15 Ago. 2004

Un juego de posiciones

Oscar A. Bottinelli

El Observador

Una forma de ver la política es como un juego de ajedrez. Así lo vio hace cinco siglos el que concibió a la política como ciencia, el por mucho tiempo incomprendido Niccolo Bernardo dei Machiavelli, más conocido en español por el nombre Maquiavelo. Ello no quiere decir que los jugadores en el tablero lo hagan como un juego, porque en el juego de la política hay principios y cosmovisiones de por medio; lo que tiene de juego es que hay reglas bastante nítidas de cómo se mueven las piezas para la consecución del poder y para el mantenimiento del poder.

Una forma de ver la política es como un juego de ajedrez. Así lo vio hace cinco siglos el que concibió a la política como ciencia, el por mucho tiempo incomprendido Niccolo Bernardo dei Machiavelli, más conocido en español por el nombre Maquiavelo. Ello no quiere decir que los jugadores en el tablero lo hagan como un juego, porque en el juego de la política hay principios y cosmovisiones de por medio; lo que tiene de juego es que hay reglas bastante nítidas de cómo se mueven las piezas para la consecución del poder y para el mantenimiento del poder.

La forma de jugar la condicionan las circunstancias. El 7 de diciembre la izquierda vió el resultado, el del referendo sobre Ancap, como un estruendoso triunfo suyo, de donde de ahí en adelante solo cabía transitar una autopista que la conducía directamente hacia el poder. El Encuentro Progresista-Frente Amplio-Nueva Mayoría entró en una euforia etílica que lo llevó a cometer todo tipo de errores en los seis meses siguientes. Y llevó a la izquierda a esa soberbia que fundamentó el irracional desafío de transformar el 27 de junio en un plebiscito sobre su propia fuerza, sobre afirmar el ser la mayoría absoluta del país. El coscorrón que significó el resultado electoral borró la euforia producida el 7 de diciembre y restableció la normalidad. El mensaje recibido por Tabaré Vázquez y la dirigencia del EP-FA fue claro: el gobierno es del que lo conquiste, con inteligencia y prudencia. Como quien dice, el 27 de junio anuló al 7 de diciembre y puso las cosas en su sitio, en la prosaica realidad. Como el gobierno no estaba ganado por derecho divino y había que conquistarlo, Vázquez se lanzó a la más elemental de las maniobras, basada en un viejo principio ajedrecístico: gana el que ocupa el centro. Y decidió ocuparlo. Para ello operó la pronta y sorpresiva designación de Astori como ministro de Economía de su eventual gobierno, las buenas relaciones con los organismos internacionales y con los gobiernos de España, Alemania, Argentina y Brasil, el respaldo in totum a su shadow minister de Economía (aún a costa de dejar por dos veces en el aire a su candidato vicepresidencial). La izquierda pues tiene una estrategia clara, está muy cerca de la mayoría absoluta y su triunfo en primer término depende de sí misma, de su capacidad para no cometer errores, no dejarse envolver por los adversarios, no pisar terrenos resbaladizos. Parece simple la estrategia, pero es a la vez complicada. ¿Cuáles son los riesgos? El primero y el más importante, la tendencia de Tabaré Vázquez a decir cosas que seducen a sus interlocutores de momento, sin percatarse que declaraciones imprudentes en lugares remotos ante públicos insignificantes, se transforman en formidables impactos políticos cuando la prensa los recoge. Un segundo riesgo es el de un candidato vicepresidencial crecientemente desalineado con el candidato presidencial y muy pronto a la improvisación fuera de libreto. En tercer término, los juegos sectoriales, el afán de cada uno de los grupos principales, de los siete grupos, para diferenciarse de los demás; lo que los lleva a jugadas como la reciente iniciativa de suspensión de ejecuciones, que evidencia contradicciones en el espectro frenteamplista y puede dejar en el aire al propio candidato presidencial. Parece más riesgoso para el EP-FA-NM cometer errores por sí mismo que por acción de los adversarios, y terminan siendo más peligrosas o letales. Y quizás lo que no ha sido consciente hasta ahora es del siguiente hecho: en 1999 obtuvo cerca del 45% en el balotaje; desde el formidable desplome del año 2002 se ha estabilizado entre 49% y el 50% del electorado. Eso es una ganancia muy magra para la magnitud del desplome habido en el país.

La izquierda en principio necesita dos cosas para perder: sus propios errores y el acierto de su adversario. Porque en principio tiene un único adversario que es el Partido Nacional. Guste o no, el Partido Colorado está fuera de competencia. Pero si no logra salir de los magros niveles en que se encuentra, poco y nada puede hacer para contribuir a la derrota de Vázquez. Está más o menos apenas por encima del 10% (no importa si 11 ó 12, por allí anda). Es muy poca contribución. Pero no hay forma de salir de ese nivel si no hay un Partido. Hasta ahora el Foro se ha ocupado de sí mismo, y para eso nada mejor que la candidatura Sanguinetti. La 15 se ha ocupado también de sí mismo, para lo cual también lo mejor parece ser la candidatura Batlle. El problema es que parece que nadie se ha ocupado demasiado del Partido Colorado, el cual queda asfixiado entre dos opciones de hierro, sin una tercera alternativa que capte de afuera, y además con una fórmula presidencial que nunca despegó. O el coloradismo encuentra un camino como partido, o poco va a ayudar en la lucha de los partidos tradicionales contra la izquierda.

El Partido Nacional no ha terminado el diseño interno, ha estado más preocupado por lo de adentro que por lo de afuera. Lo más complicado es que no ha definido del todo por dónde va a ir a confrontar al EP-FA. Sorprendido por la rápida ocupación del centro, no ha logrado una respuesta coherente. Ensaya una disputa sobre cuál es el más creíble centrista, si el FA o el nacionalismo, o cuál es el gobierno progresista más confiable. Cabe la duda de si por ahí anda el camino. O si el camino es plantarse con un modelo de país y una opción ideológica y programática opuesta al Frente Amplio. Cualquier camino puede ser viable, siempre que se elija un camino, uno solo, y por allí transcurra toda la campaña electoral. Pero ningún partido que aparezca como en segundo lugar y pretenda ser desafiante del primero, puede darse el lujo de no definir una estrategia. La misma debe ser clara al menos cuando se entre en los 60 días finales de la campaña electoral. Y sobretodo, debe definir de una vez por todas como piensa plantear su relación con el gobierno actual, con su coparticipación en este gobierno: si rescata mucho, poco o nada del mismo.

Así están las posiciones en el tablero, y no son demasiadas las semanas que quedan para que se terminen de delinear las estrategias y afirmar las tácticas.