste, enfrentado a la casi totalidad de su partido, hubiese tenido que recurrir al apoyo de la oposición para mantener el veto a la ley; la dura declaración del Congreso del Partido Socialista contra el veto; la renuncia de Vázquez a la afiliación a ese Partido; las no consecuencias de su renuncia, dado que no solo no hubo fractura sino que continuó su camino sin disidencias con su propio candidato presidencial sin adherir al preferido presidencial; y por último el intento fracasado de dividir al Partido Comunista.

Hace un mes en Trinidad, el presidente Tabaré jugó todo su peso y toda su autoridad en un gesto caudillesco, de fuerza impresionante, que hizo pensar en el nacimiento del primer caudillo del tercer milenio. No fue así. Porque el caudillo es tal cuando se gesto de autoridad deviene en acatamiento, que no hubo. Entonces, hoy aparece como el último gesto para imponer per se su liderazgo, el último intento.

Y así como Astori tiene por delante que subir la cuesta en pos de la victoria en las elecciones preliminares de junio, Vázquez tiene por delante que combatir por la defensa de su liderazgo jaqueado.