03 Oct. 2010

El descaecimiento de la fe en la democracia

Oscar A. Bottinelli

El Observador

La pregunta fundamental que desde hace décadas se plantea todo el que se matrizó en el viejo Uruguay liberal, tolerante y orgulloso de sí mismo, y luego fue partícipe de lo que se vino, es por qué ocurrió lo que ocurrió. Porque en términos generales, la culpa de lo que pasó parece que en mayor o menor medida es de todos. Aquí sí que vale el “que tire la primera piedra el que esté libre de culpa”. No volaría ni un pedregullo[...]

El golpe de Estado de 1973 fue el producto de un largo proceso de al menos diez a quince años, cuyas causas profundas no se han explorado a fondo1, en que se pasó de la más ciega fe en la poliarquía2 hasta llegar a un descreimiento fuerte en la misma -quizás mayoritario- como sistema y como conjunto de valores3.

La pregunta fundamental que desde hace décadas se plantea todo el que se matrizó en el viejo Uruguay liberal, tolerante y orgulloso de sí mismo, y luego fue partícipe de lo que se vino, es por qué ocurrió lo que ocurrió. Porque en términos generales, la culpa de lo que pasó parece que en mayor o menor medida es de todos. Aquí sí que vale el “que tire la primera piedra el que esté libre de culpa”. No volaría ni un pedregullo.

Las democracias no caen porque un buen día la gente se despierta y siente que ha dejado de creer en ella, sino que la caída es el producto de muchos factores erosionantes. Uno de ellos, cuya importancia hay que resaltar pues viene reapareciendo, es la pérdida de confianza en la política, los políticos y los partidos. En aquella época los dirigentes políticos tardaron mucho en aceptar que se formaba en el país un clima de incredulidad. La respuesta de los políticos, que con preocupación se ve repetir hoy en algunos actores, es refugiarse en que nada de ello se traduce en el voto: “la gente vota igual; no vota en blanco”. El no distinguir entre la cantidad y la calidad del voto es algo elemental en aritmética electoral (los votos valen lo mismo, sean producto del más formidable convencimiento o de la duda más absoluta), pero esa confusión es peligrosísima a la hora de prever los acontecimientos, de atisbar por donde van las tendencias de la sociedad. Dudas en la política y los políticos van muy asociados a los resultados económicos y sociales. Pero también va asociada a la praxis política: en primer lugar, el propio juego de los actores políticos de acusarse recíprocamente de corrupción, implicancias, nepotismo, uso del poder político en beneficio personal; en segundo lugar, el crecimiento exponencial del clientelismo, traducido entre otras cosas en la multiplicación de la creación de cargos públicos otorgados mediante cuota política, la restricción del otorgamiento de jubilaciones concedidas también solo por cuota política y la obtención de teléfonos por cuota política.

Hasta mediados de los años cincuenta Uruguay fue uno de los países de más alto nivel de vida en el mundo y, quizás relacionado con ello, obtuvo por cuarta vez el título al mejor fútbol del planeta. La segunda mitad de los cincuenta y el despuntar de los sesenta suponen un tobogán económico, social, futbolístico; el bolsillo y el ego de los uruguayos quedaron agujereados.

Así a poco de caminar esas dudas en la poliarquía adquirieron múltiples formas. Una de ellas fue la búsqueda de gobiernos más fuertes y personalizados, que condujo a la reforma constitucional de 1966, donde surge un dato interesante: con la sola excepción de los colegialistas por principio (Vasconcellos en la vieja “Lista 15”, el diario El Día), nadie se atrevió a enfrentar el retorno presidencial, lo más que hicieron algunos fue presentar su propio proyecto para torpedear el triunfo reformista. El gobierno fuerte y personalizado fue reforzado con la aparición de candidaturas outsiders, en particular de militares; los generales como candidatos presidenciales, en todos los grandes partidos: Oscar Gestido (Colorado, 1962 y 1966), Mario Oscar Aguerrondo (Nacional, 1971) y Liber Seregni (que agrupa a la izquierda en la fundación de un tercer gran partido, 1971). Pero además hubo outsiders civiles, figuras periféricas de la política como Alberto Gallinal Heber (blanco, 1966) y anteriormente Benito Nardone (colorado de origen, dirigente gremial rural como plataforma popular, candidato al gobierno por el Partido Nacional). El salir a buscar candidatos de fuera de la política es una clara señal de desconfianza en la política, y la desconfianza en la política a la corta o a la larga marca una pérdida de fe en la democracia. Y el salir a buscar candidatos militares es una señal muy fuerte de debilitamiento en un esquema de competencia suave, libre, tolerante; es ni más ni menos que el viejo reclamo de orden. También cerca de la mitad de los sesenta se denunciaron en el país intentos de golpe militar. Después vino el pachequismo, como un camino en el borde del fair play democrático para imponer ese orden, enfrentar especialmente el contrapoder sindical e intentar implantar reformas en lo económico y lo social.

