22 May. 2021

El ventarrón que parte de Los Andes

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Chile: gran golpe político al gobierno y al bloque de derecha-centro derecha; golpe algo menor, pero golpe al fin, al bloque que gobernó anteriormente de centro-centro izquierda; fin del “modelo chileno”; extraordinaria votación de las muy diferentes candidaturas y listas independientes; gran respaldo a la izquierda al borde del sistema.

En las elecciones afloraron profundas insatisfacciones de la sociedad.

El fin de semana del 15 y 16 de mayo un fenomenal huracán político sacudió a Chile: gran golpe político al gobierno y al bloque de derecha-centro derecha; golpe algo menor, pero golpe al fin, al bloque que gobernó anteriormente de centro-centro izquierda; fin del “modelo chileno”; extraordinaria votación de las muy diferentes candidaturas y listas independientes; gran respaldo a la izquierda al borde del sistema.

El país trasandino realizó dos tipos de elecciones: por un lado las más clásicas subnacionales (regionales, comunales) y por otro lado las determinantes de la Asamblea Constituyente, compuesta por 138 bancas políticas más 17 bancas representativas de los pueblos originarios (10 pueblos, cuyo mayor peso es de los mapuches y luego, aimaras). El sistema político resistió algo más, aunque no mucho, en las subnacionales, y se concentró su Titanic en la constituyente.

Es relevante que de las 138 bancas políticas, el 35% correspondió a las listas y candidaturas independientes, los sin partido (que no componen un solo conjunto sino al menos tres). El por segunda vez gobernante -en forma no consecutiva- bloque de derecha-centro derecha logró el respaldo del 27%; la izquierda desafiante (Frente Amplio, Partido Comunista) alcanza el 20%; y el bloque que gobernó Chile en la mayor parte de la era post Pinochet (centro-centro izquierda) recogió el 18%. La suma de los dos bloques que tuvieron el gobierno desde 1989 representa menos de la mitad de los votantes. Y un dato no menor es que con voto voluntario dejó de concurrir a las urnas 6 de cada 10 habilitados para votar; sólo sufragó 4 de cada 10. Visto esto, en el sistema político dominante se reflejó menos de la quinta parte de los chilenos. Lo demás –las cuatro quintas parte de los chilenos- hay que computarlo entre el rechazo, el descontento, la desilusión o la apatía.

El primer impacto es que hubo una especie de “que se vayan todos” como en la Argentina de 2001. Y es la consecuencia electoral de protestas como “Los Indignados” en la España de 2011 o “Los chalecos amarillos” en la Francia de 2018. Fue precedido en el país trasandino por los estallidos estudiantiles de una década atrás o los nuevos estallidos de los últimos dos años. Estos estallidos sorprendieron a muchos de quienes siempre exhibieron el “modelo chileno” como algo a imitar. Con una visión tecnocrática, durante décadas se hizo mucho énfasis en datos macroeconómicos, en el PIB global y per capita, en la apertura comercial, en la inflación e incluso en el mejoramiento de algunos indicadores sociales, como la disminución de la pobreza medida en términos monetarios. Pero muchas veces se saltea que en las sociedades se producen fenómenos subterráneos de disconformidades profundas que no se miden con los indicadores tradicionales.

Chile es uno de los países en que se impuso en mayor grado el modelo de un liberalismo económico casi puro, lo que muchos llaman –generalmente en forma despectiva- neoliberalismo, y que otros prefieren el neologismo de liberismo, para distinguirlo del liberalismo político y del filosófico. El modelo liberista se impone en Chile en los mismos tiempos que en el Reino Unido con Margaret Thatcher y en Estados Unidos con Ronald Reagan. Ese modelo llevó a la privatización total del sistema de salud con un sistema público esmirriado para los pobres de solemnidad; algo parecido con la educación general; y los estudios universitarios pasaron a ser únicamente de pago, inclusive en las universidades estatales. Precisamente el endeudamiento contraído para realizar estudios universitarios llevó a mucha gente a un nivel de morosidad que le impidió desde no poder acceder al crédito al consumo hasta quedar fuera de cualquier financiamiento de vivienda. Este fue uno de los diversos fundamentos de los estallidos de la década pasada. La pandemia evidenció las insuficiencias de un sistema de salud basado exclusivamente en lo privado y la falta de una red de contención de carácter nacional.

Estudiosos y analistas podrán discutir hasta el cansancio las virtudes del modelo chileno y sorprenderse que el pueblo chileno no comprenda sus virtudes. Pero la historia enseña que todo lo que ocurre tiene sus causas, aunque no sean visibles.

Si se va bastante más atrás, seis décadas atrás, los elencos políticos tradicionales del Uruguay no lograron ver los movimientos subterráneos que erosionaban la democracia. La relativa estabilidad en el voto hizo creer a muchos que la disconformidad que se oía era irrelevante, “porque la gente vota igual”. Hasta que a poco de andar unos descreyeron en la democracia y miraron a los cuarteles; otros descreyeron en que lo que había era democracia y buscaron la solución en las armas. Y un buen día este pequeño rincón del mundo pacífico, tolerante, liberal, dejó de serlo.

Ni el país vive nada parecido a seis décadas atrás, ni la erosión del sistema político es similar al de Chile, o también al de España, Italia, Francia, Perú, Ecuador, Colombia y casi buena parte del mundo. Pero hay evidencias explícitas de erosión, como los muy bajos niveles de confianza de la opinión pública en los partidos y en el Parlamento.

De acuerdo con la metodología utilizada internacionalmente para medir la pandemia, Uruguay está al tope del mundo en proporción de muertos y de nuevos contagios, y si no está primero está en el Top Five en personas cursando la enfermedad y en ocupación de unidades de cuidados intensivos por causa del Covid. Según la Fundación Getulio Vargas, es el segundo país de la región en menor posibilidad de crecimiento y el que registra hoy el peor nivel en el Índice de Situación Actual. La inscripción de mucho más de 200 mil personas para aspirar a tan solo 15 mil puestos de trabajo en el programa de “jornales solidarios”, es un claro indicador de situación social. Más vale poner atención a las corrientes subterráneas de la sociedad.