04 Jul. 2010

De fútbol, política, diplomacia y marca país

Oscar A. Bottinelli

El Observador

A través de su selección nacional de fútbol, con su ubicación entre los cuatro mejores del mundo, Uruguay ya obtuvo como país un formidable éxito de proyección internacional, de conocimiento del país en el globo. No es poco el haber estado en esta última semana en la tapa de los diarios de más de 150 países[...]

A través de su selección nacional de fútbol, con su ubicación entre los cuatro mejores del mundo, Uruguay ya obtuvo como país un formidable éxito de proyección internacional, de conocimiento del país en el globo. No es poco el haber estado en esta última semana en la tapa de los diarios de más de 150 países (según cómputos obtenidos por internet), empezando por los países de mayores pesos económico, político y comercial; mencionado en la mayoría de los casos en forma positiva (por sus triunfos), en otros casos en forma enojada (también por sus éxitos sobre Sudáfrica y simbólica sobre toda la Africa Subsahariana) y en otros en forma negativa (por el grave error de las terna arbitral compatriota contra Inglaterra). Sin exageración alguna: en cuanto a imponer la “marca país”, el “Made in Uruguay”, en pocos días se logró más que todo lo hecho y por hacer por el instituto de promoción comercial Uruguay XXI, por la fatigosa labor de las cámaras de comercio y de las misiones comerciales estatales y privadas, y por la diplomacia oficial.

Los campeonatos mundiales de fútbol son una competencia de poder entre las naciones que se juegan en el plano de lo simbólico y a cuyo éxito apuestan desde los países más poderosos hasta los regímenes que a través de los éxitos deportivos pretenden trasladar la imagen de éxito de sistema. Por eso los grandes líderes mundiales apoyan a sus representantes nacionales en las competencias deportivas, y en particular en la del deporte más popular de La Tierra, sin medir costos económicos, en el entendido que no es dinero malgastado sino inversiones de seguro rendimiento. No es por derrochadora e irresponsable que la jefa del gobierno alemán Angela Merkel fue con una extensa delegación oficial, en jet exclusivo del Estado, tan solo a estar con su selección en el pasaje a las semifinales Son las formas sutiles de diplomacia y de promoción de país ante la que no dudan los grandes estadistas, los que tienen una fina comprensión de cómo se mueve el mundo, los que ven más allá de la comarca1 Si esto es importante para los países del G8 y del G20, es esencial para un país -que cabe insistir- es pequeño y lejano, que debe pelear en todo momento y sin descanso su lugar en el orbe.

Muchos académicos uruguayos comienzan sus presentaciones internacionales con un planisferio donde figure la ubicación geográfica del país, acompañado por algunas diapositivas sobre su magnitud de territorio y población, nivel de vida, nivel cultural, tipo de producción y origen de sus habitantes. Esta autor muchas veces tiene que presentarse como profesor sudamericano, para luego explicar de qué parte de Sudamérica. Desde hace unos días se nota que ya se pueden obviar todas esas presentaciones. Por un tiempo, quizás no demasiado largo, Uruguay es conocido en todos los continentes, por las grandes masas y por las elites.

Por eso parece no solo sensata sino obligatoria la presencia de una delegación oficial en Sudáfrica, destinada a apoyar a la selección en la disputa el martes de las semifinales y el fin de semana siguiente o del campeonato del mundo o del tercer puesto. Está fuera de toda discusión la absoluta necesidad de la concurrencia del presidente de la República, cuya ausencia carecería de excusa alguna. Y acorde a los nuevos tiempos es de todo recibo que sea acompañado no solo por ministros de Estado, sino por representantes de todos los partidos. No caería nada mal el gesto de invitar en la delegación a los ex presidentes de la República. Creer que todo estos es exagerado no es un tema de valoración del fútbol, sino de comprensión de las sutiles formas en que funciona el mundo, la diplomacia y la lucha por la opinión pública mundial, que son elementos esenciales en la lucha por los mercados.

Nadie discutió el gasto que realizó el gobierno en costosos pasajes y costosos y lujosos hoteles para enviar una delegación multipartidaria a La Haya, a escuchar la lectura de una sentencia ya redactada, sobre cuyo contenido no cabía incidencia alguna, y que además se podía escuchar en forma simultánea en cualquier living u oficina del Uruguay, pues fue trasmitida en directo por TV. Desde el punto de vista de la utilidad de la delegación en cuanto a los resultados, fue absolutamente nula y en ese sentido sí debió ser considerado un desperdicio de dinero público. ¿Por qué no lo fue? Porque allí los cuatro partidos entendieron algo sutil y profundo: un país pequeño podía exhibir la unidad nacional, el sostén de todo el sistema político a una causa, que no era la causa solamente de un gobierno de turno, sino la de todo un país. Muy pocos estados podían exhibir ese nivel de unidad nacional, que supone un gobierno abierto a la oposición, dispuesto a compartir logros, y una oposición abierta al gobierno, dispuesta a compartir fracasos. Por eso no fue un desperdicio de dinero, sino una inversión en la imagen de país.

Por ello ha resultado sorprendente que ante una propuesta en ese sentido del ministro de Turismo, el flamante líder colorado la haya tildado de “vergüenza nacional”. Sorprendente porque sería impensable esa calificación en el anterior líder colorado, dos veces presidente, no solo apasionado futbolero sino uno de los uruguayos con más fina comprensión de la historia mundial y la política internacional. Pero además sorprendente porque este nuevo líder basó el nacimiento de su liderazgo en los mismos recursos utilizados alrededor de tres lustros antes por Berlusconi en su lanzamiento como figura política, como el uso de la simbología futbolística. Así tenemos el “Vamos Uruguay” como paralelo del “Forza Italia”, la camiseta celeste en la propaganda y las hojas de votación, como paralelismo de la “azurra”.

No estuvo en solitario en el cuestionamiento a una misión oficial, porque en la misma línea se pronunció la primera senadora del oficialismo (y de hecho segunda vicepresidente de la República). Quizás no sea sorprendente, si se recuerda la concepción anti futbolística que predominó en buena parte de la izquierda en los años sesenta y setenta, que veía al espectáculo futbolístico como una manipulación del sistema de poder sobre las masas, por el viejo método del “pan y circo. Visión que hoy se ve también en algunos comunicadores y que en general se puede considerar representativa de mucho menos de un uruguayo de cada diez, de una minoría sin duda calificada pero de baja significación numérica. Las grandes masas, con independencia de nivel cultural, socioeconómico o pertenencia partidista, va por otro lado en relación a la selección nacional de fútbol: 9 de cada 10 uruguayos, en forma constante a lo largo de varios lustros, considera muy importante su actuación y sus logros.

El líder de Alianza Nacional sintonizó mucho con el sentimiento nacional cuando adhirió a la iniciativa y marcó la conveniencia de que los costos no corriesen por cuenta del Estado, en definitiva un tema menor. El Partido Independiente marcó parecida sintonía. Sería peligroso que Uruguay desperdiciase esta oportunidad, no diese hacia adentro y hacia afuera la señal que debe dar en su posicionamiento internacional. Porque entonces sí, de desperdiciarse la oportunidad, todas las misiones comerciales y gastos publicitarios que se emprendan en adelante para imponer al país, para darlo a conocer, esos sí serían un desperdicio de dinero.


1 Ver dos notas anteriores en El Observador: “Una comarca pequeña, lejana y aldeana” (junio 13, 2010) y “La Lucha por el poder, en lo real o lo simbólico” (junio 27, 2010)