De la mano de la Revolución Cubana tomó auge el camino de la revolución armada, el cuestionamiento de la democracia política (considerada como un instrumento de dominación de la clase dominante para mantener su dominación), la desvalorización de las elecciones y de la representación política, la descalificación de los niveles sociales y económicos alcanzados por Uruguay, el maximizar las carencias e injusticias sociales del país y estimar que sólo eran corregibles por vía revolucionaria. Y así fue como todavía bajo régimen colegiado, muy lejos del presidencialismo y más lejos aún del pachequismo, apareció la guerrilla, la búsqueda del derrocamiento del sistema político, económico y social por vía armada. Más tarde el pachequismo, con sus medidas de corte autoritario, dio - para un sector del país- justificación y popularidad a la resistencia y ayudó a confundir las aguas. Un poco más tarde todavía, entre la democracia liberal por un lado y la posibilidad de reformas sociales y económicas sin democracia liberal por otro, una parte nada menor de la izquierda optó por esto último.

Las crisis económicas provocan casi siempre reacciones sociales4, que pueden expresarse en fuertes movilizaciones sindicales y estudiantiles, con huelgas, manifestaciones callejeras más o menos pacíficas y ocupaciones de lugares de trabajo y estudio. Estas movilizaciones son más fuertes y golpean más si están bien articuladas políticamente, como lo estuvieron en Uruguay, ya fuere por el Partido Comunista o por las corrientes más a la izquierda que conformaron en el plano sindical “La Tendencia Combativa”. Hay quienes consideran – en posturas de centro-derecha a derecha- que estas movilizaciones fueron determinadas o exacerbadas en el contexto de la Guerra Fría.

En ese mismo contexto cabe considerar los impactos sobre Uruguay de la Doctrina de Seguridad Nacional de los Estados Unidos de América ya en forma directa, ya a través de Brasil y Argentina, que concebía toda acción de fuerte protesta social como parte de la Guerra Fría, a la corta o a la larga articuladas desde La Habana y Moscú. Esta doctrina generó a su vez la concepción de un nuevo papel para las Fuerzas Armadas.

Lo anterior no es un inventario de causas, sino el señalamiento parcial de elementos que en distinto grado coadyuvaron a la pérdida de sostén de la poliarquía y, consecuentemente, condujeron al golpe de Estado y la fractura institucional. Son elementos a partir de la pérdida de sustento de la contracara, es decir, de las bases económicas, sociales, políticas e institucionales que crearon la fe en la democracia.


1 Ver como antecedentes: “El debate que el país se debe a sí mismo” y “Las causas de credibilidad en la democracia”, El Observador, domingos 19 y 26 de setiembre de 2010. El presente es el tercer artículo de una serie de siete.

2 Se prefiere utilizar el término politológico más exacto y bien definido de “poliarquía”, que el término “democracia”, que es más vago y más indefinido. En líneas generales y con reservas puede afirmarse que “poliarquía” es una especie de sinónimo de democracia liberal

3 Parte importante de este análisis es reproducción o aggiornamento del artículo “Una respuesta inacabada”, El Observador, 29 de junio de 2003.

4 Por qué no ocurrió en 2002 es un tema digno de estudio. Posiblemente porque la restauración democrática generó una gran confianza en la representación ejercida por el sistema político, no se veían caminos alternativos a ella, los sindicatos se alinearon en un acuerdo tácito nacional y una parte significativa de la sociedad depositaba su esperanza en un cambio de partido en el gobierno por vía electoral.