16 Ago. 2009

Cómo convertir victoria en derrota

Oscar A. Bottinelli

El Observador

En el juego político un tipo de error que acecha es la posibilidad de convertir una victoria en derrota. Un caso paradigmático fue el cometido por Tabaré Vázquez en 1994. Cabe recordar la anécdota. El Frente Amplio marcó desde su nacimiento el objetivo de romper el bipartidismo tradicional para luego caminar hacia la construcción de un nuevo bipartidismo[...]

En el juego político un tipo de error que acecha es la posibilidad de convertir una victoria en derrota. Un caso paradigmático fue el cometido por Tabaré Vázquez en 1994. Cabe recordar la anécdota. El Frente Amplio marcó desde su nacimiento el objetivo de romper el bipartidismo tradicional para luego caminar hacia la construcción de un nuevo bipartidismo. La primera meta sustancial de ruptura del bipartidismo significaba consagrar el tripartidismo perfecto, lo cual ocurre en la noche del 27 de noviembre de 1994, cuando prácticamente empatan los tres partidos, ya que entre el primer y el tercer partido se dio una distancia de tan solo 1.7 puntos porcentuales. Una Cámara de Representantes con 32 diputados colorados, 31 nacionalistas y 31 frenteamplistas fue el espejo de ese tripartidismo perfecto. En su cuarto elección como nueva fuerza política, el Frente Amplio alcanzó su primer objetivo, la ruptura completa del viejo bipartidismo. En cada una de las dos elecciones siguientes lograría los dos objetivos que le faltaban: constituirse en la primera fuerza política del país y luego obtener la mayoría absoluta en ambas cámaras.

Pero esa noche de noviembre hubo un episodio que llevó a convertir esa victoria en derrota. Aquélla fue la última elección nacional por el viejo sistema de elección presidencial a mayoría relativa. Ocurrió que como resultado de una encuesta a boca de urna, la Universidad de la República anunció el triunfo de Tabaré Vázquez como presidente de la República. La noticia desató el frenesí frenteamplista, de alguna manera alentado por el candidato que se creía ganador. Por su parte, el Frente Amplio contaba con su propia proyección de escrutinio, que en coincidencia con las realizadas por Factum y Cifra, concluían en el irreversible tercer lugar para la fuerza política de izquierda. El general Seregni, en su última elección como presidente del Frente Amplio, instó durante varias horas sin éxito a que el candidato reconociese la derrota y apagase un equivocado festejo. Lentamente la verdad se impuso, el candidato perdedor se desvaneció por la azotea de la sede electoral y el pueblo fenteamplista - en la noche de su primera gran gloria - se fue a casa presa de frustración y amargura. El primer objetivo perseguido, alcanzado en tiempos históricos mucho antes de lo previsto, apenas una elección después de la traumática ruptura que puso en riesgo su existencia (cuando lo abandonan la Democracia Cristiana y lo que se constituyó en Nuevo Espacio), debió dar para un largo festejo, celebrar el fin del bipartidismo histórico y la consagración de una nueva etapa, pero se convirtió en derrota por creer haber alcanzado un logro mayor. (En realidad hubo un doble yerro, porque además el entonces rector de la Universidad y hoy presidente del Frente Amplio involucró a la institución estatal en su conjunto en un proyecto que tan solo era de un instituto, el de Estadísticas, de una facultad, la de Ciencias Económicas)

Hace cinco años, en las elecciones preliminares del 27 de junio de 2004 (las mal llamadas “elecciones internas”), el Partido Nacional alcanzó un éxito formidable de características históricas. Todos los augurios sobre la eventualidad de un nuevo bipartidismo, con el Frente Amplio como uno de sus polos, suponían que el otro lo sería el Partido Colorado. Así lo reconocía el líder nacionalista Wilson Ferreira Aldunate cuando respondía con enojo cada vez que Seregni preanunciaba ese nuevo bipartidismo. Además, la colectividad blanca se había situado hasta entonces por detrás de la colectividad colorada en todas las elecciones habidas en el Uruguay moderno, con solo cuatro excepciones. Sin embargo, cuando el bipartidismo histórico muere, el que sobrevive es el partido Nacional y no el Colorado.

Entonces votó, como ahora, casi la mitad del electorado residente en el país, quizás un poco menos. En relación a esa mitad el nacionalismo se situó menos de dos puntos porcentuales por detrás del Frente Amplio, lo que llevó a buena parte de la dirigencia nacionalista, y en particular a su flamante liderazgo, a la ilusión óptica de ver una total paridad entre ambas fuerzas en el conjunto del electorado nacional. Las falencias generalizadas en el país en aprender y captar el uso de los porcentajes llevó al error de proyectar el resultado de una votación de medio país al universo del país entero. Lo cual supone la hipótesis de que el no votante tiene un comportamiento electoral exactamente igual al votante, que el segmento pasivo presenta la misma composición que el segmento activo. La hipótesis podría ser cierta, si se investiga y demuestra su veracidad. Pero todas las investigaciones iban en sentido contrario. Esas investigaciones, en la modalidad de encuestas, sufrieron la primera de las embestidas contra este instrumento científico. El último mes de campaña electoral el Partido Nacional no enfocó sus dardos contra su oponente, sino que eligió a un componente sentado en la platea - las consultoras de opinión pública como conjunto - que le molestaba porque mostraban lo que la ilusión óptica impedía ver. Cuando en la noche del 31 de octubre se conoció el resultado, en que el Partido Nacional perdió con el Frente Amplio por 17 puntos porcentuales medido en votos válidos, una parte significativa de la masa blanca sufrió la inmensa desilusión de ver esfumarse la paridad de fuerzas que creyó ver en la ilusión óptica de las elecciones internas.

La historia se repite y una parte importante de la dirigencia y la masa nacionalistas creen la ilusión óptica que en junio el Partido Nacional obtuvo el 45% del electorado nacional, cuando obtuvo el 45% de los votantes en una elección en que participó menos de la mitad del electorado. En realidad obtuvo el respaldo del 21% del electorado nacional (y el Frente Amplio tan solo el 19%). Medido por el único instrumento científico válido, las encuestas, surge que la paridad existente en el país no es entre el Frente Amplio y el Partido Nacional, sino entre el Frente Amplio de un lado y el conjunto de partidos tradicionales del otro. La difusión de todas las encuestas de seriedad reconocida, a cuyo frente hay catedráticos universitarios, despierta dos reacciones: la desilusión ante un escenario diferente a la ilusión óptica o el enojo con el portador de la noticia, pues rompe la ilusión.

El Partido Nacional obtuvo una victoria simbólica muy importante el 28 de junio, administró de manera óptima ese resultado y retempló a su gente. Pero fue una victoria tan solo simbólica. Y el creer lo contrario avizora el riesgo de tropezar otra vez con la misma piedra y convertir una victoria en derrota.