28 Dic. 2003

Los cambios que trajo el 2003

Oscar A. Bottinelli

El Observador

El año culmina con la consolidación de un significativo giro en el comportamiento político de la sociedad uruguaya. El gran giro comenzó hace casi cuatro décadas y el envión final llegó con el invierno del año 2002. El primero se comprobó en las elecciones, el segundo se registró en las encuestas de opinión pública. Pero con las encuestas siempre queda una duda, que es cuánto recogen ellas de verbalización y cuánto de actitudinal.

El año culmina con la consolidación de un significativo giro en el comportamiento político de la sociedad uruguaya. El gran giro comenzó hace casi cuatro décadas y el envión final llegó con el invierno del año 2002. El primero se comprobó en las elecciones, el segundo se registró en las encuestas de opinión pública. Pero con las encuestas siempre queda una duda, que es cuánto recogen ellas de verbalización y cuánto de actitudinal. En particular los perjudicados por las mediciones guardan la esperanza que la manifestación oral signifique el desahogo ante el descontento, la frustración o el golpazo en la cabeza y que, calmadas las aguas, todo vuelva a su cauce; los beneficiados tienen el temor al entusiasmo prematuro, a soñar un sueño que quede solo en eso. De ahí pues la conveniente prudencia con que se acogen las mediciones. Es que de las encuestas a las urnas existe la distancia que va del decir al hacer. Y el 7 de diciembre las urnas fueron el hacer, marcaron que la gente no solo decía un cambio, sino que actúa en relación a ese cambio. Giro que si bien es notorio en el crecimiento de la izquierda, del Frente Amplio y sus aliados, es más notable aún en lo que implica de caída de los partidos tradicionales, de ambos en conjunto y de cada uno en particular. Se abre la expectativa de si el 2004 reforzará este giro o, como es la esperanza manifiesta de los líderes tradicionales, producida la catarsis y con el auxilio de una recuperación económica, una parte de las aguas retornen a la vieja corriente.

Pero este 2003 también produjo un hecho político que significa un retroceso de escenario para el Partido Nacional. A mediados del año anterior, la colectividad blanca descubre la existencia de un esquema letal para su sobrevivencia. El nacionalismo aparecía subsumido y desleído en un esquema binario, donde uno de los dígitos lo constituía la izquierda liderada por el Frente Amplio y el otro dígito la coalición de gobierno, cuyo referente principal era sin duda el gobierno y consecuentemente el partido del gobierno, el Partido Colorado. Esta fotografía ayudó y mucho a que la mayoría partidaria girase hacia la ruptura de la coalición, entre otras cosas con el objetivo de restablecer el juego de tríadas, la triangulación del sistema político. La salida del gobierno fue reforzada con un juego efectivamente de tríadas, donde el Partido Nacional en más de una oportunidad se alineó con el Frente Amplio y en contra del gobierno, y en otras oportunidades votó con el gobierno contra el Frente. No solo demostró que en el país hay tres grandes actores político-partidarios, sino además que el nacionalismo es el fiel de la balanza, el que vuelca las decisiones para un lado o para el otro, y además que es el gran articulador, el que impide que el sistema se fracture.

Esta estrategia fue erosionada primero y agujereada luego por el referéndum. Es que un acto plebiscitario o referendario es por naturaleza un acto binario, polarizado: se está de un lado o del otro, por el SÍ o por el NO, por el verde o por el amarillo, a favor o en contra de lo que fuere. Y si hay dos opciones no caben más que dos bloques. Así fue como el referéndum operó no sólo como el elemento que permitió consolidar el giro político, pasar del decir al hacer, sino además borró todos los esfuerzos nacionalistas por romper el esquema binario. De un lado estuvo el Frente Amplio y sus aliados. Del otro el Partido Colorado más el Partido Nacional, en una reedición de la coalición de gobierno.

Pero la simplificación de la fotografía operó no sólo contra el Partido Nacional sino también contra el Partido Independiente. La búsqueda de un espacio diferente al de los tres grandes partidos, el del cuarto espacio, resulta en este país una tarea azarosa. En las últimas cuatro elecciones ha habido un cuarto partido en el Parlamento y en tres de ellas en esencia fue siempre un partido diferente, aunque también siempre con algo (mucho o poco) del anterior. Pero en este quinquenio esta tercera experiencia de cuarto espacio llegó a su fin; se partió: una parte, la mayoría desde el punto de vista de las autoridades partidarias, giró hacia la izquierda y conformó una asociación con el Encuentro Progresista-Frente Amplio que en los hechos deviene en una incorporación a uno de los bloques frenteamplistas, el liderado por Mujica. El otro grupo, que representa la mayoría de los legisladores del Nuevo Espacio, sin liderazgo nítido, con pérdida de la marca de origen, debió navegar a la intemperie. Y al navegar no siempre se encuentra el rumbo con facilidad. Al principio por decisión propia apareció muy cercano a los partidos tradicionales y a la coalición de gobierno, lo que dio la imagen de que el Nuevo Espacio se partió en dos con dos rumbos: una hacia la izquierda y otro hacia el bloque tradicional; esta imagen fue reforzada con la presencia en el gabinete ministerial de un afiliado al flamante Partido Independiente y mucho más todavía cuando una de las tres figuras clave asume un importante cargo de confianza política del gobierno. El P.I. vio el riesgo a tiempo y desarrolló una estrategia de separación, de corrección de lo que podía ser una ilusión óptica, enfrentó a las colectividades tradicionales mediante exitosas denuncias e investigaciones, y buscó la equidistancia entre frenteamplismo y partidos tradicionales. Cuando estaba logrando el efecto deseado, el referéndum lo arrincona y lo junta con ambos partidos tradicionales. El Partido Independiente participó en la redacción y votación de la Ley de ANCAP, y con coherencia salió a oponerse a su derogación. Pero la coherencia política le significó sufrir los efectos de la simplificación política que supone un referéndum. Este es el otro cambio que produjo el final del 2003 y que lleva que tanto un partido grande como un partido pequeño, deban enfrentar el 2004 con bastante terreno perdido en la lucha por la imagen.

Pero quizás el cambio mayor que trajo este año es que la elevada probabilidad de triunfo de la izquierda apunta a desplazar el foco de la atención. Para la gente, más importante que lo que hizo o dejó de hacer este gobierno, o estos últimos gobiernos, es lo que puede pasar en el futuro. En definitiva, ahora pasa a ser más relevante la expectativa sobre la propuesta que la crítica al pasado. Y este es el gran desafío que los efectos del 7 de diciembre ponen sobre el Frente Amplio y sobre Tabaré Vázquez: la exigencia de mostrar con mayor precisión cuál va a ser el rumbo, cuáles van a ser las propuestas, qué es lo esperable de un gobierno de izquierda. Y las incógnitas a despejar son muchas y muy importantes.