12 Abr. 2009

El G20 y el nuevo orden mundial

Oscar A. Bottinelli

El Observador

La terminación del mundo bipolar imperfecto, en los comienzos de los años noventa del siglo pasado, ha dado lugar a diferentes intentos de constitución de un nuevo orden mundial, ya fuese basado en el unilateralismo norteamericano o en la constitución de un grupo de países que juntasen las economías más poderosas del globo (primero el G-7, luego con la adición de Rusia, el G-8)[...]

La terminación del mundo bipolar imperfecto, en los comienzos de los años noventa del siglo pasado, ha dado lugar a diferentes intentos de constitución de un nuevo orden mundial, ya fuese basado en el unilateralismo norteamericano o en la constitución de un grupo de países que juntasen las economías más poderosas del globo (primero el G-7, luego con la adición de Rusia, el G-8). O intentado a través de la reforma del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Al igual que en el pasado mundo bipolar, en esta búsqueda de un nuevo orden global la Organización de las Naciones Unidas no ha logrado ocupar el centro del escenario y por allí no pasa el gobierno del mundo.

Hace menos de dos semanas la reunión de los jefes de Estado de 19 países más la representación de la Unión Europea dieron señales de ubicar en esa cumbre el centro del poder económico o financiero mundial, al dictar las bases para un nuevo orden financiero mundial. El G-20 agrupa a 19 países más la Unión Europea, o más estrictamente en el G-20 hay representados: 15 países en forma directa (Estados Unidos de América, Canadá, Japón, Rusia, Argentina, Brasil, México, Sudáfrica, Australia, Arabia Saudita, Turquía, China, Corea, India, Indonesia); 4 países en doble representación, con asiento propio en forma directa e indirectamente mediante la representación de la Unión Europea (Alemania, Francia, Italia y Reino Unido); 23 países en forma indirecta (el resto de la Unión Europea). De estos 23 hay 2 que a su vez no integran en forma directa el grupo, pero sí indirecta, y además son invitados a sentarse a la mesa (España y Países Bajos). Estos 42 países que componen el G-20 representan el 85% del producto nacional bruto del mundo, el 80% del comercio internacional (incluido el comercio entre los países de la Unión Europea) y los dos tercios de la población mundial. Esta es la dimensión de poder en la que se fundamenta el imponer reglas al resto de los países del globo, es decir, a los otros ciento cuarenta y tantos países. En esencia el G20 busca ejercer el liderazgo mundial.

La historia enseñanza que cuando se busca ejercer el liderazgo, los aspirantes a líderes no solo deben exhibir tamaño y fuerza, sino también algún modelo en el que se vean reflejados los candidatos (con o contra su voluntad) a liderados. En el mundo bipolar los Estados Unidos de América no solo ofrecían el principal poder militar y la primera economía del globo, sino también pretendían exhibir un modelo de sociedad que declaraban fundado en la libertad y la democracia; por su parte la Unión Soviética también exhibía un poder militar relativamente equiparable, pero además un modelo de sociedad que declaraba fundado en la igualdad de los seres humanos y la no explotación entre ellos. No importa cuan cierto fuese lo que cada cual hubiese proclamado; lo importante es que exhibiesen esas creencias y los liderados por unos y otros creyesen en las virtudes y el ejemplo de los líderes. Si alguien sigue a otro porque no tiene más remedio, por la imposición de la fuerza (militar, económica, política), no hay liderazgo sino dominación; el débil no es un liderado sino un dominado.

¿Qué exhibe el G20 además de tamaño económico y comercial, y de magnitud de habitantes? Aparentemente, dada una de sus señales más fuertes, pretende exhibir un modelo de ética, expresado en el plano de lo tributario, lo que la llevó en combinación con la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) a la elaboración de una lista negra en tres categorías, que para juego de los comunicadores se les llamó lista negra, gris oscura y gris clara. Tras la abdicación de los cuatro sentenciados en la lista negrísima, esta lista negra quedó reducida a dos categorías: la vieja lista negra que por pudor se le llama ahora gris oscuro y una nueva llamada gris clara. Todos los países de esa larga lista de tres categorías tienen en común la calidad de paraísos fiscales, o refugios de capitales negros, o territorios refractarios a la aceptación de acuerdos internacionales en materia impositiva. Como quien dice, son los malos de la película, y así son exhibidos ante la opinión pública mundial, que cree que efectivamente esos países son los corruptos del mundo, o máx exactamente los santuarios de la corrupción y los dineros negros (que en mayor medida lo son, Uruguay incluido y en los lugares más prominentes, más allá de toda duda sincera y razonable). Pero con este tema y esta(s) lista(s) se termina la apelación a las idealidades.

Además de poderío económico, comercial y poblacional ¿Qué pasa con el G20, más estrictamente con los 19 países sentados a pleno derecho y por sí propios en ese foro anual, en cuanto a poder adquisitivo de sus habitantes, desarrollo humano y corrupción? La mayoría de los representados en la cumbre están fuera del primer quintil en poder adquisitivo de sus pueblos, medido en PPA según el FMI. Pero además, solo 3 de ellos están en la mitad de menor poder adquisitivo del mundo, en la mitad de mayor pobreza. Se puede decir que son mucha gente junta, que ese conjunto les da mucho poder económico y comercial, pero viven mal. La abrumadora mayoría de los habitantes del G20 vive mal. Los poderosos no son un ejemplo contra las injusticias del mundo.

Lo cual se corrobora aún más cuando se observa que 10 de los 19 países están también fuera del primer quintil, es decir, no está en el 20% de mejor desarrollo humano, y 9 de esos 10 tienen un desarrollo humano inferior (algunos de ellos, varias veces inferior) al de Uruguay. Son poderosos, pero no todos ellos lugares agradables para vivir humanamente.

Pero en la elaboración de las listas negras de la moralidad fiscal mundial participan países que no pagan sus deudas, es decir, que en esa moral no entra el devolver lo que se pide prestado, lo cual implica una feroz contradicción para los miembros del Club de París, los cuales casualmente integran el G-20. Se puede estar en default, no pagar a nadie, pero dictar las normas del nuevo orden financiero mundial.

Pero además, solo 7 de los 19 países directamente sentados en el G-20 están en el primer quinto de países con mejor Indice de Percepción de Corrupción (y solo 6 por encima de Uruguay). No solo los dos tercios del G-20 está fuera de la primera categoría en materia de trasparencia, sino que 6 de ellos (Argentina, Brasil, Arabia Saudita, India, Indonesia y Rusia), están en la mitad de la tabla de los países con mayor percepción de corrupción del mundo.

Todo esto esté fuera de ideologías. No hay ningún modelo que sirva de ejemplo en el mundo en que se exhiba que el liderazgo implica pretender que los liderados sigan a quienes ofrecen bajo nivel de desarrollo humano y alta corrupción. Al menos en los últimos 400 años es difícil encontrar otro ejemplo de intento de crear un orden económico mundial sin un modelo de sociedad a seguir. Nunca, en los siglos XVII, XVIII, XIX, XX y lo que va del XXI, el nuevo orden se pretende crear basado exclusivamente en el poder de los poderosos, en la riqueza de los ricos en tanto países, aunque fueren pobres de solemnidad en cuanto a personas, en un conjunto de naciones que exhiben el mayor índice imaginable de desigualdad entre los pueblos allí representados.