18 Abr. 2010

El derrumbe del muro de piedra

Oscar A. Bottinelli

El Observador

El sistema político y la sociedad uruguaya quedaron conformada por dos grandes bloques desde la formalización de un Estado independiente hasta la culminación del sétimo decenio del siglo XX, es decir, por aproximadamente 140 años. Cuando se institucionaliza el Estado de Montevideo como sujeto del derecho de gentes en diciembre de 1828 ya se reconocen dos bandos nítidos, que cristalizan en el Partido Blanco y el Partido Colorado al promediar 1836[...]

El sistema político y la sociedad uruguaya quedaron conformada por dos grandes bloques desde la formalización de un Estado independiente hasta la culminación del sétimo decenio del siglo XX, es decir, por aproximadamente 140 años. Cuando se institucionaliza el Estado de Montevideo como sujeto del derecho de gentes en diciembre de 1828 ya se reconocen dos bandos nítidos, que cristalizan en el Partido Blanco y el Partido Colorado al promediar 1836. Primero fueron protopartidos, más bien bandos destinados a dirimir sus diferencias por medio de la fuerza, luego partidos políticos en pos de programas e ideas, finalmente partidos modernos adaptados a la contienda en la arena cívica, El ser blanco o el ser colorado pasó a ser algo más que una definición política, para constituir una pertenencia social en el sentido más omnicomprensivo. La pertenencia tenía un sentido más clánico que de adhesión política, más de pertenencia a un clan que a una institución cívica. Esta pertenencia atravesaba todos los órdenes de la vida, desde la vestimenta (una mujer blanca jamás podía usar una prenda colorada y una mujer colorada jamás usaría un vestido azul; un hombre blanco no osaba utilizar corbata colorada, un hombre colorada evitaba la corbata azul) hasta la creencia familiar. Las familias eran blancas o coloradas, en este país se nacía blanco o se nacía colorado, salvo excepciones muy minoritarias, como que tan cerca en los años sesenta del siglo pasado era tan solo el 10% de la sociedad. Aunque no hay estudios profundos, puede inferirse de los datos históricos que el matrimonio entre vástagos de una familia blanca y de una familia colorada adquirían las características de un matrimonio mixto, como si fuere entre religiones o etnias diferentes. Y la literatura oral y también la escrita registran muchos casos, quizás dominantes, especialmente en el siglo XIX y primera mitad del XX, en que una mujer que contrajese matrimonio con un hombre del clan rival, tal cual ocurría en la Roma Imperial con el cambio de gens, pasaba a cambiar de clan: si era blanca, devenía en colorada; si era colorada, devenía en blanca. Hay un dicho -que se empleó hasta fines del siglo XX- de que en Uruguay la pertenencia política se podía escribir en la cédula de identidad, como uno de los elementos invariables de la personalidad.

A lo largo del casi siglo y medio de vigencia de este bibloquismo, raros fueron los casos de figuras políticas o intelectuales que cambiasen de clan. Los casos más notorios se dieron entre el crepúsculo del siglo XIX y el amanecer del siglo XX, de dos familias relevantes: los Ramírez, colorados, que previo pasaje por el Partido Constitucional aterrizaron en el Partido Nacional, y los Muniz blancos, que terminaron en el Partido Colorado (quizás haya que hablar de algunos Ramírez y algunos Muniz). También el cambio de bando de lo colorado a lo blanco del célebre Martín C. Martínez, que fuera ministro de Batlle y senador por el Partido Nacional Independiente. En cambio, fue más aceptado, menos traumatizante, que personas nacidas en una familia tradicional (generalmente colorados) abandonasen el clan matriz para fundar o adherir a terceros partidos, como los colorados católicos que inician la Unión Cívica del Uruguay o los marxistas de origen colorado que fundan el Partido Socialista del Uruguay; también se da el caso de alguna personalidad colorada que abandona la familia histórica para adherir al Partido Comunista. Todo ello, en el primer tercio del siglo pasado.

Un caso especial lo constituyó el de los colorados ruralistas que votaron bajo el lema Partido Nacional, tras el acuerdo entre Luis Alberto de Herrera y Benito Nardone, alias “Chicotazo”, líder de la Liga Federal de Acción Ruralista (un grupo de origen gremial que devino en político). En el ruralismo había figuras de notorio origen blanco (como Zabalza o Harrison) y otras de origen colorado (el propio Nardone, Juan María Bordaberry). Muerto Nardone, terminado el ciclo político del ruralismo, unos como Bordaberry se retiran del lema Partido Nacional (partido al que no habían adherido sino con el que se habían coaligado) y vuelven al Partido Colorado. Otros, en cambio, completan el pasaje y continúan en el nacionalismo, como Planchón en Colonia o Rapetti Cabrera en San José.

El surgimiento primero y el luego crecimiento sostenido del Frente Amplio comienza a erosionar este bibloquismo tradicional. Pero es recién a partir de la consolidación primero del tripartidismo y luego de un nuevo bibloquismo (lo tradicional de un lado, la izquierda del otro) en que comienzan a debilitarse las fronteras entre el clan blanco y el clan colorado, donde primero la sociedad comienza a mirar a ambos como un solo bloque a la hora de decidir el voto y desplazarse entre uno y otro lema tradicional, y luego – fenómeno más reciente – a migrar dirigentes desde un partido tradicional hacia el otro.

La reforma constitucional de 1996 fue un gran acelerador en este sentido, a través de dos instrumentos. Uno fue la introducción del balotaje, que supuso la creación en Uruguay de un tipo de elección en que por primera vez en la historia uno de los partidos tradicionales iba necesariamente a estar fuera de la contienda, y podía obligar a dirigentes de un partido tradicional a apoyar al otro partido. El estreno se dio cuando el Partido Nacional como tal y Lacalle como líder y presidente hicieron en 1999 campaña en favor de la fórmula colorada y de la candidatura de un Batlle en particular. El otro instrumento lo fueron las elecciones departamentales separadas con régimen de decisión por mayoría relativa, que supuso que en muchos departamentos figuras coloradas apoyasen públicamente a candidatos blancos (como Zunino en San José, a favor de Chiruchi) o figuras blancas apoyasen a candidatos colorados (como medio Partido Nacional en Canelones, a favor de Hackembruch y en menor medida de Chiesa). A ello debe agregarse la otra visión, la del electorado, cuando se comprueba un formidable traspaso de votos, de octubre a mayo, tanto en 2000 como en 2005 y probablemente también en 2010, del voto a un partido al voto al otro.

Figuras que ocuparon cargos importantes por el Partido Colorado el año pasado dieron su apoyo público al Partido Nacional o a una candidatura blanca (como Federico Bouza, Ruben Díaz o Julio Aguiar). Y otras figuras coloradas notorias (como el ex ministro y candidato presidencial único colorado Guillermo Stirling) que se ha pronunciado a favor de un candidato blanco para la Intendencia de su departamento. En vía contraria, no como dirigente político sino como estirpe política, un hijo de Wilson Ferreira Aldunate, Gonzalo Ferreira Sienra, ha otorgado su apoyo a una candidatura colorada para la Intendencia de otro departamento.

Lo uno y lo otro son síntomas de la dilución de las fronteras tradicionales, constituidas antaño como muros de piedra. Queda por ver la receptividad y rechazo a este fenómeno en las dirigencias de ambos partidos.