El Observador
Durante la campaña electoral Tsipras comenzó a sacar el revolver, terminó de sacarlo con el referendum, y luego gritó “No tengo balas” o “No quiero disparar”. No sabía nada de la sabiduría de los paisanos: cuando se saca un arma es para disparar, si no, no se saca...
Ocurrió en la Cámara de Representantes de Uruguay, en los últimos años sesenta del siglo pasado . Dos diputados del mismo partido, uno oficialista, el otro opositor, debatían ardorosamente. Palabra va, palabra viene, uno de ellos, de complexión menuda, ubicado en lo alto del hemiciclo, se para y extrae un revólver más bien pequeño. Su contradictor, ubicado en primera fila, se para; hombre grandote, fornido, en consonancia con su cuerpo extrae un revólver como para matar jabalíes, un bufoso como dicen los paisanos. Y el iniciador del potencial duelo, el hombre menudo de arma pequeña, grita: “¡No tengo balas!”. Dicen los paisanos que hay algo que saber: no se saca un arma si no se va a disparar, mucho menos si no se tienen balas.
Alexis Tsipras ganó las elecciones con una promesa de enfrentamiento duro a las exigencias de la “Troika” (Fondo Monetario Internacional, Comisión Europea, Banco Central Europeo), lo que en buen romance quiere decir resistencia a las presiones de Alemania. Convocó a referendum. El pueblo griego rechazó las propuestas de manera contundente y finalmente el gobierno de Tsipras, con abandonos y nuevos socios, practicamente claudicó en todos y cada uno de los puntos. Ganó y mucho en una cosa, en que el Fondo Monetario Internacional -Obama mediante- tuvo que salir de su soberbia sideral, bajar al mundo de los mortales y aceptar que hay muchos países cuya deuda soberana requiere de recortes muy fuertes. Que no solo se debe recortar las pensiones, los puestos de trabajo, los salarios, sino también deben sufrir los inversionistas financieros. El triunfo de Tsipras en las elecciones y del referendum de Grecia estuvieron en consonancia con un rechazo a las políticas de austeridad en Italia (dos tercios de la población), España (más de la mitad), pero también en países centrales como Francia. La batalla de Grecia apareció como fortalecimiento de una línea alternativa a las políticas de recortes, que según sus críticos -entre ellos varios premios Nobel de Economía- solo sirven para agudizar la crisis, como ocurriera con políticas similares en Estados Unidos de América en la gran crisis de los años treinta.
El premier Tsipras, la fuerza política Syriza, exploraron primero la posibilidad de un entendimiento, que logro cierto apoyo de Estados Unidos, una mínima flexibilización del FMI y de Francia y la intransigencia absoluta de Alemania. A Grecia le quedaban dos caminos: ir por la aceptación de extremadamente duras políticas de recortes o patear el tablero. Al convocar a referendum al gobierno de Tsipras le quedaron por delante dos caminos: de perder, irse; de ganar, patear el tablero. No tenía otra opción coherente. Al realizar el referendum cerró todas las puertas a caminos intermedios y cerró las puertas a toda posibilidad de rendición digna. Al final se rindió de manera incondicional y sin conservar el honor.
El que tenía las cosas claras -de ese lado del tablero- era el ministro de Finanzas Yanis Varufakis. El camino emprendido con el discurso pre-electoral primero, el voto de confianza del Parlamento al programa que entronizó al gobierno Tsipras y la convocatoria a referendum, llevaban indefectiblemente a la línea más dura y más intransigente con la Unión Europea, con Alemania, con los organismos internacionales de crédito y con el propio occidente. El camino Varufakis implicaba en lo económico ir a la doble moneda y rechazar el pago de la deuda y sus servicios. Ello implicaba pasos estratégicos muy fuertes: alianza con Rusia (que ofreció un apoyo significativo en lo financiero), acuerdos múltiples con Turquía. Pero implicaba en lo político un paso estratégico fundamental: hacer tambalear uno de los extremos sudorientales de la OTAN; paso sin duda de verdadero pateo de tablero, solo posible de dar en consonancia con Rusia. Dicho de manera cruda y sin eufemismos, jugar al más fuerte chantaje militar.
Este camino conducía al fortalecimiento de las protestas en Italia y acentuaba la posibilidad de una caída del gobierno por pérdida de mayoría en el Senado, producto de los embates de Berlusconi, la Lega Nord, la disidencia del oficialista Partito Democratico y las nuevas izquierdas reconfiguradas. Fortalecía sin duda a Podemos en España, a semanas de la decisivas elecciones nacionales. Alimentaba el independentismo británico. Y encendía una chispa en Francia -peligrosa para Hollande- y también ponía en marcha la protesta en Alemania.
Puede o no gustar este camino, puede considerárselo válido o riesgoso. Con muchas, pocas o ninguna posibilidad de éxito. Eso es una definición política e ideológica. Desde el punto de vista del juego político es muy válido, si se tienen las energías, la astucia y la fuerza para llevarlo adelante. Puede o no gustar el otro camino, el finalmente elegido, de aceptar casi todas las condiciones de la Troika; y esa es otra decisión política e ideológica. Lo que no se puede hacer es apostar al primer camino, dar todos los pasos hacía allí, y a la mitad de andar no tener la voluntad, o las energías, o la fuerza para llegar hasta el final.
Durante la campaña electoral Tsipras comenzó a sacar el revolver, terminó de sacarlo con el referendum, y luego gritó “No tengo balas” o “No quiero disparar”. No sabía nada de la sabiduría de los paisanos: cuando se saca un arma es para disparar, si no, no se saca.
Sin duda obtuvo un triunfo formidable con el cambio de posición de la Troika, pero en particular de Estados Unidos, la Unión Europea y de manera forzada el Fondo Monetario Internacional: el capital de la deuda no es intocable y debe haber quitas muy importantes. Este es un giro fenomenal respecto a lo ocurrido en las últimas décadas. Y este giro se debe esencialmente a Tsipras, Syriza y el pueblo griego (y a la amenaza de la extensión del fenómeno).
Pero ese triunfo será reconocido más adelante. Ahora quedó opacado por lo que importa hoy en Grecia, Italia, España, Portugal, Irlanda, pero también en los países centrales: el monto de las pensiones y los salarios, el empleo, la posibilidad de futuro para los jóvenes y no tan jóvenes, la recesión. Lo que Tsipras al final deja -para desencanto de las nuevas izquierdas europeas o del antieuropeísmo- es que el único camino por delante son los recortes y la austeridad.