23 Ago. 2009

El desafío existencial del coloradismo

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Pedro Bordaberry - él como persona o quizás mejor él como expresión de una postura de la gente - ha logrado evitar la desaparición del Partido Colorado y quizás hasta llegase a obtener una leve recuperación. Pero al menos para esta instancia lo previsible es que el histórico partido se mantenga en el nivel de un partido de porte menor, alejado de un bipartidismo dominante al que ya no pertenece[...]

Pedro Bordaberry - él como persona o quizás mejor él como expresión de una postura de la gente - ha logrado evitar la desaparición del Partido Colorado y quizás hasta llegase a obtener una leve recuperación. Pero al menos para esta instancia lo previsible es que el histórico partido se mantenga en el nivel de un partido de porte menor, alejado de un bipartidismo dominante al que ya no pertenece. Entonces, lo que tiene por delante es un desafío existencial, en cuanto está en juego su propia existencia y también la definición o redefinición de su propia esencia. No es un tema meramente de liderazgos personales o colectivos, de campañas electorales o atractivos de marketing, sino la necesidad de un repensar profundo de para qué existe, cuál es su sentido, cuál es su lugar, qué ideas sostiene, a quiénes representa. Porque un partido político, en un país de sistema sólido de partidos, no es meramente una maquinaria electoral, y si deviene en eso, es de corta vida.

El partido Colorado, el fundado por Fructuosos Rivera, identificado con el Gobierno de la Defensa durante la Guerra Grande, reformulado por José Batlle y Ordóñez, tuvo la titularidad de la representación del Estado (los símbolos del gobierno) durante 135 de los 179 años de existencia de la República Oriental como estado independiente reconocido y constituido. En tres de cada cuatro años el presidente de la República o del Consejo Nacional de Gobierno fue un colorado. Y mucha gente nació, vivió y murió sin ver personas de otro color político al frente del Estado, durante los 93 años continuos de presencia superior colorada (1865-1958). Contra la creencia de mucha gente, inclusive de buena parte de la dirigencia colorada, la caída del coloradismo no fue producto de un hecho puntual, de una mala gestión en uno o dos periodos recientes, o la consecuencia de alguna candidatura no atractiva, sino el producto de un muy largo y paulatino proceso[1] Cabe recordar: el Partido Colorado obtuvo las siete décimas del electorado en 1938, las seis décimas en 1942, cinco en 1946, 50 y 54 - y como única excepción en el permanente declive - nuevamente en 1966, cuatro en 1958 y 62 y de nuevo en 1971, 82 y 84, tres en 1989, 94 y 99, uno en 2004.

Todavía no se ha visto que haya habido estudios o reflexiones que explicasen algo tan difícil de explicar como lo es esta pronunciada, paulatina, constante y a estas alturas parece que inexorable caída. Si no se explican las causas de ello, es muy difícil encontrar los remedios.

La observación de la situación presente permite detectar un panorama complicado. El Partido Colorado se ha transformado en una entidad política de personas atadas a una pertenencia gloriosa en el pasado, que los une el pasado, la pertenencia a una vieja divisa, y convoca a jóvenes reciclados en esas pertenencias. Sociológicamente, el electorado colorado se siente parte de un mismo bloque que el electorado nacionalista; y un segmento significativo de la población tiene un sentido de pertenencia a los partidos tradicionales como un conjunto, y oscila entre el Nacional y el Colorado con absoluta comodidad, como quien oscila dentro del Frente Amplio entre sus respectivas fracciones. El caso paradigmático es el de los comicios de 2004-2005 en Montevideo, donde casi 140 mil electores sufragaron por el Partido Nacional en las elecciones nacionales (Larrañaga presidente) y por el Partido Colorado en las elecciones de gobierno departamental (Bordaberry intendente). El coloradismo demostró entonces tener un nivel básico de 183 mil votos a escala de todo el país; ese es su nivel sólido.

Queda asfixiado por varios elementos: a) el nuevo bipartidismo Frente Amplio-Partido Nacional que domina la escena nacional; b) la hiperpresidencialización en que ha devenido el sistema político uruguayo; c) la consecuente minusvaloración del parlamento y el papel secundario que presenta en la campaña electoral las elecciones para las cámaras de Senadores y de Representantes; d) la falta de internalización de la cultura de un sistema de balotaje y, consecuentemente, el surgimiento de una opción dicotómica para el electorado entre las fórmulas presidenciales con más probabilidades de éxito. Este es el primer desafío de tipo institucional, en que es socio del Partido Independiente en la necesidad de revertir esas visiones, entre otras cosas porque el uruguayo no es un sistema no solo hiperpresidencial sino siquiera presidencial puro, porque el instituto del balotaje cambia las reglas de juego en relación a las fórmulas dominantes y porque el Parlamento cumple un rol sustantivo.

Pero el otro problema es cuál es la respuesta que le da al indeciso (sobretodo al indeciso intrabloque tradicional) a la pregunta: “... y por qué debo votar al Partido Colorado y no al Partido Nacional”. Respuesta no en términos sobre las mayores virtudes de Bordaberry sobre las menores virtudes de Lacalle o de Larrañaga, porque con eso no se construye un camino de largo tiempo. Sino cuál es la visión de país y de sociedad que presenta el Partido Colorado que por un lado lo asemeja al Partido Nacional como componente de un mismo bloque en la bipolaridad dominante (así lo ve la sociedad) y por otro debe diferenciarse lo suficiente para justificar ser un partido distinto, y no una fracción de un mismo partido. La historia no es algo menor e importa mucho, pero cuando ello significa expresión de valores y visión del hombre, la sociedad y el mundo; no importa en el devenir político cuando la historia deviene exclusivamente un ritual recordatorio de glorias pasadas y perimidas. Importa la historia del Gobierno de la Defensa para quienes creen en los ideales que el mismo encarnó, la figura de José Batlle y Ordóñez en quienes se identifican con los valores de liberalismo político y filosófico que representó el batllismo, importan los Batlle para quienes se identifican con el modelo del welfare state. Entonces, es muy importante saber cuánto de esa historia refleja el coloradismo de hoy o reflejará el coloradismo de mañana. Pero además cuanto incorporará de nuevo y de distinto a su rica historia.

El desafío sigue siendo el mismo que hace cuatro años. Estudiar las causas de la caída sigue siendo la asignatura pendiente desde hace cuatro años de manera urgente, pero que en realidad está pendiente desde 1959 primero, luego desde 1972, y más tarde - si el momento no era el adecuado, porque Uruguay vivía otras urgencias - y más aún desde las elecciones generales para autoridades partidarias de 1982. No solo es larga y paulatino el declive, sino prolongado y reiterada la omisión de buscar las causas.


[1] Para una ampliación de este tema, ver “La larga caída del coloradismo”, El Observador, octubre 26 de 2008.