23 Jun. 2002

El tiempo de la incerteza

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Esta semana marca el último fin de una etapa, el de la estabilidad, sobre la cual se afianzó el triunfo electoral de la coalición de gobierno. Porque estabilidad supone certidumbre y la sociedad uruguaya apuesta normalmente a la certidumbre. Comenzó el tiempo de la incerteza, o terminó de comenzar esta etapa, en un lento arranque con la devaluación de junio del año pasado (técnicamente, la acentuación de la pauta devaluatoria por encima del crecimiento de los precios internos), la fuerte pauta devaluatoria anunciada para todo el 2002 y como corolario, el rebrote inflacionario.

Esta semana marca el último fin de una etapa, el de la estabilidad, sobre la cual se afianzó el triunfo electoral de la coalición de gobierno. Porque estabilidad supone certidumbre y la sociedad uruguaya apuesta normalmente a la certidumbre. Comenzó el tiempo de la incerteza, o terminó de comenzar esta etapa, en un lento arranque con la devaluación de junio del año pasado (técnicamente, la acentuación de la pauta devaluatoria por encima del crecimiento de los precios internos), la fuerte pauta devaluatoria anunciada para todo el 2002 y como corolario, el rebrote inflacionario. No hay previsión en el horizonte sobre el crecimiento de los precios ni sobre la cotización del dólar, lo que complica desde las transacciones comerciales a la administración doméstica. Y ello supone un cambio cultural, tan fuerte como supuso el difícil y lento cambio de la cultura de la inflación a la cultura de la estabilidad.

Las señales de gobierno pueden ser unas para los agentes económicos de primera línea, que en general son pocos, bien informados y bien asesorados. Pero son otras para el grueso de la sociedad, para las mujeres y los hombres comunes y silvestres, fueren asalariados, empresarios pequeños y medianos, o profesionales liberales. Esta gran mayoría cuenta con escasa información privilegiada, no se especializa en economía ni en finanzas y no tiene asesores calificados. Se guía pues por la confianza en quienes tienen que tomar la decisión. Y esta gente tiene en general la ingenua creencia de que cuando un gobernante anuncia un plan, ello supone un compromiso del gobierno, la apuesta a un camino. Cuando hace un mes se confirma una banda para el dólar válida para todo el año, el que más o el que menos hizo sus previsiones sobre esta base; aunque ya con mucha desconfianza, porque el año pasado todavía no poca gente tomó compromisos en dólares, incentivado por el propio Estado en este derrotero, y encontró que luego se le duplicó el ritmo devaluatorio. Y ahora encuentra que tampoco se cumplió el último anuncio, no tuvo el resto del año para salir del atolladero.

Un ángulo de análisis de lo ocurrido es el económico y el financiero: la necesidad de estas medidas, su urgencia y hasta los impactos de la misma. Otro ángulo es el político y en particular el político-social. Y aquí se observa la importancia que en este momento tiene para el gobierno el haber derrochado un gran capital de confianza, un derroche gratuito, pues se fue en una larga colección de anuncios sin concre- ciones, muchas veces de anuncios sin planes pensados, sin proyectos elaborados y hasta sin la voluntad política de llevarlos adelante. Las devaluaciones no se pueden anunciar, sencillamente se hacen. Por eso es importante contar con ese capital de confianza cuando es necesario dar el tremendo paso de faltar a la palabra y hacer comprender a la gente las razones de ese incumplimiento.

Pero además no basta dirigirse a los principales agentes económicos, es necesario hablarle a la gente para explicar lo realizado. Entre otras cosas, por dos razones sencillas: Una, que en una democracia la opinión pública influye, condiciona al sistema político y por ende al gobierno. Dos, porque buena parte de esta opinión pública es a la vez el mercado minorista del sistema financiero, el que puede robus- tecerlo o desestabilizarlo con miles y miles de depósitos o retiros cada uno de unos pocos centenares o de unos pocos miles de dólares.

La gente puede estar a favor o en contra de un gobierno, pero lo que no puede es perder la confianza en el mismo, dejar de creer en la veracidad de sus anuncios e informaciones. A un gobierno se le puede querer u odiar, pero no se le puede dejar de respetar o de temer. Después de las desprolijidades al más alto nivel habidas hace una quincena y con una medida de esta envergadura a la vista, el presidente, su vocero-coordinador y el equipo económico debieron actuar en una misma frecuencia de onda, para atemperar la incertidumbre que las solas medidas económicas iban a provocar. Lo que no se hizo, ya pasó; pero todavía hay mucho que andar, y se puede generar una incerteza mayor o menor. El gobierno tiene poco tiempo y poco margen para recuperar confianza, y debe hacerlo con urgencia y coherencia.