11 Oct. 2009

¿Y recién ahora se le ocurre venir?

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Es un lugar común decir que si que si un gobernante, legislador o político no visita un pueblo o un barrio a lo largo de los primeros cuatro años de gobierno, es mejor que no vaya en campaña electoral porque se encuentra con el “¿Y recién ahora se le ocurre venir, justo cuando sale a buscar de nuevo los votos?”. Hay que ser justos y reconocer que hay políticos que tienen una visión más escéptica: que si van antes les dicen “tan temprano y ya en busca de los votos” o, lo más frustrante de todo, si visita mes tras mes, año tras año, recoge las inquietudes de los vecinos, se interesa por ellos, cuando llegan las elecciones la gente se acuerda más de lo que no pudo hacer que de lo que hizo, y apuesta más a la golondrina que arriba con nuevas promesas[...]

Es un lugar común decir que si que si un gobernante, legislador o político no visita un pueblo o un barrio a lo largo de los primeros cuatro años de gobierno, es mejor que no vaya en campaña electoral porque se encuentra con el “¿Y recién ahora se le ocurre venir, justo cuando sale a buscar de nuevo los votos?”. Hay que ser justos y reconocer que hay políticos que tienen una visión más escéptica: que si van antes les dicen “tan temprano y ya en busca de los votos” o, lo más frustrante de todo, si visita mes tras mes, año tras año, recoge las inquietudes de los vecinos, se interesa por ellos, cuando llegan las elecciones la gente se acuerda más de lo que no pudo hacer que de lo que hizo, y apuesta más a la golondrina que arriba con nuevas promesas. Todo eso puede ser, pero hay mucha evidencia empírica de que hay una actitud refractaria hacia el político preocupado por la gente exclusivamente en el momento de la recolección de votos, en campaña electoral. Lo que no quiere decir que reditúe en término de votos la preocupación constante, la visita periódica por fuera de los tiempos electorales. Es más clara la penalización por la reaparición solamente en tiempos electorales.

Lo mismo puede decirse de las propuestas que surgen en campaña electoral. Los grandes problemas de un país y de una sociedad son de larga duración, cumplen ciclos prolongados; se supone que la actividad política normal implica la dedicación al estudio de esos problemas, la búsqueda de todos los asesoramientos, la definición de las soluciones de acuerdo con los valores y las pautas ideológicas del respectivo grupo político. En Uruguay se confunde programa con plan de gobierno. Un programa es el documento que sienta las bases fundamentales de un partido o grupo político y que solo se modifica al compás de cambios históricos. Un programa es por ejemplo el de Bad Godesberg (1959) del Partido Social Demócrata alemán que deja atrás los últimos resabios del marxismo y del revolucionarismo radical inscriptos en los programas fundaciones de Gotha (1875) y su reforma en Erfurt (1891). Causa espanto entre los estudiosos de países con alto nivel de desarrollo político, frases criollas como que hay que esperar las elecciones internas para luego elaborar el programa. Se interpreta que un partido va a definir su ideología, sus valores y el sentir de la sociedad a tres meses de unas elecciones.

Pero también debe suponerse que el Plan de Gobierno no debería ser un librillo redactado de apuro por un conjunto de técnicos, sin verdadero debate al interior de un partido, como sucede habitualmente en los partidos Nacional y Colorado. Tampoco puede ser un extenso documento largamente discutido, negociado y votado en un Congreso, como ocurre con el Frente Amplio, que después tiene poca relación con el plan real que ejecuta esa fuerza política en el gobierno; ni es de recibo que se diga que no se violó la letra de cláusula alguna de un programa, aunque haya ido hacia un rumbo opuesto al señalado por el programa, porque un plan o programa es un todo armónico, que tiene su teleología y su estructura axiológica, que puede violarse sin agredir una letra o un tilde del manuscrito.

Todo esto quiere decir que cunde la improvisación cuando las propuestas de gobierno surgen al calor de la campaña electoral, muchas veces definidas por comandos de campaña, cuando no por asesores de marketing o agentes publicitarios. La estrategia de campaña, el marketing político o la propaganda electoral son la traducción a la práctica de los planes y programas previamente definidos. Un slogan no puede ser la definición programática, sino la traducción en lenguaje publicitario de un concepto preexistente y profundamente sentido y asido.

Lo dicho anteriormente no es una exposición idealizada del deber ser. La población, el hombre más sencillo, sin haber sentido hablar jamás de Gotha, Erfurt o Bad Godesberg, percibe con nitidez cuando lo que se le expone, lo que recibe, es la traducción de los valores y visiones profundos de un partido, un sector político o un candidato o cuando lo que se trasmite es una improvisación al compás de la altas y bajas de la campaña. Siente sin error alguno, aunque no tenga capacidad para discernir la calidad técnica o perfección de las propuestas, cuando son el producto de una elaboración detenida y cuando son meros recursos en la búsqueda del voto.

Lo dicho anteriormente también tiene que ver con las denuncias. La secuencia de las denuncias de corrupción - hacia los adversarios políticos y hacia todo lo que se mueva que pueda molestar a algún actor político - se incrementa exponencialmente en el tiempo de campaña electoral. Esto puede tener tres motivaciones: Una (hipótesis algo sorprendente) es que los políticos, comunicadores y ainda mais uruguayos se corrompen en plena campaña electoral. Dos, que los actores electorales son personas de profunda ingenuidad, que tardan exactamente cuatro años y medio en descubrir la corrupción, y casualmente llegan a la conclusión de que su rival es corrupto, a pocas semanas de las elecciones. Tres, que hay una actitud frívola y utilitaria sobre la corrupción, y solo interesa la misma en la forma y momento que otorgue utilidad electoral, siempre que el denunciado fuese un adversario o algún tercero molesto al que valga la pena intentar lastimar[1]

Sobre esto, como sobre las propuestas destellantes de campaña, como sobre las visitas quinquenales y ausencias regulares, el hombre de a pie, sencillo, poco informado, sin gran cultura humanística o científica, con gran cultura de la vida, siente con profundidad y discierne con claridad cuando se trata de cosas serias y cuando de juegos meramente electorales. Y como ese individuo de a pie - que casualmente constituye la mayoría - no compra buzones, toda esa parafernalia electoral deviene en un esfuerzo y un gasto de escasa utilidad, o al menos de un elevadísimo costo para un muy bajo beneficio. Basta con pensar que al Partido Colorado ayer lo castigó más la visión de los uruguayos sobre su gobierno que su candidatura presidencial o su campaña electoral. Y que al Frente Amplio hoy lo ha castigado más el juicio sobre su gobierno que su candidatura presidencial o su campaña electoral (alcanza con señalar que el FA venía ya perdiendo 6 puntos porcentuales sin que mediase ni la candidatura ni la campaña electoral y ahora pierde tan solo 2 puntos adicionales por yerros de campaña y problemas de candidatura)

Algún día, lo deseable es que esta vez fuese temprano y no tarde, el sistema político de hoy deberá reflexionar de la manera en que no lo hizo el sistema político de comienzos de los pasados años sesenta, que se contentó con la frase entonces en boga: “pero la gente vota igual”.


[1] Sobe este tema se recomienda leer la nota “Sobre las acusaciones de corrupción”, de Daniel Ferrere, El Observador, 12 de setiembre de 2009