El Observador
Nelson Mandela deja a la historia de Sudáfrica dos legados entrelazados: fue el líder y símbolo de la lucha contra el régimen racista del “apartheid”, de la dominancia de la minoría blanca contra la mayoría negra. Fue además el hombre que a partir de ese papel de cabeza de la resistencia pacta con Frederik de Klerk [...] La transición sudafricana, como la uruguaya, entran en la categoría de salida pactada
Nelson Mandela deja a la historia de Sudáfrica dos legados entrelazados: fue el líder y símbolo de la lucha contra el régimen racista del “apartheid”, de la dominancia de la minoría blanca contra la mayoría negra. Fue además el hombre que a partir de ese papel de cabeza de la resistencia pacta con Frederik de Klerk, líder del gobernante Partido Nacional, implantador del “apartheid”, exponente político de la comunidad afrikáans, mayoría entre los blancos, descendientes de los primeros colonizadores holandeses del siglo XVII y de los hugonotes franceses. Sudáfrica, la lucha del Congreso Nacional Africano (ANC, en inglés) y el acuerdo de Klerk-Mandela constituyen un paradigna (uno de los paradigmas) de un modelo de transición de los ocurridos en el último tercio del siglo pasado.
La transición sudafricana, como la uruguaya, entran en la categoría de salida pactada, en que la salida política es producto de un acuerdo más o menos tácitos y más o menos explícito entre las dos partes enfrentadas: la que tiene el poder y la que cuenta con la representatividad mayoritaria de la sociedad. Se diferencian en su forma y sus efectos de los otros dos modelos: la salida otorgada (caso España) o la salida por derrota del régimen (casos Grecia y Argentina). Sin duda la mayor diferencia con la salida por derrota es qué se hace con el pasado. No existen los condicionamientos totales de una salida otorgada (como en España, en que el pasado no ha podido ser revisado salvo a nivel académico o en casos simbólicos) ni tampoco la casi ausencia de frenos de una salida por derrota, donde todos los juicios son posibles (como Grecia y como fue en menor grado, Argentina).
En Sudáfrica se llega al pacto no por mero convencimiento del tenedor del poder, sino por la combinación de resistencia y lucha creciente en el interior y de una eficaz acción de aislamiento internacional que llevó al régimen del “apartheid” al estrangulamiento económico y financiero, e inclusive a su expulsión de las principales competencias deportivas internacionales, con los Juegos Olímpicos a la cabeza. Los líderes de la comunidad negra no buscaron una salida otorgada, no buscaron que desde dentro del régimen se hiciese una apertura unilateral (como en España) sino que llevaron la lucha por todos los terrenos (incluida la lucha armada y el sabotaje), hasta aislar y ahogar al régimen. Pero en el momento crucial en que el luchador tiene que optar por seguir la lucha hasta la rendición del enemigo o interrumpir la lucha para lograr un acuerdo, Mandela y el ANC optaron por esta última vía: frenaron la lucha para lograr el acuerdo y sellar una salida pactada.
Importa mucho ver el modelo de encare del pasado. El adoptó el mismo principio que el líder de la transición checa Václav Havel, quien dijo: “No permitamos que el pasado nos impida construir el futuro”. Pero Mandela no borró el pasado. Uruguay se ha debatido en los últimos 30 años en la lucha entre dos grandes caminos: el de no tener ojos en la nuca y borrar el pasado, o el de juzgar y castigar a los responsables. Mandela optó por otro camino. Es que en qué hacer con al pasado hay al menos dos variables en juego: una es la del eje castigo versus no castigo y otro el de indagar o no el pasado, ya fuere mediante una investigación o mediante juicios.
En Uruguay en general ha predominado la dicotomía de asociar por un lado juicio y castigo, y del otro lado cierre del pasado y no castigos, que más allá de purezas jurídicas, en buen romance implica amnistía. Es decir, la dicotomía juicio-castigo versus olvido-amnistía. Mandela fue por un camino intermedio: investigación del pasado y realización de juicios; amnistía, perdón o ausencia de castigo.
Lo importante en la búsqueda de la verdad que no lo hice una comisión de expertos o representantes políticos y sociales, sino que adquirió la forma de juicios, de procesos judiciales. En forma desgarradora, las víctimas de torturas y atrocidades, los familiares de los muertos en la tortura, en la cárcel o en la calle, hora tras hora detallaron cada una de las prácticas, de los abusos, de los horrores. Esos relatos fueron pronunciados delante de los victimarios, que estuvieron hora tras hora, día tras días, semana tras semana escuchando el relato de sus hechos, relatado por sus víctimas. Pero esos procesos concluyeron en la amnistía.
El legado de Mandela es haber revuelto el pasado, documentado todo lo ocurrido, elaborado la memoria histórica de Sudáfrica, producido una catarsis de todo el dolor acumulado, y cerrado el pasado para construir el futuro, sin venganza, sin revancha, sin castigos, consagrando la impunidad, si es que impunidad significa no sufrir penas de cárcel. Lo importante desde el punto de vista político e histórico, es que esta forma de encare del pasado fue pactada: Mandela y el ANC aceptaron que no hubiese castigos, de Klerk y su Partido Nacional aceptaron a cambio que hubiese juicios y se exhibiese lo ocurrido, con toda su crudeza.
Por supuesto que hubo mucho de injusticia con los propios acusados, porque las víctimas de los juicios fueron los autores materiales de los atropellos, las torturas y las muertes. Pero esas muertes ocurrieron por el estado de emergencia decretado por los sucesivos gobiernos del “apartheid” desde Malan en 1948 hasta el propio de Klerk hacia 1990. Y cuando los militares y policías eran juzgados, de Klerk era el vicepresidente de la República, en cogobierno con Mandela. Ello también evidencia el alto nivel de pragmatismo con que se movieron de un lado Mandela y los líderes del Congreso Nacional Africano, y del otro lado de Klerk y los líderes nacionalistas afrikáans.
Dos legados deja en este terreno Mandela: una salida pactada a consecuencia de una lucha dura y sin cuartel, pero sin prolongar los sufrimientos de su pueblo en pos de la rendición del contrario; revisar el pasado, hacer la catarsis del dolor, cerrar el pasado, cerrar las puertas al revanchismo.