22 Ago. 2010

De fantasmas y de cuentos de aparecidos

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Los cuentos de aparecidos eran de los preferidos por la gente de campo, contados como anécdotas reales en el semicírculo formado a la noche en torno al fogón. Son relatos de cómo la vívida estampa de un muerto se le apareció a alguien, de improviso, la mar de las veces para asustarlo, recordarle cosas incontables, cobrarle cuentas pasadas, y la menor de las veces como regocijo o consuelo. Estos relatos no son esencialmente diferentes a los de los fantasmas que rondan los castillos escoceses o de los esqueletos guardados en los castillos medievales.

Los cuentos de aparecidos eran de los preferidos por la gente de campo, contados como anécdotas reales en el semicírculo formado a la noche en torno al fogón. Son relatos de cómo la vívida estampa de un muerto se le apareció a alguien, de improviso, la mar de las veces para asustarlo, recordarle cosas incontables, cobrarle cuentas pasadas, y la menor de las veces como regocijo o consuelo. Estos relatos no son esencialmente diferentes a los de los fantasmas que rondan los castillos escoceses o de los esqueletos guardados en los castillos medievales.

Días pasados un fantasma se apareció en la Torre Ejecutiva (la sede administrativa de la cabeza del gobierno nacional), como quien dice se vio el esqueleto o la aparición de un muerto de larga vida durante la longeva Constitución de 1830: el fantasma del antiguo Jefe Político departamental, muerto con la descentralización político territorial, la creación de los gobiernos departamentales y las sucesivas limitaciones al poder presidencial y en general al poder del Poder Ejecutivo. Como inicio de la sección X de la primer Carta Magna vernácula, titulado “Del gobierno y administración interior de los departamentos”, su artículo 118 rezaba: “Habrá en el pueblo cabeza de cada Departamento un agente del Poder Ejecutivo, con el título de Jefe Político, y al que corresponderá todo lo gubernativo de él (…)”. Las potestades de los todopoderosos jefes políticos quedó limitada y desdoblada desde enero de 1909, con la instalación de los intendentes municipales también nombrados por el Poder Ejecutivo. Los intendentes fueron sucedidos luego por órganos unipersonales o colegiados electivos (intendentes, concejos de administración departamental, concejos departamentales). Mientras que los jefes políticos no murieron, sino que a poco de andar cambiaron de nombre y de funciones, pasaron a ser los actuales jefes de Policía, designados por el Poder Ejecutivo y que representan al mismo en el respectivo departamento.

El fantasma redivivo es una iniciativa, muy en borrador, de crear en cada departamento un “delegado presidencial”. Lo cual plantea dos temas: la posibilidad de la aparición de una figura que competiría por un lado con la primera figura política departamental cual lo es el intendente municipal y por otro con el agente del Poder Ejecutivo cual lo es el jefe de Policía, cuya función no empieza ni se agota con el mando de las comisarías y los agentes policiales, sino que su función es además política y de representación del Poder Ejecutivo.

Durante la Constitución de 1830 existía una plena sinonimia entre ser representante presidencial y serlo del Poder Ejecutivo, pues – tal cual lo describía el artículo 72: “El Poder Ejecutivo de la Nación será desempeñado por una sola persona, bajo la denominación de Presidente de la República Oriental del Uruguay”. Desde 1918 en adelante, pese a la formidable confusión que se da en algunas personas en muchos ámbitos (político, politológico y gubernativo) el Poder Ejecutivo es pluripersonal, no lo desempeña una sola persona y no empieza ni termina con la sola presencia del presidente de la República. Entonces, el tema que reaparece con este fantasma es otro fantasma: el querer revivir al omnipotente presidente muerto de la Constitución de 1830, al que don José Batlle y Ordóñez calificaba de “mayestático”. Desde su elección Mujica convive en la contradicción de la sencillez que exhibe en su vida y los fastos imperiales que aparecen cada tanto en sucesivos proyectos, quizás más por culpa de quienes lo aconsejan que de sí mismo (aunque la historia está llena de la exculpación al rey y la culpabilización de la Corte). Estos fastos aparecieron cuando la idea del Ministerio de la Presidencia, luego republicanizado en Ministerio de Gobierno y más tarde desvanecido en la bruma otoñal, y reaparecen con la idea de crear en cada provincia los “Ojos y Oídos del Rey”, como la creación del persa Darío y la posterior institucionalización romana. Es difícil lograr poner la figura presidencial en el justo lugar que le da el ordenamiento jurídico, la tradición y la cultura política uruguaya, cuando los que rodean a los presidentes (actuales y pasados), las propias personas que han ocupado la magistratura (no todas, pero sí la mayoría) y buena parte de los aspirantes a ocuparla, sueñan con investir un cargo del poder del presidente norteamericano, chileno o argentino (que es muy poderoso, aunque se ciñese estrictamente a lo que emana de la Constitución).

Lo otro tiene que ver con las complejidades que supondría la existencia de estos verdaderos “Ojos y Oídos del Rey” en cada departamento, como figura que entraría en competencia simbólica con el intendente municipal, porque si este último es el elegido por el pueblo, el otro es el ungido por la más alta investidura nacional, al que la creencia popular otorgará sin duda el poder de hablar al oído de quien cree además que es el mandante todopoderoso. Quizás los roces con el jefe de Policía sean solo jurídicos y no reales, pues estos jefes hace bastante tiempo que se han olvidado, o se les ha hecho olvidar, la representación política que invisten.

Sin duda es necesario esperar que este borrador se ponga en limpio, para saber con mayor claridad cuáles son los propósitos presidenciales, si cuenta o no con el aval de todo el Poder Ejecutivo y del oficialismo, qué reacciones provocará en el Congreso Nacional de Intendentes. Será necesario esperar todo ello antes de poder vislumbrar con mayor claridad los problemas que esta figura crearía. Y sobre todo que alguien aclarase si además de causar todos los problemas que sin duda va a causar, cuáles cometidos tendrá y cuál será en realidad su efectividad. Sin perjuicio, además, de la dudosa constitucionalidad (para no decir la flagrante inconstitucionalidad) que supondría la existencia de delegados presidenciales. Lo importante es saber para qué el presidente entra en este terreno tan espinoso cuando tiene mucho campo pare desbrozar, que no le va a ser tarea sencilla.