06 Set. 2009

De clientelismo y otras yerbas

Oscar A. Bottinelli

El Observador

A siete semanas de las elecciones nacionales la campaña electoral muestra una considerable baja en la discusión programática y un crescendo en los cruzados ataques personales, agravios, insultos y recuerdo del uno al otro de las malas prácticas en que incurren. Se observa con preocupación – más allá de la intención descalificadora – la existencia de importante errores de diagnóstico y de confusiones sobre los distintos fenómenos de los que se habla, en particular en torno al término clientelismo.

A siete semanas de las elecciones nacionales la campaña electoral muestra una considerable baja en la discusión programática y un crescendo en los cruzados ataques personales, agravios, insultos y recuerdo del uno al otro de las malas prácticas en que incurren. Se observa con preocupación – más allá de la intención descalificadora – la existencia de importante errores de diagnóstico y de confusiones sobre los distintos fenómenos de los que se habla, en particular en torno al término clientelismo.

Es necesario precisar que para el análisis de la praxis política debe despejarse toda connotación ética. Las prácticas pueden ser morales para unos e inmorales para otros. Pero en general analíticamente importan solo dos cosas: Una, cómo lo califica la población, si para la gran mayoría son prácticas aceptables o inaceptables, o cómo se segmenta la población en cuanto a niveles de aceptabilidad, neutralidad o rechazo. Dos, cuán funcional es a la praxis política la existencia de esos métodos.

En general – y es materia para otro análisis – puede pensarse que muchas de las prácticas asociadas al clientelismo y otros métodos similares, van en constante y creciente pérdida de eficiencia en los niveles macro de decisiones, es decir, los que afectan a los grandes bloques políticos y a los partidos. Es posible – habría que estudiar detenidamente sus efectos – que tengan una mayor importancia en los segundos y terceros niveles de competición, entre quienes aspiran a cargos parlamentarios en la rama baja o posiciones a nivel departamental.

Lo que importa, más allá de su relación con la ética y de su funcionalidad, es no confundir diferentes métodos, y además diferenciar los diferentes objetivos de las distintas prácticas.

En principio corresponden diferenciar los siguientes objetivos:

Uno, votacional, cuando la praxis tiene por finalidad la obtención del voto del ciudadano o de los votos de los ciudadanos, o constituyen una retribución por el o los votos recibidos

Dos, financiero electoral, cuando el objetivo es la obtención de recursos financieros o materiales para el desarrollo de la acción política o más específicamente la realización de una campaña electoral, o es la retribución por el apoyo financiero o material para la acción política o la campaña electoral.

Tres, personal-político, cuando la finalidad es la obtención de posiciones políticas, cargos públicos, o poder, para el actor político, sus allegados, sus socios políticos, terceras personas que han contribuido a la labor partidaria o electoral, o terceras personas de de su relación

Cuatro, personal no político, cuando la finalidad es la obtención de beneficios materiales o monetarios para el actor político, sus allegados, sus socios políticos, terceras personas que han contribuido a la labor partidaria o electoral, o terceras personas de de su relación.

Estas son distinciones muy importantes, Por ejemplo, en tangentopoli – la sucesión de procesos judiciales, campañas políticas y periodísticas que desembocaron en Italia en la caída de la Primera República – se evidencian fuertes confusiones entre prácticas destinadas a lo político )ya fuere lo financiero-político o lo personal-político) con prácticas cuya finalidad es lo personal no político, es decir, el lucro personal. Especialmente en los altos niveles casi no se encontraron casos de praxis con finalidad de lucro personal. Pero claramente se confundió lo uno con lo otro, que en términos de análisis de la funcionalidad del sistema político no son comparables.

Lo otro es distinguir métodos. Entre los cuales – a título de ejemplo y no de inventario exhaustivo – cabe mencionar:

Clientelismo. Otorgamiento de favores en forma individual, o a un segmento específico de ciudadanos, a cambio de o como contrapartida del voto u otra forma de apoyo político o electoral. Para que exista clientelismo debe existir el trueque de otorgamiento del favor contra el voto o el apoyo, en forma directa. Debe tener la forma de trueque, de contraprestación o de contrapartida.

Proselitismo a cambio de beneficios colectivos. Una praxis diferente – que en esta campaña electoral muchos confunden con clientelismo – es la realización de obras, la prestación de servicios o el otorgamiento de ayudas, en forma genérica e indiscriminada aun sector determinado, sin exigencia previa de contraprestación política o electoral. Luego – he aquí el proselitismo – el realizador, prestador u otorgador realiza una acción propagandística para difundir su autoría, crear la necesidad del agradecimiento y convocar al apoyo electoral o político. Pero a diferencia del clientelismo, no existe un trueque específico, ni el proselitismo a posteriori asegura que todos los beneficiados respondan electoralmente, y a veces tampoco asegura que lo haga una mayoría.

Amiguismo. Como define la Real Academia, es la “tendencia y práctica de favorecer a los amigos en perjuicio del mejor derecho de terceras personas”. Y este favorecimiento puede ser material, monetario, en cargos públicos o en compras, adjudicaciones o concesiones del Estado u organismo público. Nada tiene que ver con el clientelismo.

Nepotismo. Para la Real Academia es la “desmedida preferencia que algunos dan a sus parientes para las concesiones o empleos públicos”. Se puede decir que es muy parecido al amiguismo, que solo lo diferencia el hecho de que los beneficiarios tienen una relación de parentesco biológico (como padres, hijos, hermanos, nietos, sobrinos, tíos, primos) o político (como suegros, yernos, nueras, cuñados)

Es necesario tener en cuenta que algunas prácticas se han agotado por el cambio social, económico e institucional del país. Por ejemplo, la mayor eficiencia de lo público y la imposibilidad de un mayor agigantamiento del Estado son dos elementos que han debilitado el clientelismo. El primero, porque ya no es necesario recurrir al favor político ni para obtener un teléfono (como suena, se obtenía por recomendación política hace tan poco como dos décadas) ni para tramitar la jubilación. Tampoco es posible en grandes cantidades la concesión de empleo público estable y bien remunerado, porque el erario público no admite un crecimiento exponencial del rubro retribuciones personales (ya no es posible, como en el presupuesto de 1960, la creación simultánea de 10.000 cargos en la administración central). Una praxis deviene crecientemente en inmoral en proporción inversa a su pérdida de funcionalidad. Esta es una regla de oro. Rara vez lo que es funcional es visto como inmoral.

Lo que hay que atenerse sustancialmente es cuál es el juicio de la sociedad, o de segmentos de la sociedad, en cada caso, y cuál es la funcionalidad de cada práctica.